viernes, 23 de octubre de 2015

Ana Montojo: Vivir con lo puesto






Ana Montojo: Vivir con lo puesto

Tengo los pies hundidos en la tierra, / tan hundidos que no alcanzo a mirar / la belleza que asoma tras las nubes.
Ana Montojo (Madrid, 1949) ha dicho que la poesía le salvó la vida tras la muerte de su hijo Jaime (ocho años) en el año 1992.
Aunque siempre, desde la infancia, había sido una escritora vocacional, fue en 1993 cuando comenzó a asistir al taller de poesía de Enrique Gracia Trinidad.


Allí fue donde entró en contacto con el verso, con su cadencia, donde supo que leer a los que nos había precedido en la poesía era una forma de conocimiento y supo que la diferencia entre verso y prosa es, precisamente la cadencia, el ritmo, la musicalidad.
Pero no hay una métrica que se ajuste a un desahucio, / no se donde poner el acento a la insidia,


Aprendió la norma, verso clásico y tradicional, conoció la rima, la medida, supo del verso blanco, de formas con más libertad y supo también que la poesía, que es lenguaje, se acompañaba de emociones y ese y éstas, en perfecta armonía, podían hacer que al lector le tocaran los sentidos y sintiera como suya toda la experiencia personal y vital vertida en el poema: He aprendido a vivir el momento presente / disfrutando o sufriendo, según toque.

Así en 1998 consiguió el premio de poesía femenina “Carmen Conde”, con un poema, Cuando vuelvas, dedicado a su hijo Jaime. Con aquel poema Ana Montojo consiguió sacar los demonios fuera, al menos en parte, y expresar su dolor, romperse y rehacerse anímicamente y encontrar la vía personal de su expresión poética: No es cierto que las penas / nos sirvan de vacuna de otras penas, / no es verdad que nos salven de tristezas futuras, / no hay un cupo previsto.

Una expresión intimista, introspectiva, descarnada, rítmica y emocional que, a modo de catarsis, la libera parcialmente de su atormentado mundo interior  que es, como el de muchos, contradictorio. Me gusta cómo Francisco Caro en el prólogo de su tercer libro, este que me obsequió la autora en Sigüenza este verano, titulado Vivir con lo puesto (Huerga y Fierro editores, Madrid, 2015), nos dice que: “La obra de Ana Montojo anota la contradicción, y acumula, sin conciliar, los mundos cernudianos de la insatisfacción y la posible esperanza” : Hubo una vez un verso / que encalló entre arrecifes de memoria / y murió sin llegar a ser poema.
 
A Enrique Gracia Trinidad le he oído decir que la poesía de Ana Montojo es una crónica de sí misma, que " es una poeta de raza", y leído este Vivir con lo puesto, encuentro una poesía directa, desgarrada en ocasiones, descarada, atrevida en otras, coloquial

una poesía con una arquitectura verbal dentro de la norma, con 

sencillez, con esa difícil sencillez que hace que todos los posibles 

lectores, los que lean mucho y los que lean poco, comprendan, 

sientan y se reconozcan en su descarnamiento y sus 

contradicciones 

y su atrevimiento, casi de impudicia, y su excepticismo y su 

búsqueda de la esperanza y, con todo esto,  un interior en el que la 

tristeza y el desánimo van unidos a la fuerza de la resistencia:

llorar, llorar interminablemente, / sin límite de tiempo y sin 


caudal medido / hasta quedar exhausta. // Porque se me ha secado 
la fuente de las lágrimas. Porque sabe bien que la vida no es fácil.

Su primer poemario La niebla del tiempo ganó el premio Blas de Otero en el año 2010. Plantas de interior fue el segundo (cuadernos del laberinto Madrid, 2012) y este pasado año publicó una novela Memoria secreta de una niña de derechas.


No he leído de Ana Montojo más que este Vivir con lo puesto y este título precisamente nos muestra que frente al sufrimiento que la vida nos ofrece, podemos, como muro de defensa, aferrarnos a lo inmediato, lo puesto, ese carpe diem de vivir el instante para no pensar en lo ya sucedido ya que el futuro, siempre tan deseado por soñado y esperanzador, posiblemente no nos llegue nunca… y aferrarnos a la vida y al agua, que es vida de la poesía, para seguir viviendo con lo puesto: Y a mí que más me da si lo que siento / es amor de verdad o un sucedáneo, / qué me puede importar si de repente / me he quitado de encima veinte años / y ahora me apetece regalarme / unos zapatos rojos con el tacón de aguja. Pues eso, si la poesía es atrapar el instante del tiempo, aquí se atrapa y, a la vez, parece que libera y salva.

                                                            Manuel L. Azorín

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