MEMORIA POÉTICA V (y final)
La poesía es leyenda y aventura, solía decir Claudio Rodríguez a menudo.
Aquel niño de Zamora que jugaba al futbol, que paseaba a la orilla del Duero, por las tierras de su abuela junto a los jornaleros, que contemplaba la naturaleza, los hombres, que jugaba a escuchar los sonidos de las cosas, que leyó a los clásicos españoles y a los poetas franceses en la biblioteca de su padre, un hombre de origen humilde que componía versos y con quien no se entendía. Aquel muchacho que, al morir su padre, tuvo que hacerse mayor de repente, asimilar la ruina y administrar lo poco que quedaba. Aquel que llegó a Madrid con una beca para estudiar Filología Románica es también leyenda y aventura.
El jovencísimo Claudio Rodríguez que escribió con 17 años un primer libro extraordinario, se presentó a Premio Adonais y lo ganó causando, a sus 19 años, con su libro, Don de la ebriedad, el asombro y la admiración de críticos y poetas. Aquel que conoció el amor en ese año de la claridad, del don, con nombre de Clara Miranda, es leyenda y aventura.
El joven que se afilió al partido comunista y le duro el carnet menos de media hora pues debido a una discusión con un hermano de Jorge Semprum lo rompió y se apartó para siempre de los partidos políticos.
Este poeta que no era hombre de acciones públicas porque su participación, su compromiso era sólo con el hombre y con la palabra: La mía no es una ideología de partido sino una actitud moral –decía- es aventura y es leyenda.
Este hombre que contrajo matrimonio con Clara, la mujer de su vida, la compañera, (…Y déjame que ande / lo que estoy viendo y amo; tu manera / de dormir, casi niña, / y tu respiración tan limpia que es suspiro / y llega
casi al beso) esta pareja,los cariñosamente llamados Cla-Cla por su amigo José Olivio Jiménez, juntos ya hasta el fin de sus días. Este poeta que, junto a Clara, se marchó a Cambridge como lector de español (antes había estado en Nottingham) durante cuatro años y allí escribió Alianza y condena (1965) que publicó al regresar y que le valió el Premio de la Crítica, es aventura y leyenda
Este hombre bueno y justo que, frente al asesinato de su hermana en 1976 estalla en ira, impulso razonable, y en deseo de venganza; y este hombre, este grandísimo poeta ensombrece su alegría, se carga de dolor y camina y contempla y escribe: La luz hoy cruda, amarga / de la ciudad, me sana / la herida que supura con su aliento. El instinto se aplaca y lo que queda, finalmente, es un vuelo que celebra, frente al dolor, lo que se cierra y lo que se abre, un vuelo de reflexiva meditación, El vuelo de la celebración en la leyenda y la aventura de Claudio Rodríguez.
Este poeta inocente, noble, generoso, sigue caminando, contemplando, aprendiendo a mirar, a saber, a conocer, a ser, sin saberlo o sabiéndolo, humanísimo, un poeta lleno de sabiduría consciente e intuitiva, lleno de imaginación, de música, de ritmo, de sonidos que sólo él sabe escuchar en las palabras porque lo excelente de este poeta es presentarnos las cosas más grandes como si fueran pequeñas, sencillas, cotidianas, los más hermosos poemas, en dos planos, el real con palabras cotidianas, sencillas y el metafórico donde , estas palabras se transforman y nos ofrecen otra visión del poema de plena hondura, y de trascendencia. Este poeta comienza a recibir reconocimientos, premios y reconocimientos como el ser nombrado miembro de la Real Academia Española (1986). ¡Cómo le gustaba asistir a las sesiones de los jueves en la Academia a Claudio! El poeta del don que es leyenda y aventura.
En diciembre de 1992 el Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes inauguró un Centro Sociocultural y le puso el nombre de Claudio Rodríguez. Al año siguiente le concedieron el Premio Príncipe de Asturia y el Premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana (En 1993 ambos. Estos dos premios los viví muy de cerca pues, entonces, nos veíamos con más frecuencia) En abril de 1995, inauguramos juntos la biblioteca del Centro Sociocultural que lleva su nombre en "Sanse". Centros Culturales, Institutos, Premios con su nombre, que conservan su memoria, por la geografía española, de este poeta de leyenda y aventura.
En 1998 a través del Centro de Estudios de la Poesía de la Universidad Popular "José Hierro" de San Sebastián de los Reyes
que, por entonces dirigía yo tras haberlo puesto en marcha en 1996, le dedicó las Jornadas del CEP, en los I.E.S. de la localidad y en el Teatro Auditorio "Adolfo Marsillach" a Claudio Rodríguez. Toda una aventura de cinco días con la participación de poetas, profesores, alumnos y numeroso público para hablar y saber de su obra, además se publicó un monográfico suyo, con la participación de poetas, críticos, pintores, etc. en la revista Poesía en la diana. Toda una aventura que me costo mucho esfuerzo pero que mereció la pena.
Y Aventura se titula el libro (un breve libro que Claudio Rodríguez dejó inconcluso) que publicó Tropismos en 2005. Al fallecer Claudio, Clara Miranda, su mujer, consultó a Carlos Bousoño y luego Luis García Jambrina, el crítico zamorano que da clases de literatura en la Universidad de Salamanca, doctorado en Filología Hispánica con una tesis sobre Claudio Rodríguez y que tanto y tan bien ha escrito sobre "el poeta del don", fue el encargado de preparar una introducción a los poemas y del cuidado de una hermosa edición facsímil que es todo un lujo tener entre las manos mientras surgen tantos y tantos recuerdos de un Claudio maestro, un Claudio amigo, de un Claudio generoso siempre, de un Claudio Rodríguez, en fin, poeta, como yo no he conocido a otro poeta nunca, y que tanto me ayudó a intentar buscar la luz en el agua, en la aventura, de la poesía.
Tanto que mi Libro del desconcierto está enteramente dedicado a él porque, tras la presentación que hizo de mi anterior libro Versos para después de una película. (Este libro fue accésit del Premio Rafael Morales y tanto le gustó a Claudio, miembro del jurado entonces, que quiso presentarlo, y así me lo dijo y así lo hizo el 3 de febrero de 1998 en la Tertulia Literaria Hispanoamericana que dirigía el poeta Rafael Montesinos) luego, nos veíamos semanalmente y me pedía que le llevara los poemas que andaba escribiendo, así tuve la enorme fortuna de que Claudio supiera de casi todo el nuevo libro y me diera su visto bueno (una tercera parte no, pues él estaba ya mal y aunque me pedía que le llevara los poemas yo le hacía creer que no estaba escribiendo nada) y al año siguiente de su muerte, tras haberlo montado, lo presenté al Premio Rafael Morales. Cuando me llamaron para comunicarme la obtención del Premio, di las gracias y pensé inmediatamente en él, sentí el aire de su voz en el recuerdo, y repetí: gracias Claudio Rodríguez, siempre don y aventura y leyenda, y amistad.
En fin, este inigualable poeta( y mejor jugador de mus, como solía decir) estará siempre en mi recuerdo por todo lo que, personalmente, supuso para mí y, naturalmente, porque su poesía es de tan alto valor, tan clásica ya, que leerla se convierte en algo necesario para todos y a mí me hace rememorar un tiempo de amistad, ver a Claudio como era, mostrarse, en su generosidad, en mangas de camisa, es decir, de manera absolutamente natural, sin tapujos ni falsas hipocresías, o meras actitudes cordiales pero indiferentes, no Claudio, en mangas de camisa siempre, siempre cercano, como de andar por casa, ofreciéndote su afecto y su amistad sin pedir nada. Por todo esto él es, además de tener el don de la poesía, es la leyenda y la aventura, el es la Poesía (o al menos una parte importantísima de la Poesía que no debemos olvidad)
En mangas de camisa
Para Claudio Rodríguez
Como si nunca aprendiera a existir
anda, mira el poeta, vive, escribe…
La alegría y el dolor – siempre nuevos –
le alteran y contempla con asombro,
con andariego júbilo, toda la claridad.
Vuelo y meditación,
deseo de retorno y de avance,
tránsito de la vida
donde el alma se pierde – o se gana –
ante el deslumbramiento.
El poeta se muestra con disfraz de alegría…
en mangas de camisa.
(Te miras y eres tú; pero distinto
dentro estás, sí, distorsionado, mítico
con velos casi opacos
a miradas que no sean tu mirada
o la de aquellos otros a los que abres la puerta)
Es casi una leyenda,
casi un sueño de cobre que camina,
que no gusta mirarse desprendido de hojas
como ese o aquel árbol de la calle
donde se gana el pan
y brinda por un seis de enero, bendice lo maldito
y piensa en esa noche verdadera.
Alguien llega a la puerta del recuerdo.
Primero el don, la luz, luego es la ropa
– el alma entre conjuros –
a la orilla del río del vivir
con sus manchas y sus jabonaduras,
con una alianza irreversible
que celebra y condena el curso, el vuelo,
mientras llega y se marcha el almanaque
acumulando tiempo.
Es un treinta de enero,
mes de latido frío y luminoso.
Bebe el caldo de la infancia y sueña
pretéritos perdidos.
Aún sus ojos conservan cepas verdes
de amanecidas, nuevas primaveras,
que darán al poeta lo que el poeta busca.
La primavera – siempre –
trae recuerdos de sábanas calientes,
calor temprano y pan de trigo al horno.
La primavera – siempre adolescente –
reverdece de nuevo
y, aunque la muerte es bella, anda callada,
pendiente de la vida que se muestra
enredada en el aire
con lenguaje de versos luminosos
(Aunque diga el poeta:
Y ahora escribo sobre la vejez)
Unificando edades, distorsionando tiempos,
ayer, mañana, siempre…
Siempre la misteriosa hondura de lo grande:
es su camisa, aquella.
Siempre la claridad viene del cielo…
Con asombrosa sencillez,
y naturalidad, en mangas de camisa.
Manuel López Azorín
Del libro: Azul de los afectos
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