viernes, 19 de febrero de 2010

CLAUDIO RODRÍGUEZ: La leyenda




Memoria poética: IV


 

Casi una Leyenda

Claudio Rodríguez nunca perdió la capacidad de asombro, de ilusión, como si de un niño que descubre a cada paso algo nuevo en la vida se tratara, Claudio aprendía a existir cada día. Cada alegría era nueva y nuevo cada dolor. Los momentos felices, los instantes intuitivos, los de conocimiento, se suceden, se alternan, se funden y el poeta y el hombre comprueba que la vida es una sucesión de alteraciones donde pasamos de la alegría al dolor, o al contrario, en un suspiro, y lo mismo de lo abundante a lo escaso o del amor al odio o de ser generosos a volvernos egoístas. Claudio decía: Se puede ganar conocimiento pero puede perderse el alma (tal vez por eso él no quería perder esa infantil inocencia, esa capacidad de sorpresa, esa ingenua pureza maravillosa de la niñez que llevaba con él.)

Recuerdo que en 1992 le pedí que viniera a dar una lectura como poeta invitado a las Tertulias de Autor que organizaba en el Colectivo de poesía y relato
HELICÓN en San Sebastián de los Reyes (Madrid) Me dijo que sí vendría pero tendría que ser ya en enero o febrero del siguiente año, yo acepté y quedamos en hacer la lectura en febrero y le dije que sería un amigo suyo, el poeta y profesor Joaquín Benito de Lucas la persona que le presentaría. Era finales de septiembre y, al enterarse, algunos me advirtieron: "ten cuidado no te falle." Llegó febrero, el día 12 concretamente, y yo esperaba a Claudio en una cafetería que había frente a la Universidad Popular "José Hierro" llamada Lord Byron. La Tertulia comenzaba a las ocho de la tarde. Hacia las 19,30 llegó Joaquín. Pasaron 10 minutos y recordé aquel "Ten cuidado no te falle" diciéndome: nunca me ha fallado. Me tocaron la espalda. Era Claudio, sonriente, y me dijo (eran las ocho menos diez minutos: ¿estabas preocupado porque alguien te habrá dicho que te fallaría? Pues aquí estoy. No Claudio, respondí, nunca me has fallado. Sonrió con sonrisa infantil y con ojos pícaros y, al oído, me susurró aquellos versos anónimos que tantas veces me decía cuando se encontraba contento: Están las monjitas / en el monasterio/ las téticas blancas / so el velo negro. Fue una lectura hermosísima y Claudio Rodríguez se ganó al público por su manera de decir el verso, por su llaneza, por su antidivismo, por su naturalidad.

Claudio tenía una manera peculiar de leer sus poemas. Escucharlo era, al menos a mí me lo parecía, como escuchar a un niño, jugaba con las palabras, con sus entonaciones. No le daba más importancia que aquella de la naturalidad de quien se nos muestra siempre, de manera espontánea, con inocencia. Inocencia que Claudio conservó hasta que se nos fue de esta agua de la poesía y de la vida.
¿A quién se dirigía Claudio con su poesía llena de interrogantes, de exclamaciones? Un día se lo pregunté. Me miró sonriendo, como sólo lo hacen los niños que quieren guardar un secreto. No sé – me dijo – a lo mejor es que mi intuición va más allá de mi conocimiento. Para tratar de encontrar lo maravilloso, Claudio se sumergía en lo cotidiano. No es lo que no poseemos – decía – es nuestra vida, este momento que estamos viviendo y que nos forma y nos hace y, si sabemos mirar, nos revela y nos salva.
Aunque publicó en 1983 Desde mis poemas (una recopilación de sus cuatro libros anteriores que le valió el Premio Nacional de Poesía) desde 1976 (25 años) no había publicado otro libro y recuerdo que, en 1991, en el mundillo literario, la publicación de Casi una leyenda fue un verdadero acontecimiento destacado en prensa y revistas literarias.

Fue Tusquets Editores quien publicó este nuevo libro de Claudio Rodríguez. En su solapa se puede leer: Aunque no hay ilusión sin dolor y todo deslumbramiento es, también, ceguera, el poeta asiste a la resurrección de la gracia, al despertar de la verdad que parecía escondida para siempre y reconoce su presencia. Se sorprende de que aparezca de nuevo la claridad y de que él esté allí para contemplarla y de que la vida sea , por un instante, el cumplimiento del deseo. Y parece que Claudio cerrase un círculo que se inició con el Don de la ebriedad: Siempre la claridad viene del cielo/ es un don: y tras todo este tiempo, de 1953 a 1991, Después de tantos días sin camino y sin casa/ y sin dolor siquiera y las campanas solas / y el viento oscuro como el del recuerdo / llega el de hoy. Ayer buscaba Claudio el resplandor definitivo y exclamaba: Si tú la luz te la has llevado toda,/ ¿Cómo voy a esperar nada del alba? Ayer era el aliento, el misterio, la inocencia, la intuición, el don. Hoy, de nuevo, Es la sorpresa de la claridad, / la inocencia de la contemplación / el secreto que / abre con moldura y asombro/ la primera nevada y la primera lluvia / lavando el avellano y el olivo / ya muy cerca del mar.

Cerca del mar
, ese manriqueño mar que es el morir. Un círculo que parecía cerrarse de la luz a la luz. Tras este libro, en los sucesivos años en lo que mantuvimos más contacto, recuerdo que Claudio me decía: Ahora estoy escribiendo sobre la vejez; pero, ya sabes, yo soy muy lento y reviso mucho porque la poesía es una leyenda, una aventura.

NUEVO DÍA

Después de tantos días sin camino y sin casa

y sin dolor siquiera y las campanas solas

y el viento oscuro como el del recuerdo

llega el de hoy. -------

Cuando ayer el aliento era misterio

y la mirada seca, sin resina,

buscaba un resplandor definitivo,

llega tan delicada y tan sencilla,

tan serena de nueva levadura

esta mañana… -----

Es la sorpresa de la claridad,

la inocencia de la contemplación,

el secreto que abre con moldura y asombro

la primera nevada y la primera lluvia

lavando el avellano y el olivo

ya muy cerca del mar. ----

Invisible quietud. Brisa oreando

la melodía que ya no esperaba.

Es la iluminación de la alegría

con el silencio que no tiene tiempo.

Grave placer el de la soledad.

Y no mires al mar porque todo lo sabe

cuando llega la hora

adonde nunca llega el pensamiento

pero sí el mar del alma,

pero sí este momento del aire entre mis manos,

de esta paz que me espera

cuando llega la hora

– dos horas antes de la medianoche –

del tercer oleaje, que es el mío.

Claudio Rodríguez

Del libro: Casi una leyenda

1 comentario:

Begoña Leonardo dijo...

Me he emocionado con tus palabras, un sentimiento que ha logrado desbordarme. Mi paisano es también mi maestro en el verso y en la sencilla manera de estar en el mundo. Gracias.
Te saludo con afecto.