martes, 16 de marzo de 2010

SALOMÉ ORTEGA: El frío que me vela


Portada del libro de Salomé Ortega: El frío que me vela

Foto, de izquierda a derecha: Luis García Montero, Ramón Pernas, Salomé Ortega, Pepe Viyuela, Manuel López Azorín y el editor Basilio Rodríguez Cañada.

Empezaré diciendo que las palabras de Salome Ortega, a mí me parece que se nos muestran como albahaca y flores azules/ de romero, Palabras que nos llegan porque antes se han producido instantes de alegría y de temor, de desconcierto y de certeza, de esperanza y de duda, en definitiva: breves momentos de vida.: ¿Y si me muero ahora? /¿alcanzarán la luz los pájaros / antes que mi alma?

Tanto en su prosa lírica como en su poesía nos ofrece todo un mundo de sensaciones, desde la niñez y la adolescencia hasta la madurez y todo ello desde el recuerdo, desde el sentimiento de pérdida impreso en la memoria del adulto.

En este nuevo libro, El frío que me vela (Sial-Fugger Poesía) que presentamos en Ámbito Cultural, el salón de El Corte Inglés sito en la 7ª planta de su centro de la calle Serrano el 12 de enero pasado, con la intervención de Ramón Pernas como Director de Ámbito Cultural y las presentaciones de Luis García Montero, Pepe Viyuela y quien esto escribe, Salome Ortega nos ofrece versos vinculados a la naturaleza, al amor, a la muerte. Metafísica con versos de contemplación, de humanas inquietudes, iluminadores, oscuros… y siempre con el intento de atrapar, en la página escrita, ese instante que fue, que es o que tal vez sea por la vida y el tiempo, por la naturaleza y por el sueño.

Leer a Salome Ortega es llenarse de una luz distinta al tiempo que de siempre porque su voz es singularmente plural. Nombrar con amor el mundo, los pensamientos, los sentimientos, darles vida a través de las palabras, como atesorando saberes de filosofía oriental al tiempo que, también, esa filosofía senequista que simboliza al pueblo.

Antonio Sánchez Trigueros, de la Universidad de Granada, dice de la prosa de Salomé que "es como volver a las raíces de la poesía, a las bases de la escritura, a la aurora de la belleza del lenguaje". El eco de los recuerdos dulces, tristes, siempre con enorme ternura, siempre con la luminosa sencillez, de la claridad, de las vivencias más nuestras, más cotidianas, anda vivo por las páginas escritas de Salomé Ortega

En este poemario Salomé nos presenta el otoño como un suspiro del tiempo donde "la firmeza del viento", que es como un lamento, y "el hechizo de un reloj" se llevan las hojas y las horas; pero no sus recuerdos, mientras tiembla la luz a la sombra del granado y en "las caracolas de los naufragios". Tengo frío, / me cubren la noche /y las rosas. -Nos dice- Siente frío, desespera de la indecisa veleta que "gira sin norte" y se arropa con la noche y con las rosas mientras rememora: Las hojas de la parra /tienen un gesto vencido./ Las uvas y la sangre /resucitan en el vino Como símbolo de vencido cansancio nos presenta a la vid y, a su fruto, como una resurrección que nos circula en las venas tras beber el vino de la consagración de la vida.

Nos muestra la vida como la luz de un sol antiguo, como el "oro envejecido" del tiempo. Como un ciervo que patea la hojarasca que termina en el río, que va a morir al mar

Es un crepúsculo de lamentos, un atardecer de luces vencidas que, sin embargo, colorean, como la lluvia, las hojas, el barro, la esperanza, aunque parezca, mientras la sombra lo envuelve todo, un cuchillo quebrado que salpica, con su rojizo reflejo de fruto de zarzal y acabamiento. Llegada la sombra de la noche oscura, sólo unos ojos "como gotas de lluvia" (de amor) alumbran las farolas de su oscuridad.

El otoño de la vida le muestra su vencida tristeza y el temor de las horas se agranda: Para vencerlo, deja abierta la ventana para escuchar el canto del agua mientras escucha su corazón que presiente la llegada del invierno. Mi ventana está abierta/ El rumor del río /Mueve mi corazón

Para soñar la primavera: el pico de un mirlo "escapado entre las nubes" y el aroma del lauro. Y entre todos los sueños una luz que es destello, brisa del abanico de los versos, "mirada viola/ de la poesía", acequia rumorosa de cantos y árbol de frutos verde-bronce que le trae la plenitud de la aurora, cuando el alba se sonroja junto a la luz del sol.

Y sueña, sueña Salomé, sueña que la mañana "ya es una flor en el cielo" y que el invierno acaba y anuncia que "viene la luz de rosa", los "pájaros sonoros", que hierve la vida nuevamente y "se riza la brisa" "como un revoloteo" de sueños azules para no ver la nieve del frío invierno de la vida

Pero la luna anuncia el blanco vendaval y esta lucha, intenta traer de nuevo: aromas de albahaca, de romero. Trae un puñado de versos, instantes de vida frente a la nieve fría que ofrece el espejismo de las estrellas, de las flores de almendro y, sin embargo, una vez en sus brazos es lo mismo que el páramo, la fría soledad, lo inexistente y el olvido. La tarde de oro desaparece /Por entre los suaves rosas del horizonte/ Como yo, / Por lo eterno me iré.

La memoria, mientras pasa la vida, renace como fénix de las cenizas del tiempo y atesora y muestra, hecha ya literatura, la vida que fue, la que es y la que no. Rumor y mito por el agua del tiempo que nos canta la canción de la vida. Salomé Ortega nos muestra, en versos que son como relámpagos de luz, todo lo que en ella vive. O como dice Emilio Ruiz Barrachina en el prólogo: Sencillez y poesía directa vuelven a tejer los versos de este poemario que destila color, otoño, melancolía… Tiempo, en definitiva, impreso en la vida del sujeto lírico y del libro.

Antonio Colinas ha dicho de ella que "deshaciendo el verso al uso, huyendo tanto de la medida como de lo versicular (…) busca un nuevo cauce para su palabra y lo logra".

Salomé Ortega ofrece una escritura refrescante, como la contemplación de un amanecer junto al murmullo del agua, que pasa y canta, cuando la luz comienza a adueñarse ya en lo que ella cree el atardecer de su vida y se convierte en un cromático cuadro pintado con los colores de la memoria que es, siempre para mí, como la poesía, el intento de atrapar instantes en la alacena del tiempo, para convertirlos en momentos mitificados e imperecederos.

-La poesía es la sal de la ola /que estalla en la luz

Salomé posee un lenguaje transparente, un lenguaje que se mueve entre lo onírico y lo real, es sugerente, de gran claridad y sencillez emocional y capta las sensaciones de tal modo que su escritura se convierte en un lenguaje rico en el concepto y en la forma. Sus metáforas, sus símbolos, sus paralelismos, su reflexiva sencillez, parece sacada de un cuento que entremezclase la realidad con el deseo de transformarla en otra realidad, ya surrealista, ya irracional, ya onírica, para convertirla en verdad nuevamente por la página impresa.

-Las estrellas. /las miro temblar/ un día seré una de ellas.

Salome es como una montaña de sueños puestos al servicio de la memoria para atrapar instantes de ayer, de hoy o de mañana y, re-creándolos con su imaginación, con su visión de las cosas, dejarlos en la cumbre por el suelo y el cielo de los sentidos.

-Anhelo el lugar de la Gran Luz /Estar y no dejar de Ser.

Entrar en los textos de Salomé es como acercarse a Granada, a su vega, subir al Albaicín y sentir las raíces prendidas entre los encalados de las casas que preservan su llanto y su risa fundida. Llegar hasta la Alhambra y contemplar la Alcazaba, defendiendo, de todo lo externo, su interior, ir por los palacios Nazaríes para vivir de nuevo un tiempo ya extinto, pero presente en el aire mientras los recorremos. Es pasear, por los jardines del Generalife, escuchando el sonido del agua, que es vida, sintiendo el aroma que perfuma la memoria, la vida de nuevo, y regresar a la sierra madrileña, a El Soto donde se respiran las esperanzas y las dudas, las alegrías y los temores: La luna se mueve /en el vendaval de la noche, /huye, viene la nieve.

Aunque… por el tiempo del tiempo que nos mece, como mece la luna en el cielo azul de las noches crecientes, Salomé sabe con certeza que tocará su fin un día cuando llegue la nieve del invierno. -Te hablo desde el sueño / Invisible de la luz /Donde retorna el río de la vida.

Mientras tanto, por la página escrita, la vida ya, literatura impresa, alarga la memoria, alarga el tiempo y el "frío del olvido" (el frío que vela a Salomé) se desvanece y se transforma en otra vida, en otro tiempo ya sin tiempo, con la palabra escrita.

Manuel López Azorín

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