sábado, 10 de abril de 2010

JOSÉ HIERRO: El esclavo más libre ( I )



Nota: Esta entrada es la primera de tres que haré y pertenece a un trabajo que escribí en junio de 1992 (Y que ahora he dividido aquí para ir "colgándolas" en el blog) tras una visita, la primera, a casa de Pepe Hierro en 1991 que se prolongó durante toda una tarde. Tras algunos años de conocernos fue ésta la primera vez que me invitó a su casa,luego vendrían muchas más durante años. Aquella tarde, hablamos de su último libro, publicado. Era Agenda ese mismo año(1991) y hablamos, especialmente, de varios poemas Lope. La noche. Marta, Cinco cabezas y, de un poema que a mi me había gustado mucho, Don Antonio Machado tacha en su agenda un número de teléfono. (Un poema que me sirvió, ya en 2003, para escribir un texto en homenaje a Pepe Hierro que se celebró en Los miércoles de la poesía, que dirigía Fina de Calderón, donde intervinimos unos cuantos amigos de José Hierro)
También, por primera vez,me leyó unos poemas que luego formaron parte de su libro Cuaderno de nueva York. Los poemas eran Hablo con Gloria Fuertes en Washington Bridge, El laud y Vida.(Vida en una versión no definitiva que al año siguiente dio el poeta por acabado tras unos ligeros cambios) Poemas que junto al resto que componen este último libro de Pepe Hierro fui conociendo en aquellos años en los que Pepe trabajaba en este libro.Pero todo esto es otra historia que contaré en otra ocasíon. Ahora vaya la parte I de este trabajo que hice y que Pepe se guardó una copia resumida para- me dijo - publicarlo. Nunca lo hizo,lo guardó y se olvidó de ello, según me comentó años más tarde; pero entonces, ya en 2002 y en las condiciones en que se encontraba Pepe, no había lugar para pensar en publicar nada. Hoy, en su recuerdo, se publica aquí.


MEMORIA POÉTICA: I

Tú, José Hierro, el esclavo más libre, (aquel de la memoria atada al mar de cantábrica espuma y diminutos años.) has vivido al servicio de las cosas sintiéndolas precepto, cumpliendo compromiso, obligación, sí, y siempre esclavo de la vida, el tiempo, desamparado y libre-atado de ti mismo. Con esa libertad que sientes, vives, internamente tuya, eternamente tuya, externamente nuestra desde ti.
Probablemente viejo (montañés de recuerdos, no del río donde sabes naciste.) llevabas desamparo y libertad al primer llanto desde el rail que unía tu sangre por las vías y sus trenes de lazos. (Aún después de romperlos el desorden impuesto, y aun después de vivir como hijo de la ira... buscabas la alegría y tu voz, no era tu voz espada sino lirio. Lirio para olvidar, para tratar de hacerlo, que fuiste un muerto-vivo, tras los muros y después, durante siempre, te acompañó aquel miedo, ese sentimiento primero del hombre, ¿Que surge directamente del subconsciente o que nos llega por aprendizaje?. Aquel horror de muros y de rejas donde tú, Peter pan, sin poder ver el mar sin escucharlo, sin escuchar el viento de la vida, el fuego que destruye o purifica, memorizabas versos para soñar la libertad, que lo intangible no se arrebata nunca pues pertenece al aire, al agua, al fuego, al alma.)

Siempre hablabas con alguien (aunque probablemente ya eras viejo, apenas un muchacho.) frente al mar. Apenas un muchacho te adentraron forzado en la penuria (insólito desgarro de Caines y Abeles disputándole algo más que tres migajas al tiempo.) y esclavo fuiste sí, el esclavo más libre por dentro de ti mismo, con toda la inseguridad con que cargó tu vida, sólo para ti, y todo el miedo que llevas contigo desde aquel miserable tiempo cainita.

Llegó un viento, frente al mar, de paredes oscuras y metálicas redes; pero a ti no te gusta recordarlo porque te daba pánico la vida, el hombre, sus acciones, la soledad impuesta, los muros invisibles y visibles. El mar allí no se veía. Era un tiempo de canciones de cuna, de pinares gaviotas, de azules y alamedas bienvoladas, soñadas por aquel Piter Pan quebrado de alas, ciego como una niña sobre los ciervos verdes, huyendo de la sombra, no en su busca, huyendo del metal y del frío de la ausencia. Ausencia, también, de libros, de lecturas.

Después: tiempo de silencio, de huidas, de regresos, de búsqueda, de remordimiento, de incertidumbre, de testimonio y de alucinaciones, luz y niebla para ocultar el miedo adherido al cuerpo, a los sentidos, huir, huir de todo, de ti mismo, y no escapar jamás, no poder escapar.

Te abrazaste al mar, el mar que te traía entre las olas la alegría de un canto porque, aun con dolor, estabas vivo bajo el azul de La Malvarrosa, donde surgió tu voz, tras tanta prehistoria, tanta adolescencia junto al amigo Hidalgo ofreciendo, con el atrevimiento de la juventud y la ignorancia propia de los años, poemas al maestro Gerardo diego para que os diera su opinión y sus consejos. Todo aquel tiempo adolescente y aquel de la tortura de no escuchar, no ver el mar, ya pasó y se quedó adherida en una Tierra sin nosotros, una tierra tuya que buscó más tarde la Alegría para sentirse viva, para sentirte vivo, por la pensión de doña Amparo, en una Valencia derrotada, como tú, que se abrazaba al mar para escuchar un canto de esperanza, como tú, fundiéndote Con las piedras, con el viento, a la vida presente, huyendo del recuerdo más próximo, acercándote al pretérito anterior, para seguir caminando a pesar del temor, fingido de alegría, de un tiempo que marcó tu página del alma para siempre.

Y, entretanto, junto al río –ese que no recuerdas- y luego en aquel mar, otra vez aquel mar, aquel de Mar y Angeles con las enaguas blancas de las novias en la Peña Cabarga y la nube, después, de cuatro limpias bocas que dejaban en ti risa de lluvia. Y ese sueño de mar, agua de vida, espuma, luz de la palabra, te hizo ascender, con una antología, la consultada de Ribes, hasta el lugar donde el sueño de fingir para llorar con alegría, se abrazaba a la tabla del náufrago y nadaba, palabra tras palabra, por ese mar real y onírico del tiempo. Una quinta, la del 42, una ética y una estética en los años del auge del término social que en ti no era otra cosa que testimonio impreso del tiempo y de la historia en que vivías.

Y te abrazó de nuevo el paraíso, aun con el miedo, como el frío, calándote los huesos invisibles del alma. Porque aquel paraíso, lo devastó un viento glorioso –dices- y somos ruinas o cimientos; pero a ti no te gusta recordarlo porque tu aún estás vivo y lo sabes y contemplas tu mar, miras las nubes y pronuncias tus sueños con los suyos que son sueños y tiempo para abrazarse al tiempo. Lo sin tiempo es la muerte y tu sueñas la vida. La vida, el tiempo, el sueño, inseparables. "Todo lo que he vivido, lo que ha pasado – te dices – es Cuanto sé de mí (y Góngora, al inicio, como cita, igual que Lope tantas veces luego en citas, y un poema mucho tiempo después con Agenda) Cuanto sé de mí – te dices – sólo me pertenece y si algo muestro, lo muestro disfrazado, fingiendo una verdad que es verdadera para esconder mi yo". (¡Y cuál es ese yo?)

Un yo que te desdobla y hace tu otro yo siendo tú mismo? (los esclavos, si presos en los cuerpos, de pensamiento libre.) Calendario del fue, almanaque del siendo, años luces de estrellas sobre el alba con palabras de oníricas formas, verdad desfigurada y yuxtapuesta. Tu yo sobre los otros confundido, mezclado y siempre libre, acelerando huidas, búsquedas, sueños de luz para tu voz de sombra. Dónde la noche, dónde el mar azul... Vertiginoso tiempo que alucina el antes y el ahora y siempre libre, siempre estrellas y mar en la palabra, en la retina, el corazón y el alma, siempre libres, soñando con la vida por las páginas, en el irracionalista Libro de las alucinaciones, donde la realidad y el sueño, del esclavo más libre fundido en contradicciones, ofrecen un misterio de ensoñación y niebla, de realidad y sueño, lucidez y misterio, tú mismo trastocado en poesía esencial.

I TEORÍA

Un instante vacío / de acción puede poblarse solamente / de nostalgia o de vino. / Hay quien lo llena de palabras vivas, / de poesía (acción / de espectros, vino con remordimiento)./… Cuando la vida se detiene, / se escribe lo pasado o lo imposible / para que los demás vivan aquello / que ya vivió (o que no vivió) el poeta. / Él no puede dar vino, / nostalgia a los demás, sólo palabras. / Si les pudiese dar acción… /
La poesía es como el viento, / o como el fuego, o como el mar. / Hace vibrar árboles, ropas, / abrasa espigas, hojas secas, / acuna en su oleaje los objetos / que duermen en la playa. / La poesía es como el viento, / o como el fuego, o como el mar: / da apariencia de vida / a lo inmóvil, a lo paralizado. / Y el leño que arde, / las conchas que las olas traen o llevan, / el papel que arrebata el viento, / destellan una vida momentánea / entre dos inmovilidades. /
Pero los que están vivos, / los henchidos de acción, / los palpitantes de nostalgia o vino, / esos…felices, bienaventurados, / porque no necesitan las palabras, / como el caballo corre, aunque no sopla el viento, / y vuela la gaviota, aunque esté seco el mar, / y el hombre llora y canta, / proyecta y edifica, aun sin el fuego.


José Hierro

De: Libro de las alucinaciones

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