jueves, 23 de junio de 2011

Moncho Otero: Unifamiliar (con vistas)



Moncho Otero ( ) ha escrito un poemario en el que, con una poesía de pensamiento, de preocupación existencial y de compromiso con la vida y el hombre, nos muestra unos versos que se abrazan con desgarrada esperanza a la vida imperfecta, al hombre y su permanente incertidumbre, duda, al afán de vivir con el deseo de lo justo para el hombre, del equilibrio para el hombre, a la humana actitud de quien no contempla su ombligo porque sabe, siente, que “Hay gente sin ombligo, más de la que creemos” y a pesar de la “prisa de ser hombres”, de practicar “Espionaje industrial para ser alguien diferente”, de sentir que el dolor de amar, a veces, desubica, de oír que “Dicen que (es) hermano de millones de hombres/ que ignoran que /él) exist(e)”, sigue, como un niño, soñando despierto “que (es) un adulto más / y (le) basta crear un micromundo afable / donde no se vislumbra la gangrena que avanza”, como mecanismo de defensa, aunque sepa que no sueña “que (le) bastan los besos / para sentir(s)e vivo


Moncho Otero es arquitecto y este Unifamiliar (con vistas) que nos ha construido es la mirada de un hombre machadianamente bueno, y siempre con la humildad del hombre que se analiza a sí mismo y reflexiona sobre las vista que, desde su terraza de adulto (con la inocente y verdadera mirada de quien aún conserva al niño en su interior) observa un mundo que no siempre acepta porque lo que ve le decepciona a veces y a veces le preocupa.

Moncho Otero es, además de arquitecto, cantautor. Un cantautor tan generoso que casi nunca canta sus letras o poemas sino los de otros poetas y así lleva años dedicado a poner música a los poetas que le gustan para difundirlos cantando. Algo tan complejo como poner música a la música del poema y fundir ambas músicas en una canción. Esta otra faceta suya de cantautor, que trabaja desde la adolescencia y que lleva ya, desde mediados los años noventa, solo o junto al también poeta y cantautor Rafa Mora, dedicado a fomentar y difundir la poesía a través de la música. Eso es lo que le gusta y, sin más planteamientos (léase mercadotecnia, hacer agosto, crear fama y echarse a dormir, buscar el negocio donde sea, etc.), se dedica a ello, es lo que hace, porque le gusta, sin más.

En la foto: Rafa Mora, María, Moncho Otero y Manuel López Azorín en el Cigarral del Angel (Toledo) en 2004

Pero Moncho Otero es , también, un poeta, un hombre que trata de eludir aquello que no le gusta y, al tiempo, despierta, reacciona, para aferrarse al deseo no ya de eludir si no de propiciar otra actitud, otra mirada nueva, mejor, más justa, más humana…confirma su presencia en esta casa extraña, que él llama “Unifamiliar con vistas”, desde la que camina, observa, siente, piensa… en un mundo que entraña, a poco que uno mire con atención que al observar las estrellas “hace miles de años / que muchas se apagaron / y que siguen luciendo”, un poeta pues que se observa desde dentro de ese unifamiliar a sí mismo a la vez que contempla, las vistas, y observa todo lo que ve a su alrededor o dicho de otro modo, un poeta que busca en su interior la luz que lo ilumine a la vez que trata de alumbrar entre los versos su código ético a los que le rodean, con una exposición de criterios en desconcierto pero sin imposiciones, con humilde claridad. Esto es: ir desde lo individual a lo colectivo.

Moncho Otero, el poeta, se sienta a escribir “unos versos sinceros, distraídos, valientes” (…) “antes de que un hielo joven, dinámico, indeciso, / invada todo el planeta”




Nos dice y se pregunta ¿Otro día escribiendo para olvidar la vida? Y sabemos que piensa que “Despertar de un sueño es morir a la vida, / dilatar las pupilas sumido en un vacío oscuro y sin fisuras” y sueña con versos sin ataduras , sin corsés métricos formales (aunque le sale, fluye en muchos de sus poemas un rítmico y perfecto verso heptasílabo y otras, cuando une dos versos de esta medida con su claro hemistiquio, un perfecto alejandrino)

Moncho Otero se apoya en el versículo y lo alterna con el verso breve para ofrecernos una cadencia rítmica apropiada a la temática metafísica: desgarrada a veces, desasosegante, dulce, tierna, noble como el hombre que es en su interior, humana, propia del humanista que cree en el hombre aunque desde su particular unifamiliar mire y vea lo que no le gusta de él.

Pero este poeta no se decepciona frente a las vistas que observa desde éste: “Los hombres giran despacio y nunca esperan que un suceso imprevisto/ desbarate sus sueños”. “Como ser. – se pregunta – Cómo ubicarse en un espacio sin estigmas” (…) “Si somos una gota de semen celestial” (…) “para gozar del sexo y huir del onanismo” (…) “Cómo encuadrarse en zonas. / Cómo formar equipos. / Cómo ser competentes y no competitivos, / para avanzar hacia dónde, hacia tal vez”

Y piensa en la amargura, el dolor “que ha escapado por siglos y por siglos/ de miles de gargantas y millones de alaridos. / Por no estar ubicado / por ser un indeciso / por pretender sentidos en vez de direcciones”

Desde este panorama de reflexión sobre lo que se debe ser y lo que se quiere ser siente una “Súbita sed que el clamor callado de la noche arrastra” y también la “Dignidad del hombre que se siente vivo” avalado por una sociedad deshinchada de valores que no sean aquellos que propicien el poder y el dinero, por eso nos dice: confío “en un dios que está con nosotros” mientras que “un cuerpo de malaria se deshace en los pantanos” y parece decirnos que la vida no es mala ni buena, es el hombre el que, con su actitud, la modela a su interés.



Este poeta se plantea “Dejar de escribir” porque “es inútil abrir las carnes al misterio” y una absoluta hondura, una profundidad de verso limpio, justo, preciso, nos dice: “Mirar de repente / Mirar a lo lejos. / Pensar que se amaba un reflejo. / Buscarse desnudo. / Dudar en silencio. / Pulir y rozar un espejo / y no ser brillante” Y ahí está toda la sabiduría del hombre, toda su nobleza, ahí, roza la espuma, la altura, la luz, y pierde, abandona lo que el hombre tiene de ceniza. Y entonces ya se dice: “No quiero más maestros que sentir la llamada de los poros abiertos de mi cuerpo o de otros… con tal que tengan alma, / lo único que pido” (Y lo que quiere, mostrándonos estos versos con bandera, es la poesía que, entre otras muchas cosas, sana y salva, la que sirve para hacernos mejores personas)

Desde la terraza adulta de este unifamiliar que se mira por dentro y observa el exterior “Tira de la cuerda un niño que / recuerda el futuro porque / aun no siente que llega” Este poeta piensa: “Es losa y no piedra/ con esto digo todo: / obra del hombre” y aun así, sigue creyendo “en la generosidad del hombre / al dejar de ser animal”

Moncho Otero
es este Unifamiliar (con vistas) que se contempla y reflexiona sobre sí mismo al tiempo que mira aquello que le rodea y nos lo cuenta con inquietud existencial, con palabras de tolerancia, sentido ecológico, neorromántico a veces, con cierta ironía en ocasiones y siempre con la humildad de quien hace lo que hace sin darle más importancia que la de hacerlo bien, con pasión y con generosidad, con entusiasmo. Este es un libro inédito, el libro de un poeta que no se mira el ombligo, un libro tan sincero, tan verdadero, que merece ser publicado cuanto antes.

UNIFAMILIAR

De niño sueño despierto
que soy un adulto más
y me basta crear un micromundo afable
donde no se vislumbra la gangrena que avanza.

De niño sueño
y presiento que me bastan los besos
para sentirme vivo,
pero no, existen metas
que se sienten tan cerca como el galgo
olfateando el conejo mecánico
en tardes de canódromo
y sales a la pista y brotan opiniones.

De niño soy el 7, colocado, que gana.
De adulto soy el 15, colocado tan solo.
Siempre soy como todos.
Nunca estoy.
(Castellano preciso, la lengua viperina madre)

De niño aprendo
que algún día habré de perpetuarme
y pregunto al silencio si merece la pena
confirmar mi presencia en esta casa extraña,
(unifamiliar con vistas).

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