Carlos Martín ha visto publicado
Memoria de la ceniza (Huerga y Fierro editores, Madrid 2010).. Más de un centenar de poemas , breves, con la fugacidad del relámpago, entre la reflexión sobre el ser humano, la filosofía proveniente de Buda, la ascética de Fray Luis de León a veces, y a veces la del místico fraile San Juan de da la Cruz. El libro consta de cuatro apartados:
Perturbados es el primero. En él sobre la condición humana y trata de buscarse, de saberse y se retroalimenta, dice para sí:
El asunto es que queremos / seguir diciendo para los otros. / Mientras perdure este estado de cosas/ la barbarie está servida. El sujeto poético mira su mundo interior, se sincera consigo y dice:
Te abres a la noche perforando el silencio,/ sólo tú, honda presencia, / en un callejón sin estrellas.
Carlos Martín es técnico de Cultura en el Ayuntamiento de Alcobendas (Madrid) y en él, coordina las actividades culturales que se realizan en este municipio. Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense este madrileño, nacido en 1956, vive centrado en el mundo de la literatura y el pensamiento, su verdadera vocación es la poesía, género que cultiva desde hace años como una forma radical y necesaria de comunicar (y de conocimiento). En 2009 publicó el libro de poemas
El sueño de Lázaro (Poesía eres tú)
En este segundo poemario se nos muestra el autor, si cabe, aún más conciso, más a la búsqueda de lo esencial.
Memoria de la ceniza, que da título al volumen, es el segundo apartado donde, entre la vida y el tiempo, la luz y la sombra, busca en la palabra, el verdadero fin de vivir y su pasión:
El anhelo siempre. / Bebes de su raíz mas todo concluye pronto. / Del júbilo de hoy solo permanecerá / grávida memoria de la ceniza.
En su primer libro, decía yo que:
La poesía de Carlos Martín es, principalmente de concepto y con toques de filosofía orientalista, de filosofía Zen, El sueño de Lázaro era el libro de un poeta experimentado, maduro, que traía a la luz de la poesía a un autor que llevaba años escribiendo, aprendiendo, indagando, construyendo, como tantos por otra parte, un mundo en el cual poder expresar las emociones, en el que intentar plasmar la vida, la que vive y la que sueña, Los pájaros del monasterio conforma la tercera parte de este segundo libro en el que como sujeto lírico,
Carlos Martín, ascético ya, vive y sueña:
Oscurecido por el signo de los hombres / fecundo otros sueño, me alejo a buen paso. Y en esta quietud de monasterio, de retiro del mundo, donde sólo se escucha, el aleteo del pájaro en la torre, celebra la vida en Silencio de piedra. Y viaja hasta lo más dentro de sí mismo para decirse y decirnos:
Más silencio / y más vacío / que me traspase. Y tras pasar vigilias, laudes, víspera… llegar a Completas y Abismándome / siento crecer la noche.
Y el último apartado:
Cenestesia. Un cuerpo, independiente de los sentidos, donde las sensaciones crecen sin localización nos dice:
Se amontona el dolor de la memoria / No es mejor el olvido, horizonte que ceba la niebla. ¿Es el dolor del cuerpo,de la mente?:
La respiración entrecortada, frágil / Vigilia, sueño y otra vez vigilia./ ¡Duele tanto el largo minuto de la noche. Su poesía se despoja de todo lo innecesario y nos la muestra con la austeridad y concreción del eremita, con exactitud, con la desnudez esencial precisa.
Carlos Martín es un poeta que,
colmado de soledad, vuelve sobre (sus)
pasos y
cena con los otros al atardecer / para que la digestión les haga idénticos . Un poeta que titula sus poemas (al anterior le llama
La dulzura del rebaño), al final de éstos y no al principio como es habitual tal vez porque no quiere…
adjetivos que distraigan / lo que de veras esconde la poesía: / amor a la verdad que a todos nos concierne.
Un poeta que sueña
La vida infinita en este mundo donde nada se detiene/ nada se detiene / nada. Y todo es ceniza, “Ceniza de este sueño que es el hombre”, como digo yo. Pero aun sabiéndolo, ese sueño que es el hombre
Carlos Martín, contemplativo, nos dice:
El cielo es bendita soledad. / Arde la rama del cerezo. / Todo misteriosamente me alimenta. Como esperando una llamada. Como si, en un rapto de fervor no religioso, clamase la unitiva mística. O tal vez sólo el sueño de soñar, ceniza al fin, que
nada se detiene, / nada se detiene, / nada.
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