Memoria poética Manuel Rico:
Una mirada que reflexiona en el espejo del tiempoCoincidí este mes de febrero con
Manuel Rico con motivo de la reedición de un libro de
Francisca Aguirre. Creo que no nos veíamos desde que
Antonio Hernández presentó su obra completa (
Insurgencias 1965-2007) en el
Instituto Cervantes en septiembre de 2010.
El libro reeditado era
Espejito, espejito de
Francisca Aguirre (
Paca para los que la conocemos ya de muchos años),
Paca estaba feliz por esta reedición que le ofrece el
Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes en la
Colección Literaria Universidad Popular (Aún recuerdo la presentación que hicimos ambos de la primera edición, en 1995, con una lectura de estas prosas y poemas que dan cuenta de su infancia en la guerra: el exilio a francia y, en la posguerra, el asesinato de su padre en 1942, el hambre , la sombría oscuridad de aquellos años de dolor y de silencio impuesto...
Paca hace en este libro una narración directa, sencilla, emocionada y dolorosa, pero sin rencor y tiene la virtud de conectar con todos al escribir. Recuerdo que el público asistente en aquel año de 1993 corrió, literalmente, a comprar el libro para leerlo)
Aquel año le escribí a
Paca un poema que luego, años más tarde, se publicó en mi libro
Azul de los afectos, libro que fue publicado también en la
Colección Literaria Universidad Popular. El título del poema:
Excedencia forzosa.
EXCEDENCIA FORZOSAA
Paca AguirreEn los cuarenta el sol pidió excedencia,
fue excedencia forzosa.
Avergonzado estaba, el pobrecillo,
del uso de su rostro y de su luz,
en aquella terrible y nueva fábrica.
Y la sombra cubrió toda la década
de frío y llanto, dolor e impotencia.
(Fue una década larga
pues se multiplicó por tres y pico)
Más tarde se dio cuenta
del oscuro vivir que padecían
los que amaban la luz
y decidió volver, pedir vacante;
pero andaba, suplente, la negrura,
vestida de un azul nada celeste,
y era hermana del encargado- jefe.
Tuvo que hacer muchas solicitudes,
armarse de paciencia y esperar
para cubrir su puesto
e iluminar así todos los días.
(Pero eso sucedió tras muchos años)
Fue persistente el sol y, como algunos,
aguantó repitiendo:
de mi lugar, por mucho que se empeñen,
a mi no me echa nadie.
Y fue así que la luz, aunque algo tímida,
alumbró poco a poco la esperanza
tras un tiempo de sombra ahora extinto.
Además de por esta reedición
Paca está felicísima con su
Premio Nacional de Poesía por el libro
Historia de una anatomía (
Hiperión), que el año pasado ganó también el
Premio Miguel Hernández.
Manuel Rico(Madrid 1952), que es el motivo de esta entrada, es Licenciado en Ciencias de la Información por la
Universidad Complutense de Madrid, ha ocupado varios cargos políticos y ha sido director de gabinete del
Instituto Cervantes. Colabora en varios periódicos y revistas, ejerciendo la crítica literaria en
Babelia, suplemento del periódico
El País. Y desde 1999 dirige la colección de poesía de
Bartleby Editores.
Nos saludamos. Hablamos, le pregunté por
Esperanza, por los chicos… Cómo pasa el tiempo, resulta que los chicos ya no lo son y esta conversación me llevó a recordar aquel año de 1993 cuando los chicos sí que lo eran y yo invité a
Manolo Rico Rego a
Tertulias de Autor de Helicón para que nos diera una lectura y nos hablara de su poesía. Y digo su poesía porque
Manuel Rico es Poeta, narrador y crítico literario además de periodista. En esta ocasión yo quería mostrar al
Manolo Rico poeta intenso, reflexivo y con un lenguaje muy personal.
Aquella Tertulia fue un auténtico quebradero de cabeza. No porque
Manuel Rico no estuviera a la altura que lo estuvo sino porque a excepción de su lectura, que fue como yo preveía, intensa reflexiva y personal (el público asistente salió más que satisfecho) el resto fue un desastre.
Manuel Rico había publicado en 1980 su primer poemario
Poco importa romper con las alondras en la Editorial de
Jesús Ayuso (
Endymion ), vinieron después
El vuelo liberado (
Endymion 1986),
Papeles inciertos (Premio de Poesía Ciudad de Irún, 1990) y
El muro transparente" (
Ediciones Libertarias, 1992).
Desde principio del año 1993 veníamos haciendo las
Tertulias de Autor de Helicón, en directo, en el plató de
Canal Norte TV. En esta ocasión hubo un problema de espacios y
Helicón tuvo que volver a la Buhardilla (séptima planta de la
Universidad Popular José Hierro) y un equipo de
Canal Norte TV se presentó para grabarla y emitirla después en diferido
Pero surgió un nuevo problema. Para poder grabar, tanto audio como video, era necesario desconectar una antena de radio, previo aviso a la emisora que entonces era
Radio Estudio (hoy
Ser Norte), pues de lo contrario se producían tantas interferencias que resulta imposible hacerlo. Aquella tarde de mayo de 1993, la puerta de acceso al lugar donde se tenía que desconectar la antena estaba cerrada con llave. Imposible la posibilidad de grabar la Tertulia.
Manuel Rico se quedó sin el recuerdo grabado (y
Helicón también) de aquella tarde de amistad y de poemas. Tras la Tertulia nos fuimos a cenar, yo estaba apesadumbrado por lo sucedido pero
Manuel Rico le restó importancia al hecho de no haber podido grabar su lectura.
Años más tarde, 1997, para compensar la falta de imágenes de
Manuel Rico por aquel desastre, decidí invitarle a presentar al poeta invitado
Diego Jesús Jiménez, que cerraba un ciclo de
Tertulias de Autor de Helicón. (Precisamente
Manuel Rico había publicado en
Pliegos de la Correría, Cuenca 1996, un estudio crítico sobre la poesía de este gran poeta y pintor titulado:
Diego Jesús Jiménez: capacidad visionaria y meditativa del lenguaje.En aquella ocasión afortunadamente no sucedió ningún imprevisto y tanto la presentación de
Rico como la lectura de
Diego Jesús Jiménez se emitieron en directo por
Canal Norte TV y quedó para el recuerdo la grabación con ambos.
Aquel año publicó
Manuel Rico dos libros con sendos premios:
Quebrada luz (
Colección Esquío de poesía, el Ferrol, 1997) que había obtenido el
Premio Esquío en 1996 y
La densidad de los espejos ( ganador del
Premio de poesía Juan Ramón Jiménez, Huelva, 1997).
Tanto me gustó aquel poemario que preparé una reseña sobre él. Aquella reseña se publicó en
Turia.
Revista Cultural nº 42 dirigida por la poeta
Ana María Navales que, amablemente, me envió la revista junto a una nota. Rescato aquella reseña sobre el poemario
La densidad de los espejos de
Manuel Rico, un poeta que desde aquel 1997 hasta ahora ha publicado:
Donde nunca hubo ángeles (
Visor, 2003),
De viejas estaciones invernales (
Igitur, Tarragona, 2006) y la antología
Monólogo del entreacto. Cien poemas. 1982-2005 (
Hiperion, 2007), que recoge una selección de su obra poética.
Como ensayista,
Manolo Rico, es autor del único ensayo sobre la totalidad de la poesía de
Manuel Vázquez Montalbán:
Memoria, deseo y compasión,( 2001) y de ediciones críticas como
Blanco Spirituals y la rubaiyatas de Horacio Martín de
Félix Grande (
Cátedra, 1998).
Autor igualmente, entre otras, de las novelas
El lento adiós de los tranvías (1992),
Una mirada oblicua (1995),
La mujer muerta (2000),
Los días de Eisenhower (2002) y
Trenes en la niebla (2005). Ha escrito el libro de viajes
Por la sierra del agua (
Gadir, 2006) y su última novela es
Verano (
Alianza, 2008). Tiene en su haber el
Premio Andalucía de Novela (2002). Como narrador, sus novelas, están, en gran parte, bajo la mirada de la influencia de la Guerra Civil en la sociedad española y por la dictadura, con descripciones de gran precisión. Como poeta,con la memoria, desde lo personal a lo colectivo,
Manuel Rico, recrea tiempos y situaciones, a veces contextualizados en su tiempo histórico,nos muestra una forma de mirar al mundo, de mirar al pasado sin detenerse para pedir
la luz y la insolencia con parecido empeño al que asumiera / Blas de Otero al pedir la paz y la palabra.Ahora estoy excedente –me comentó – y preparando una nueva novela. Como lo mío es la lírica le pregunté si estaba escribiendo poesía. La poesía está ahí siempre, me contestó, y claro, ahora mismo no, pero sí voy a escribir poesía, en cuanto surja.
Aquí os dejo aquella reseña que entonces titulé
Apariencia de vidaAPARIENCIA DE VIDA
“La densidad de los espejos”, de Manuel Rico que ha sido galardonada con el Premio de Poesía “Juan Ramón Jiménez “, es una reflexión existencial, personal y colectiva, sobre un tiempo histórico. Y la memoria ofrece, de un tiempo de sueños y derrotas, una “apariencia de vida” de lo vivido y lo soñado.
Los espejos son, en su densidad, el reflejo de lo que fue, de lo que pudo haber sido, de lo que nunca fue, de lo que podría ser. En ellos se refleja el tiempo, ejercen un magnetismo de misterio y asombro, de rebeldía y de tristeza, de nostalgia y de rechazo y la memoria trastoca las imágenes acomodándolas –en un proceso de datos y hechos selectivamente entremezclados– a una “realidad” soñada, vivida, con mezcla de sueño y de verdad, de verdad no cumplida o, al menos, no cumplida del todo.
Se funden, se confunden y forman esa “otra realidad”, esa “apariencia de vida”(que es la vida misma; ahora, por la magia de la palabra– el tiempo en la palabra o “la palabra en el tiempo” que diría Machado– del lenguaje de lo que precisa la vida para ser poesía como dijera Salinas: “sonido y sentido”) que en aquel tiempo no existía:
"Era entonces / el tiempo de la niebla y tú eras otro, / y tal vez los espejos no existían." Ejercicio de reflexión ante una verdad inasumible que destierra al espejo, la imagen y todo lo que esa imagen del tiempo le acerca a través de él, de ellos.
Cuando la vida mira hacia atrás, cuando se detiene –José Hierro lo dice muy bien– : “Se escribe lo pasado y lo imposible / para que los demás vivan aquello / que ya vivió (o que no vivió) el poeta."
A través de los espejos se muestra un tiempo gris, con un gobierno gris, donde la única posibilidad de escapar está en el sueño y en la rebeldía silenciosa y activa. Nos muestra un tiempo de huelga, de muerte en blanco y negro, de mirada que cuida la oscuridad, un tiempo de lecturas ocultas, de huidas, de mudanzas, de músicas y látigos, de sombra. Un tiempo de instantáneas, flashes que, sin cronología, van y vienen para mostrarnos estados de ánimo, destellos de amargura, restos de insuficiencia y aspirinas, cicatrices… y la figura del padre en toda la densidad de los espejos absolutamente significativa. Siempre presente- ausente (con la presencia-ausencia de la fotografía del recuerdo y la vida).
Muestra este libro una manera de vivir, entremezclando la historia, los sentimientos, las emociones, el tiempo histórico real y, como vía de escape, la imaginación, el sueño frente a lo imposible, para tratar de lograr “lo imposible”.
Libro testimonial que hace posible esta nueva “apariencia de vida” para convertirla en esa “otra realidad” (que le sirve al poeta como vía de salvación, para seguir habitando, soñando, esta vida, buscando eso que llamamos felicidad o estado de perfección, es decir: tratando de lograr “lo imposible”) que pueda servir a los lectores para identificarse con un tiempo común, tiempo gris, tiempo de “látigo y rezo obligatorio”, un tiempo y unas emociones que le sirven al poeta para sacar los demonios fuera, para salir de los espejos y seguir, continuar la búsqueda – ya sin destellos del pasado amargo, sombrío –porque esa “otra realidad” –la magia del lenguaje poético– se ha convertido en misterio de sonido y sentido y palabra en el tiempo.
La cita de Edgar Lee Master en la última parte del libro, titulada: “Estado de Conciencia” es definitoria: “Hacia dónde me llevas…” “hacia las praderas donde vive el sueño”. El tiempo que anduvo perdido entre la lluvia, que rompió con las alondras cuando en 1980 inició su andadura poética Manuel Rico, continúa –con una voz más personal que en aquellos miméticos inicios propios del aprendizaje– por el mismo camino, con la idea primigenia de primar el contenido sin obviar el continente hacia donde vive el sueño y lo hace sin negarnos nada, dándolo todo en él: tiempo, memoria, sentimientos… “Fue en el hombro del joven / donde buscó la mano de aquel viejo / la caricia negada tantas veces”
Desterrar los espejos no es posible; pero la vida muestra, puede mostrar, las cicatrices bien cosidas, curadas, archivadas para siempre en el papel y la memoria “quizá la salvación viva en el sueño”, en la esperanza, en otra imagen de niño prolongada, en una flor con nombre de mujer, quizá la salvación viva con nosotros o esté en saber “ que la existencia es propiedad del aire, / y que escuece y que mana” o tal vez pueda ser enfrentarse, sin bajar la mirada, a ese espejo de misterio y asombro, de realidad y deseo, en una presencia-ausencia de la memoria tiempo …que a veces se hace nube dando “apariencia de vida” a lo que “…vivió (o que no vivió) el poeta”… para que los otros, los lectores, puedan vivirla.
Manuel López Azorín
(Revista Turia nº 42, Teruel, 1997)
Manolo Rico y yo nos hemos ido intercambiando nuestros libros a lo largo de estos últimos veinte años. No nos vemos con demasiada frecuencia pero andamos al corriente el uno del otro. Recuerdo haber estado con él en la presentación de su libro
De viejas estaciones invernales. Fue en el
Círculo de Bellas Artes y creo recordar que
Rosa Lentini participó en la presentación de este libro que nos ofrecía una indagación sobre la escritura por una parte y por otra, la más personal, sobre la memoria histórica. De este libro escribí una reseña para
Manuel Rico, en esta ocasión no la publiqué (ahora no sé si se la llegué a enviar o no) porque no supe dónde la tenía. Hoy recordando todo esto y volviendo a sus libros para releer algunos poemas, encuentro la reseña que estaba guardada entre las páginas de uno de sus libros:
El muro transparente.
Como no se publicó en su momento la incorporo también aquí.
LA LUZ DE LA MEMORIA De viejas estaciones invernales.
Indaga Manuel Rico, a través de la memoria, en el tiempo. Escribe con el lenguaje real de lo cotidiano, la costumbre con una estética de conciencia imaginativa y simbólica, donde la palabra es contenido y búsqueda de belleza expresiva. Por sus poemas caminan el pasado y el presente, lo perdido y lo ganado, la certeza y el sueño, a veces independientes, a veces entremezclados, fundidos, confundidos, sobre los raíles de esos trenes de la vida por donde viajan los hombres con sus tristezas y sus alegrías, con sus amores y sus miedos, con su memoria histórica sobre el corazón y los sentidos para no dejarla abandonada, perdida, en el olvido. Camina con el sujeto poético, en el tiempo, a través de unos referentes concretos, de fechas y de nombres, mira el cristal –muro transparente– y contempla reflexionando ahora sobre todo aquello que va quedando atrás, absorto en lo que sucede en el instante y camina hacia adelante pensando en lo que está por venir; pero todo ello en un estado de conciencia, como una lluvia de memoria sobre una raída, vieja chaqueta que guarda el pensamiento y que es materia hecha ya poema. Manuel Rico se alimenta de la realidad para transformarla y, con la palabra, crea otra realidad poética.
Desde su primer libro, deja de preocuparse de la “estética por la estética” para abrazar una poética reflexiva de tono y preocupación existencial, humana, personal y colectiva al tiempo, cuidando el lenguaje, creando una arquitectura sólida y dando sentido a las palabras, a través de uno de sus principales recursos para la reflexión: la memoria y el tiempo.
Si "Romper con las alondras" significó romper con una estética, el "Vuelo liberado" fue ya el inicio de una ética personal que continuó en "Papeles inciertos". Tras un tiempo de opacidad e incertidumbre, encuentra Manuel Rico, con "El muro transparente", una luz más clara con la que el poeta madura ejerciendo mejor el oficio de ofrecernos continente y contenido al mostrar esa vía de su poética que no es otra que la de transmitir sensaciones, hacer llegar la emoción a través de un lenguaje preciso y lleno de belleza expresiva.
Surgió después "Quebrada luz". Un libro extraño, misterioso, hermético; pero dentro de esa línea personal de reflexión. Un libro, éste, riguroso donde un hombre avanza contra el cielo porque hubo un día inolvidable. Existe una memoria-tiempo que "La densidad de los espejos" desbroza, trae y lleva, en un acto de creación poética y de recreación de la memoria, un tiempo de vida, un tiempo histórico de dolor, de lucha y de esperanza, donde el camino de salvación parece estar en el sueño.
Una poesía la de Manuel Rico, íntima y colectiva, que ha continuado en "Donde nunca hubo ángeles", con un lenguaje que bebe de la realidad para crear otra distinta (una poesía que mira al desarraigo porque el tiempo es oscuro y él anhela la luz) al margen de modas y corrientes, que nos ofrece, en poemas intensos la visión de un poeta que persiste en su sueño y nos dice: "No existe la memoria si la voz enmudece". Cuando se aprende, desde niño, a perdonar silencios y a no asumir el olvido como un bálsamo: "Cómo dar al olvido el poder de una noche / huera de amaneceres". De sus antepasados recibió Manuel Rico, como herencia, la luz de la memoria. De su presente sabe que no hay que confundir "la noche con tu noche, la bruma / con tu bruma".
Me dijo en muchas ocasiones Claudio Rodríguez que su poesía la escribía siempre caminando, que ésta estaba en la contemplación y la observación de las cosas. Manuel Rico camina sin alejarse de su casa, de su memoria, sin olvido y escribe ahora "De viejas estaciones invernales" y camina por el pasado y el presente haciendo un recuento interno y externo que se desliza en un cuarto que hace densas las horas. El pide "la luz y la insolencia" en la memoria. La luz para no perderse en la bruma-sombra del olvido y ver con claridad fechas y nombres marcado en el tiempo para los que caminan mirando con la insolencia de un mayo adolescente y soñador o un septiembre truncado de sueños y poemas y seguir adelante.
La memoria para tener siempre presente que "Vagamente sonríes y recuerdas / aquel tiempo sombrío y cauteloso / de versos inestables y entusiasmos y prisa". Y para hacer recuento de lo vivido cerca de los trenes invernales, al norte de la ciudad, en la periferia, cerca del sueño del amor que en la esperanza de su nombre vive y se hace amor.
Tres libros , para mí, importantes de Manuel Rico: "La densidad de los espejos" (tal vez el que más me gusta), "Donde nunca hubo ángeles" y este "De viejas estaciones invernales", que forman una trilogía de vigente voz, de conciencia crítica frente a la realidad, y de memoria que camina y se abraza a lo más suyo, para hacerlo de todos, con unos versos que reinventan el tiempo y buscan la luz para huir de la sombra gris de ese tiempo mientras abraza, siempre, ese "Largo amor sin embargo. Certeza que contiene/ algo más que la piel".
Manuel López Azorín
(Diciembre de 2006)
Aquella tarde de reedición, al terminar la lectura de
Paca Aguirre,
Manolo Rico y yo junto a
Pascual Izquierdo, poeta que también ha realizado ediciones críticas en
Cátedra (Las
Leyendas de Bécquer, etc.) estuvimos hablando un rato hasta que
Pascual y yo salimos juntos dejando a
Manolo Rico con
Félix Grande que también se encontraba allí acompañando a
Paca.
A veces este tipo de encuentros, da lugar a que la memoria se ponga a trabajar y nos ofrezca partes del tiempo sucedido. Este es el milagro de la memoria, ese gran
disco duro que selecciona y guarda aquello que, en cualquier momento, te devuelve a otro tiempo y gracias a ella, a la memoria, hoy puedo contarlo. La memoria es tan importante, con ella somos capaces de mantener vivos seres, situaciones, tiempo… sin que se produzca el olvido. De modo que estamos obligados a preservar la memoria y a verbalizar su contenido. Porque si la voz enmudece –como dice
Manolo Rico – no existiría la memoria y todo sería olvido.
Esa tarde de febrero al encontrarme con
Manolo Rico en la reedición-presentación-lectura de
Paca Aguirre, con sus poemas y relatos biográficos sobre la guerra y la posguerra,me hizo recordar la poesía de este madrileño que nació en lo que se ha dado en llamar segunda posguerra (1952) y que no fue más que la prolongación (largísima prolongación) de un amargo y doloroso tiempo. Poeta:
Da doble luz a tu verso/ -lo dijo Don Antonio Machado que tal día como hoy murió en Colliure-
para leido de frente / y al sesgo.
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