Juan Antonio Marín: La noche y su perdón
Juan
Antonio Marín (Madrid, 1968), con el libro de poemas La noche y su perdón, fue galardonado con el XXV Premio de
Poesía José Hierro convocado por el Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes
(Madrid), Premio que, como todos, fue publicado en la Colección Literaria
Universidad Popular de la localidad.
Este poeta es autor, además de este La
noche y su perdón, de los
siguientes libros de poesía: El horizonte de la noche que fue Premio Adonais 1992 (Rialp, 1993). Cómo
se nombra el agua (Calima, 1998).
El mundo convocado, con el que le concedieron el Premio Cáceres
Patrimonio de la Humanidad (Ediciones Vitruvio, 2002). Ciudad iluminada,
publicado también por Vitruvio en 2007 y Yo he vivido en la tierra (Polibea,
colección Los conjurados,2011).
Desde aquel primer
libro de1993, hasta éste, La noche y su perdón, Marín ha publicado seis libros y lo ha
hecho sin prisa (la media de publicación es de más de tres años entre uno y
otro libro) No es una obra excesivamente
amplia, pero (Claudio Rodríguez, otro Adonáis en 1953, que asombró al
panorama poético español con su Don de la ebriedad, sólo publico
cinco libros a lo largo de su vida.)
Juan Antonio Marín comenzó, digamos que con buenos augurios ya que consiguió el Premio de Poesía Adonáis con su primer libro, El horizonte de la noche. Tenía 24 años y el prestigio, entonces, del Adonáis era un buen pasaporte para situarse en el mundo de la poesía.
“Yo quise concursar en paraísos
Yo era dueño de miel y unos zapatos nuevos
hacían más elegante mi camino”
La noche y su perdón, está dividido en cuatro apartados, cuatro
secciones en las que el poeta , digamos mejor el sujeto poético, reflexiona sobre
el tiempo sucedido, sobre “…el desgaste del alma, sus aceites, sus bromas,/ la
inocente disputa del cerebro/ cuando sufre los sueños que se inventa,”
Aborda principalmente
dos temáticas el tiempo y la muerte y en ellas, como parte de la vida, la
poesía: “Sé que logro muy poco con las palabras, (…) escribiendo sin norte,
jugando a ser poeta,” Intentando darle a la caza alcance, ha vivido, soñado,
imaginado, ha sufrido y luchado, siempre con aquellos zapatos nuevos que hacían más
elegante su camino.
En la I sección “Capitulación”
la inicia con un poema de reconciliación, de propósito de enmienda del sujeto
poético:
“Sufrí, y entre los dientes
un gran saco de hiel arruinó mi caza
(…)
Ahora voy a sentarme y ser feliz”
El sujeto poético se
plantea un propósito: ser feliz, y los propósitos están bien siempre que la
duda no pese más que el deseo de llevarlos a cabo. Esta es la gran
incertidumbre ¿Podrá la poesía evocando el tiempo sucedido, la vida, lo que
pudo haber sido y no fue, lo que ha sido…ofrecer esa llama que traiga la luz y alumbre este
misterio de la vida? ¿Podrá el cazador, con sus zapatos nuevos / que hacían
más elegante su camino, alcanzar
la pieza perseguida?
“Hubo juego en la sombra de tus pies?
La luz ya está encendida, no esperes más
a que el fuego investigue tus preguntas,
a que el humo disuelva tu energía.
(…)
Escribe por tu bien, porque se vea
esa luz marinera que tiembla, allá a lo lejos,
y casi sumergida”
El sujeto poético contempla la realidad y trata de cambiarla
escribiendo: "Sólo quiero escribir, nada me pesa en la conciencia" quiere trastocar la realidad en realidad
poética, disfrutar pensando, imaginando, gozar esa otra realidad que vive
en la poesía:
“…el sabor de las palabras
el poder que poseen para desenterrar
los fragmentos dispersos y volátiles
de la
imaginación y el pensamiento.”
Y este deseo que le
lleva a reflexionar sobre el hecho de escribir, de salvarse a través de la
poesía le conduce a la duda:
“Qué voy a hacer ahora yo con palabras,
con
palabras no puedo desnudar el mundo”
La poesía suele decir
más de lo que dice el poeta. Después de todo, es ella quien a veces nos dicta y
nos hace decir: “No habrá más luz un día, sólo habrá firmamento / oscuro y sin
edad” y a través de los recuerdos reflexiona sobre el vacío, la nada, la muerte…sobre
el tiempo que va desde el llanto primero al último suspiro.
En la segunda
sección, “El mundo no es redondo”, nos ofrece una reflexión, sobre la realidad, el orden
temporal de la vida, el efímero barro que es el hombre, su ceniza:“¿Qué le
importa a la tierra que se muera otro cuerpo,/ si el abono lo tiene asegurado?”
Llega la tercera “Dormir
en primavera”, con su discordancia, con su contradictorio título de un tiempo
que nace y se renueva y vive para hablarnos del tiempo de la alegría y del tiempo de la sombra: un proceso de
indagación con renuncia, escepticismo ante el futuro, que se contraponen al
deseo de conocimiento, al deseo de la luz que alumbre con su paz y su palabra.
“Linaje empedernido”
es la cuarta y última sección de La noche y su perdón. En ella el
sujeto poético parece abandonar las dudas, la incertidumbre, asumir la realidad
y trastocarla en realidad poética para buscar la salvación, siente que
necesitar que la poesía le salve y a ella quiere aferrarse. Ser uno y escribir
para seguir siendo, sin otra idea que la de construir la casa donde poder ser
feliz. Sin humos, sin ecos de pedestales, sin más luz que aquella de la poesía
y aquella de la gente que le lea aunque no sepa su nombre.
“Yo me
quiero salvar, y quiero ser feliz
y por mis propios medios, con mi barro y mis
tablas,
y con las herramientas de mi oficio
quiero hacerme mi casa y mi ciudad,
y que entre la gente sin saber que es mi obra
la calle que frecuenta”
Juan Antonio Marín contempló El horizonte de la noche cuando su vida de poeta amaneció. Supo más tarde Cómo se nombra el agua , que es -lo decía Claudio- lo que da vida y deambuló por El mundo convocado,
observó la Ciudad iluminada y ahora, tras contemplar La
noche y su perdón, tal vez se diga: Yo he vivido en la tierra y he
sentido la risa y el llanto, las tribulaciones y el sosiego.
Todo eso habrá
sido motivo de cima o de sima, según la percepción que se tenga del fracaso o
del éxito, y todo eso sabemos que es ceniza, humus que puede o no abonar; pero lo que sí ha sentido (y siente), aunque tal vez no lo sepa, es... que
le queda la palabra.
Juan Antonio Marín ha escrito un hermoso, dolorido, sincero e impactante libro partiendo de una realidad vital que tal vez no fuera la imaginada cuando quiso concursar en paraísos; pero que él, por medio de la palabra, que es bálsamo y bandera, de la poesía y, por tanto, de la vida, con desasosiego y belleza al tiempo que con esperanza, ha convertido en realidad poética.
Manuel L. Azorín
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