SOBRE "BALUARTES Y VIOLINES"
de Manuel López Azorín
LASTURA Ediciones, 2023
Terminar con un soneto está bien, quizás le añada contundencia. Aunque no hay destiempos en el libro donde el poeta - y quizás el hombre- se aferra mucho a dos cosas: la luz y la palabra.
Te puedo decir que es libro que yo publicaría, y que si lo publica otro poeta es un libro que yo leería.
Porque es el libro del sentimiento y de los sentimientos.
Un abrazo.
8 de Mayo de 2023
!VAMOS PALLÁ, FÉLIX!
Baluartes y violines.
El 11 de mayo a las 19 h. se presenta este " todo Manuel" en la biblioteca municipal Marcos Ana de San Sebastián de los Reyes ( Plaza de Andrés Caballero, 2). El libro es más que un suceso editorial, como bien subraya el prólogo de Félix Maraña. El momento gozoso de Lastura estará presentado por Rafael Soler, Rafa Mora y Moncho Otero. Le he dicho a la loquera que loco estaría yo si me lo perdiera.
EL FULGOR QUE REGRESA
Celebramos un libro. Celebramos un libro de Manuel López
Azorín. Celebramos un libro de Manuel López Azorín en San Sebastián de los
Reyes, donde un toro casi nos mata a Laureano cuando Laureano se quedó dormido
en una silla de la calle por donde a la mañana siguiente pasó el encierro.
Laureano era físicamente inexacto, por eso no resultó extraño a nadie que mucho
tiempo después de las cornadas fuera destinado al Museo Arqueológico.
No sé qué fue de Laureano. Ni en qué piensan los que idean
en RTVE un imprescindibles sobre José Hierro y se olvidan de Manuel López
Azorín y de Sanse.
Sanse es, desde Manuel al menos, uno de los corazones de la
poesía. Así que parece natural que Lastura haya decidido que " Baluartes y
violines" suelte amarras y empiece a navegar en Sanse. Con carta marina de
un prólogo que ha escrito ese orfebre de lujo llamado Félix Maraña para
proclamar como sólo sabe hacerlo él la arquitectura de la emoción.
El libro se ha echado a la mar de la mano y la voz capitana
de Rafael Soler, tan mediterráneo como mesetario, o sea de palabra volandera
hacia cualquier universo. Y del arropamiento de Rafa Mora y Moncho Otero, esos
dos cantapoetas que entienden a Manuel López Azorín mejor que nadie, por eso le
nombraron hace años padre adoptivo.
Refrescó para el acontecimiento del libro de Manuel López
Azorín, como si el tiempo hubiera tenido compasión o complicidad con los
ancianos de Virgen del Cortijo y sus neuronas mudas. Viejos varados en su cautiverio
de ausencia que duele más que si te arrancasen, uña a uña, el tiempo que te
queda.
Pero desde la víspera hubo mucho calor presentido,
inevitables sofocos gozosos ante un libro de amor. Amor a lo concreto que anda
a pardales en el universo -ancho y largo- de Manuel tan lleno de recuerdos como
de recursos ante las tempestades. Manuel no lo sabe, pero hay Manuel López
Azorín para rato. Un día de estos despertará y se dará cuenta de quién es: un
poeta que no necesita avales, él que se ha pasado la vida en Sanse ejerciendo
de avalista de tantos.
Celebramos el libro de Manuel López Azorín, cultivando su
nueva lámpara por ver si se nos pega algo de su plenitud poética, y él mirando
más allá en la felicidad del camposierra que ya con calma o azogue le está
esperando.
Celebramos un libro de Manuel López Azorín: gracias a
Lastura y a Manuel por haber elegido para la felicidad del instante a la
biblioteca municipal que lleva el nombre de Marcos Ana, un poeta al que su
tierra y la mía ama poco, ama nada. Él es hijo de una pedanía y se fue, yo sigo
en la pedanía, esta que me ata a mí mismo y me aleja de los sitios y las
gentes. En la tarde de Manuel López Azorín me he acordado de Marcos Ana - niño
Fernando sin escuela- porque amor llama al amor y poeta a poeta. Cosas de una
chaveta con trienios y rarezas. Y me he puesto más contento, dentro de mi
cólera que me ata a unos metros cuadrados y a una carretera cortada.
Y ha clareado el mismo barrunto: el mundo está lleno de
pornografías sentimentales, la vida literaria de efluvios vanidosos que antes
tenían sus expresiones en Velintonia, en las mañanas de domingo de María
Zambrano, más cerca en la injustamente olvidada Fina de Calderón. La
sentimentalidad de Manuel es su esencia, y una dosis de noble vanidad hay que procurarle.
Le vendría muy bien para saberse.
Y cuando llegue septiembre hablaremos de la americanita
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ENRIQUE VILLAGRASA
Sobre Baluartes y violines en LIBRÚJULA (25mayo 2023)
“ Y otro de los libros extraordinarios que podemos encontrar es el del poeta Manuel López Azorín (Moratalla, Murcia, 1946), quien publica Baluartes y violines (Lastura), con prólogo de Félix Maraña. Si hay alguna poesía que puede curar el alma es esta, sin lugar a dudas: “Agua de luz, palabras, alimento”. Lo domina todo, el lenguaje, la rima, la cadencia del verso, el soneto, sin ir más lejos y ahí es nada: “Es invierno y andamos desmayados,/ pero ellos saben bien que está en su suelo/ la certeza del tiempo revivido”. Lope de Vega le tendría envidia sana”
Enrique Villagrasa
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Reseña de Baluartes y violines
Junio 3 de 2023
BALUARTES Y VIOLINES
“Cantos armónicos para curar la vida” titula Félix Maraña el prólogo de Baluartes y violines, el último libro de Manuel López Azorín, que publica Lastura ediciones. Lo cierra con este párrafo que resume bien el tono y el contenido de sus poemas: “Si de mí dependiera propondría (propongo) este libro de Manuel López Azorín como receta para ayudar a que amanezca cada día en todos los corazones, para llevar la luz a las zonas oscuras del yo. Porque este, además de ser un libro de poemas, es un libro de verdades, esperanza y horizontes, pues en la tardes pardas y fríos también luce el arco iris.”
Organizado como un tríptico homogéneo organizado en tres cantos, Baluartes y violines toma su título de la primera parte. ‘De cántico y vuelo’ se titula el segundo canto y ‘La verdadera luz’, el canto tercero.
Títulos expresivos de la actitud existencial con que afronta la realidad un libro que se abre con un introito en el que el poeta delimita el sentido de su búsqueda y de su territorio poético y vital, parejo en su celebración de la luz al Claudio Rodríguez de Don de la ebriedad -uno de los referentes centrales en la obra de López Azorín-, que resuena en estos versos iniciales:
Esto que dejo escrito no es ficción,
es real, letra viva.
Canta luces y sombras
en palabras de amor,
como la vida misma.
Busca música alada:
la metáfora, el símbolo
de los breves instantes
que a veces nos regala
la vida y sus caminos.
Para sentir
que la mañana es dicha y alba clara
como la luz de la esperanza toda.
Ya lo dijo el poeta:
“Siempre la claridad viene del cielo;
es un don, no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.”
Para soñar amaneceres nuevos
en los rosales donde está la rosa.
Palabra, letra viva,
es lo que dejo escrito en estas páginas
con lenguaje de amor, canto de vida.
Cantos de vida y esperanza en los que la luz del amor se levanta como un baluarte frente al miedo. Y en ellos la palabra sosegada del poeta se convierte en un lugar habitable frente a la intemperie de los naufragios:
Es la casa en que vivo, pero que desconozco,
una materia extraña que preserva
la luz, el resplandor, la espuma verdadera.
Esa palabra se alza en estos poemas contra el desánimo y el miedo, porque
Si la muerte es la vida ya vivida,
el miedo es esa muerte que nos vive
la vida sin nosotros.
Palabra encendida que es resistencia ante la nieve con la música de los violines y renacimiento de la primavera desde el frío con la claridad del beso. O celebración del presente en la canción de la vida que amanece en la esperanza, en el regreso desde la niebla al jardín amanecido de los pájaros que cantan y los árboles que reverdecen, porque “la esencia de la vida está en hacer / de lo sencillo magia.”
Palabra salvífica que se levanta frente a la incertidumbre a lo largo de estos poemas intensos en los que tiemblan la luz de la emoción, el brillo de “la verdadera luz y la palabra justa”, el hondo manantial inagotable de lo vivido y lo soñado:
Este libro es un grito
frente a los sueños rotos, emociones
vencidas, laberintos, dudas,
sentimientos de abandono, cansancio,
y ese temor que anuda el pensamiento
cuando todo parece derrumbarse
anegando sentidos
en las aguas del río de la vida.
Este libro es un grito silencioso,
rebelde frente al tiempo,
llorando agua de sal con la esperanza
de abrazarse a la luz,
de iluminar la sombra de los días,
de preservar pasados,
de disfrutar presentes atrapando el instante,
de conseguir mañanas sin horarios.
Este libro es un grito de soledad y sueño
que guarda entre sus páginas
el camino agridulce de la vida
a la búsqueda siempre de la luz verdadera.
VALENTÍN MARTÍN.
Sobre Baluartes y violines en la presentación en el Café Comercial en junio de 2023
Nuestra
Carmen Lafuente, genial amante de la cultura y de la fotografía nos deja el
rastro imborrable de una tarde hermosa con Manuel López Azorín y su libro
“Baluartes y violines”, editado por Lastura y presentado en el Café Comercial.
Apoyo su testimonio con retazos de mi mirada sobre la tarde donde siempre se
aparece Antonio Machado en su rincón, igual que a las taberneras de antes se
les aparecía la Virgen en una toalla. Y mi alborozo crece al ver que Félix
Maraña también reclama atención para el libro y para Manuel a la hora de los
premios nacionales de poesía y crítica.
“El caso
es que Manuel y yo descubrimos hace mucho que hemos sido el mismo niño y luego
nos siguen pasando las mismas cosas. Eso une más que la chanfaina de Salamanca
compartida con una noviecita. O que el rosario en familia.
Yo admiro profundamente a los dos Manueles, al Manuel hombre y al Manuel poeta. Y envidio su suerte, no a la manera del poema que escribió Rafael de León para Marifé de Triana en María de la O, sino la verdadera suerte - y el merecimiento- de haber pasado la vida entre poetas. Entre grandes poetas, sin percatarse que él mismo es uno de ellos, un poeta grande.
Y qué cosa más linda, diría la americanita de los descafeinados, ni un solo poeta, ni un solo poeta ha dejado de hablar bien de Manuel. Y de quererlo.
Ahora Manuel nos entrega un nuevo libro, Baluartes, con prólogo hermoso de Félix Maraña. Dios les cría y ellos se hermanan. Natural.
Y hay una tercera vía donde el poeta escapa de sí mismo, del cansancio crónico de ese intentar saberse, y aparece el lenguaje de la mejor poesía: cuando se esfuman todos los alrededores y él se queda con el amor. Un amor proclamado y propuesto en compañía. Porque nadie escribe para sí solo, y menos si hay tantos motivos. Motivos que fecundan este libro necesario y bellísimo.” ·
Hay veces en que ser
amigos resulta un privilegio para todos. Para todos los que forman este grupo
salvaje y cargados de trienios. La noche se nos puso a los 5 muy dulce cuando
nos vimos otra vez en la hermandad con la esperanza. Pasaba ya el verano,
diremos quizás algún día al vernos. Y celebrábamos a nuestro Manuel López
Azorín y su libro Baluartes y violines. El café Comercial estaba abierto a
nuestros aires maduros de vida en los poemas. Madrid, septiembre, 2023. Queden
estos datos para los nietos y curiosos.
La tarde tembló de emoción y belleza cuando Rafa Mora y Moncho Otero cantaban poemas como este. Sucedió cuando la tribu rodeaba a Manuel López Azorín, y todos tocábamos el cielo. A veces hay alardes que merecen la pena, como esta presentación en el Comercial de su libro más valiente y uno de los más hermosos que se han escrito. Qué gusto da ser feliz aunque sea momento a momento.
Un acto inolvidable la presentación hoy en Madrid del último poemario de Manuel López Azorin, Baluartes y violines, con prólogo de Félix Maraña, publicado por Lastura Ediciones.
Ha sido un honor participar con Manuel, Valentin Martin (preciosa y emotiva su intervención), Lidia LM, Rafa Mora , Moncho Otero en una fiesta de poesía, música y amistad, junto a tantos grandes y buenos amigos que se han acercado hoy al Café Comercial a disfrutar de un libro muy especial y mostrar a Manuel todo el cariño y admiración que merece.
Todo un honor
acompañar al Maestro Manuel
López Azorin con "Baluartes y
violines", su hermoso poemario prologado por Félix
Maraña...Momentos inolvidables
de amistad y poesía en el Café Comercial.
Miguel Angel Yusta
LA POESÍA Y EL AMOR, BALUARTES DE MANUEL LÓPEZ AZORÍN
Manuel López Azorín ofrece, en su último poemario publicado en Lastura Ediciones, una bella confrontación entre las luces y las sombras
© PASCUAL GARCÍA GARCÍA
Nos trae el poeta, afincado en San Sebastián de los Reyes (Madrid), Manuel López Azorín (Moratalla, Murcia, 1946) su última entrega lírica, este viaje de la palabra desde la tristeza a la luz, desde esos baluartes con los que se defiende del mal, con amor, hasta estos violines con los que se regocija y que preludian la luz final y la alegría, dice el prologuista, Félix Maraña, al principio del poemario: “Toda su obra está atravesada por una querencia o aspiración que se resume en la necesidad de dar y darse. Sin el amor y el desamor el poeta es un ser desvalido”.
Este es un libro con una historia y con un relato, a pesar de ser un libro de versos, porque la poesía también cuenta historias, pero los versos del poeta moratallero poseen una espléndida factura clásica, una conformación adecuada al fondo sentimental que nos está expresando. Baluartes y violines es un manual de pedagogía vital, un tratado de terapia de alma y cuerpo, tal vez por eso nos encontramos ante un poemario con un poder curativo no solo para el hombre que lo ha escrito, también para los afortunados lectores que tendrán la posibilidad de frecuentarlo tantas veces como deseen.
Porque el proceso de escritura, el camino que plantea un libro de poemas lleva aparejado casi siempre un conflicto sentimental y su curación última, un viaje del alma y su final de trayecto: “Ese es el propósito de Baluartes y violines, la superación del ciclo oscuro de la depresión».
El escritor proclama que este libro es un grito silencioso.
Y, tal y como lo plantea el escritor así sucede a lo largo de la obra, de un modo paulatino el yo poético va emergiendo de la penumbra hasta desembocar en una antesala luminosa, a la que accede el poeta como si celebrara un logro humano y personal.
PROCESO DOLOROSO DE BELLEZA TRISTE
Bien escrito, sugerente y con el hondón del sentimiento en el alma, un libro así es una apuesta por el alivio del dolor humano mediante la palabra, la música y la idea, que comienza siempre por el alivio del alma y de los estados de ánimo. Este libro, austero en el lenguaje, directo en la expresión, retrata un proceso que es doloroso de una belleza triste.
Los versos de Manuel López Azorín combinan la tristeza dulce y sentimental con el ansia de esperanza y la necesidad de luz, aunque el poeta apela de continuo a la defensa del amor, a la protección lírica que es el baluarte sobre el que se edifica buena parte del poemario y que da paso con el transcurrir de la obra a la liberación última, a ese despertar de violines en el que basa el autor la esperanza última, la música y la poesía como definitiva opción: “Baluarte: el amor, donde apoyarse, / parapeto de besos y caricias/ que limpian y que salvan”.
He aquí un libro pleno, con un significado humano indudable.
En algún poema, el escritor proclama que este libro es un grito silencioso, y tal vez sea esa la mejor definición de estos versos, aunque en ningún momento renuncia el autor a la esperanza porque en estas páginas donde refulge la luz y suenan con dulzura los violines hay una lucha sin cuartel hasta el final: “Glorifico tu imagen inundada de luces / y escucho los violines —son pájaros alados— en concierto de vida”.
He aquí un libro pleno, con un significado humano indudable, con sobrados valores literarios y una fina sensibilidad poética.
Baluartes y violines, Manuel López Azorín, prólogo de Félix Maraña, Lastura Ed., Alcorcón, 2023, 118 pp.
SOBRE EL AUTOR
PASCUAL GARCÍA(Moratalla, 1962) es doctor en Filosofía y Letras, catedrático de Lengua y Literatura española en el IES Alfonso X El Sabio de Murcia y profesor asociado de la Universidad de Murcia. Ha publicado 5 novelas, la última Los besos incompletos. Libros de relatos como Hablar durante las comidas, ha publicado libros de crítica literaria, Años fugitivos. Crónica personal de Moratalla y el libro de entrevistas Palabras y café con escritores, un volumen de artículos y los poemarios: Fábula del tiempo, El invierno en sus brazos, Luz para comer el pan, Alimentos de la tierra, Cita al anochecer, La fatiga y los besos, Trabajan con las manos, Aniversario en París, Poemas del desamor verdadero y Un hombre solo. Como columnista en prensa publica un artículo cada semana en El Noroeste y cada quince días en La Verdad.
(Reseña de Baluartes y violines en Las nueve Musas)
En el inicio de su interesante obra La curación por la palabra (1958), Pedro Laín Entralgo refiere a cómo la medicina es llamada muta ars —esto es, “arte muda”— en referencia a “la resolución con la que la medicina técnica de Grecia y de Roma había proscrito el empleo de ensalmos y encantamientos musicales”. Y sigue: “La oposición entre este modo de considerar la acción terapéutica y el modo hoy vigente, al que con vínculo tan esencial e indisoluble pertenece la psicoterapia verbal, no puede ser más notoria”. Además de ensayista y filósofo, Entralgo fue médico y director de la Tesis en psiquiatría realizada por Luis Martín-Santos sobre las bases del conocimiento del enfermo mental desde una perspectiva histórica
Qué duda cabe de que la curación puede llegar también a
través de la palabra. Y más, si el objetivo a sanar es la mente, la cual puede
llegar a convertirse en nuestro peor enemigo. Quienes hemos conocido sus
sombras —Miguel Sánchez-Ostiz lo denomina como “el misterio del
murciélago”— sabemos a lo que nos referimos. Por eso, el libro de poemas de Manuel
López Azorín Baluartes y violines constituye, en el
sentido expuesto, un caso ideal para reflexionar sobre ello. Publicado por
Lastura, se trata de un volumen donde lo que queda escrito “no es ficción” sino
“real, letra viva”: “Canta luces y sombras / en palabras de amor, / como la
vida misma”. Palabras éstas extraídas del Introito con el que
da inicio este poemario, coronado a su vez por el excelente prólogo de Félix
Maraña. En él, refiere a la poesía de López Azorín como “síntesis y
sintaxis del mapa de la vida”: “Sus poemas son endechas dirigidas a la curación
interior y se nos presentan como exordio del capítulo central de la existencia
humana, la arquitectura de la emoción, la luz, la claridad”, expresa.
Nada puede haber más elogioso que apreciar de un libro su
importancia para con el conocimiento del ser humano. Sin ánimo de querer ser
reiterativo —ya lo he expuesto en anteriores escritos—, la poesía debe cantar a
la verdad, ser en suma una recopilación de los intereses del individuo, para llegar
a través de lo particular a lo general. “De la uña, el león”. Es evidente que
para tratar algo universal siempre hay que trabajar desde lo concreto. Esto
puede ser un pensamiento —referente a algo que inquieta a quien lo piensa— o un
diálogo, como los que estableció Platón de la forma más
natural. Y es que sólo a través de la palabra, como le enseñó su maestro Sócrates,
puede llegarse al entendimiento, a conocer otras realidades y hacerlas también
propias. Al tratamiento de lugares comunes. Clama y proclama Azorín: “Si
escribo es por salvarnos, / por escuchar violines / pues la felicidad no llega
con frecuencia / y su canto es la dicha del instante”. Una tarea doblemente
encomiable, pues —en palabras de Rafael Soler— el cuidador no tiene quien le cuide: “A veces me resiento.
Un amigo me dijo: / ¿Quién cuida al cuidador, quién le protege? /
Y yo no supe entonces responder”.
En el caso de Manuel López Azorín su destinataria, a quien dirige los poemas de su libro, será Ana. Pero, a su vez, sus palabras se publican —es decir, se hacen públicas— para llegar a otras personas. Se trasciende el ámbito privado para convertirlas, mediante el lenguaje poético, en un compendio de reflexiones y conclusiones. El tema, como decimos, es la curación del alma, del ánimo, cuando parece que los nubarrones acechan y llegan, sin ánimo de marcharse. La Naturaleza se presta inmejorable para abordar esta cuestión tan delicada desde la óptica lírica. Sus elementos son figuras recurrentes en estos poemas, así como otras procedentes de ámbitos diferentes, y que en suma conforman un particular inventario simbólico. Son dos imágenes relevantes las que conforman el título del poemario; de una parte, esos “baluartes” de los que Maraña afirma que tienen “la noble acepción de ser amparo, pero también, proyección, aspiración y divisa del horizonte”. Baluartes éstos que se transformarán en refugio o albergue, hogar o casa donde “la palabra conduce la electricidad moral que alumbra a sus moradores”. Así, en Como si fuera de ladrillo y piedra, el poeta dice: “Como ese gran misterio / que se intuye, / por dentro, en sus paredes, / sin saber qué desvela su magia / de semánticas piedras, de palabras, / edifico mi casa / y dejo abiertas / las puertas, las ventanas, / por si quieren venir /a visitarla / las ideas, conceptos, las imágenes…” De otra parte, los “violines” representan los instrumentos capaces de emitir melodías armónicas, con las que disolver cualquier disonancia amenazante. Es el violín uno de los instrumentos de voz más cálida y noble —puedo testimoniarlo como violinista “que nunca supo hacer un vibrato”—. Hay quien dice, incluso, que es el que más se aproxima a la voz humana. Según investigaciones recientes, es posible que los Stradivarius fuesen concebidos con la finalidad de imitar a las sopranos. Dice Azorín en el poema Nómbrame y ya seré lo que quieras que sea: “Si me nombras vendrá la amanecida / y en tu canto de sílabas / sonarán los violines”. También hará referencia a las “músicas aladas”, que podrán venir de las aves (“alondras golondrinas / —concierto de violines que te anuncia—”, o “los lamentos sin alas se nos vuelven violines / y ejecutan el canto de los pájaros”).
En cualquier caso, se trata de una música que también enraíza
con los elementos naturales. Así lo ilustra la bella portada de esta obra, con
aquel violín verde sobre fondo idéntico en color, del que parecen brotar y
estallar flores de distintas formas y tonos. Además del baluarte como casa, del
violín o de los pájaros, está el amanecer constante como preludio de esa luz
que aleja la negritud, las estaciones del año secundándose en un constante
renacer (“en la naturaleza / la vida nace y muere y se renace / porque cíclicas
van como los vientos / y regresan…”) e, incluso, el vestido nuevo, también
hecho de flores, con el que recibir una nueva vida (“la vida es un vestido que
no quieres ponerte. / Customiza la vida / (ese vestido que, dices, no te pones
/ porque ya no te gusta”, o “Te crecen, como trenzas, violetas azuladas. /
Descansan en tus hombros y visten verde intenso, / alegre, luminoso / y tu
cuerpo, que es barro agradecido, / se renueva y florece”). La rosa es también
protagonista como la destinataria, representación de lo bello y delicado (“mi
alegría se nubla con la sombra / y yo clamo la luz para la casa / porque sé que
la rosa… la rosa sin la luz nunca florece”, o “¿de qué sirve la rosa si tú no
floreces?”). Metáforas que, en la lógica del libro, se suceden y repiten,
haciendo de su sentido un fuerte andamiaje, un vocabulario propio que fascina
al lector.
Hablábamos de la palabra como instrumento con el que
proceder a la curación psicológica, pero ésta carecería de sentido si no
mediase entre un sujeto y otro el amor (“el amor, donde apoyarse, / parapeto de
besos y caricias / que limpian y que salvan. / Haz justicia en la luz, en su
equilibrio, / frente al miedo que azota los sentidos / y en el amor se alía”, o
“el amor es el fármaco / preciso y efectivo en estos casos / de sombras y de
miedos”). Es el amor el que anima al coraje y saca todo lo bueno que hay
nosotros para luchar contra lo injusto: “Este libro es un grito / frente a los
sueños rotos, emociones / vencidas, laberintos, dudas, / sentimientos de
abandono, cansancio, / y ese temor que anuda el pensamiento / cuando todo
parece derrumbarse”. Es el amor el carburante propulsor de las buenas acciones,
algo que nunca pasa de moda afortunadamente, por más universal que sea: “porque
el amor es siembra y nos florece, / con sus días y noches de luces y sombras, /
en la memoria viva”. El amor es primo hermano de la ilusión, la esperanza y,
sobre todo, el entusiasmo, que aturden a sus enemigos, el miedo, la impotencia
o el temor. Es la luz que arrincona a la sombra: “Es preciso entusiasmo. / La
clave de la vida está en las ilusiones. / por mal que anden las cosas, / si
abrazas la ilusión habrá contagio, / vendrá la claridad a iluminarte”.
Dejémonos, pues, contagiar por el entusiasmo volcado por
López Azorín en Baluartes y violines, para sanarnos con el bálsamo
de su poesía.
Querido
Manuel:
Te
digo: me he leído tu libro de pe a pa y, afortunadamente, no he encontrado
ninguna errata. Por buscar, sólo he visto que los datos del lomo están un
poquito desplazados a la izquierda. Por lo demás, muy bien. Es una edición pulcra,
muy limpia, con páginas preciosas de respeto. Así da gusto editar.
Por
como veo la distribución de los poemas en sus tres partes (más el introito, a
modo de poética), no llevan títulos. Al principio creí que el verso primero de
cada texto, todo en mayúscula, era su título en cuestión. Luego, cuando llegué
a la página 33, donde citas inicialmente en cursiva a Octavio Paz, comprobé que
esos versos en mayúsculas son el inicio de cada poema.
Del
contenido–es lo que más me atrae comentar–,lo primero que puedo decirte es que
me sabe sólo a ti, al López Azorín más López Azorín, el que entiende la poesía
como acto de amor, como emoción, como línea clara (en el decir de Luis Alberto
de Cuenca) y como ritmo. Por suerte, tu poesía es fiel a esas orientaciones que
ya tuve ocasión de disfrutar cuando leí La
voz que me protege. No recuerdo ahora si he leído otros poemarios tuyos.
Pero voy por partes.
Sin
lugar a dudas, tu poesía es «un acto de amor». Dar y darte. Querer
y, como pedía Lorca, que te quieran. Es maravilloso sentir la poesía como un
ejercicio adictivo de generosidad, de entrega, de comunicación de un yo y un
tú, de terapia incluso (tanto para el lector como para ti), tal cual dejas caer en más de una ocasión, dándole
distintos calificativos: fármaco (p. 62), lenguaje de amor (p. 29), canto de
vida (29)... También es maravilloso sentirla como un baluarte, como diría el
salmo, donde uno puede salvarse: «si escribo es por salvarnos» (p. 72). Ajeno a
modas, este libro está lleno de esperanza (en clave de violín), de luminosidad.
Leyéndote, me he acordado de la I carta de san Juan 4, 17-18: no hay temor en
el amor.
De
las tres partes, la tercera es la más elocuente: repleta de poemas donde
explícitamente el cuerpo está muy vivo, reflejan la proyección de la verdadera
luz. Aquí es donde más recurres a los violines, y no me sorprende. Aquí es a
donde llegas por el dolor a la alegría (p. 83, recordando a Hierro) y aquí es
donde se desgrana la noche (p. 102). A
esta tercera parte llegas desde el poema-raíz de la sección anterior, que
enlaza los apartados segundo y tercero: «Hoy te sientes vacía abrazando al
temor», en donde anuncias la temporalidad de la dicha: «Ahora es el momento de
abrazarse / al instante fugaz que trae la dicha…», esto es, el gozo no es algo
permanente, eterno, sino momentáneo. Muy buen poema, por cierto, este último, y
más a medida que avanza.
Por
supuesto, tu manera de decir es clara, se te entiende limpiamente. Emocionas
desde un lenguaje que raya la ternura (de la que hablas en p.95: «De pronto la
ternura») y la ilusión (p. 83).
Otro
asunto que quiero referirte brevemente es el del ritmo, el de la musicalidad
de tus poemas. Con el ritmo eres un crack, como dicen ahora. Lo construyes
muchas veces sobre la repetición de una frase (un ej. entre muchos es «Este
rayo de luz», que repites consecutivamente a lo largo del poema). Ahora bien,
con tanta finura musical, se corre el riesgo de las asonancias: he visto (he
leído) más de una y de dos y…. El caso más llamativo lo encuentro en la página
103: abundantes asonancias en i-a. Visto en positivo, mejor así que caigas en
el prosaísmo o en el poema que parece más que otra cosa una traducción de otro extranjero, que no es tu
caso. Es esto lo que, por poner alguna pega, más me choca. Esto y que creo que
es un poemario demasiado extenso, sobre todo pensando en que no hay mucha
variabilidad de temas o metros (aunque tenga un par de sonetos). En su
conjunto, todo el libro es un poema de poemas o un poema-río.
Más,
y ya acabo:(1) respecto a la presencia de Claudio, que destaca sobre las demás
(Hierro, Machado, san Juan de la Cruz, Juan Ramón Jiménez, el autor anónimo del
«romance del prisionero» en p. 68…), me parece muy acertada y es que, como creo
que decía d´Ors: «los versos más míos los han escrito siempre otros
poetas». En La voz que me protege recuerdo que ya lo involucrabas en tus
composiciones. En este libro lo citas desde el principio y lo haces además en
pp. 47, 50… Es una idea brillante muy acorde con tu poesía, que la enmarcas en
una tradición literaria muy viva.(2) Al principio (p. 29: «Esto que dejo
escrito no es ficción») y en p. 66 insistes en que «Todo esto que te escribo
sucede, no lo invento», quieres dejar muy clara la verosimilitud de tu poesía:
tu poesía surge de hechos reales, de la misma vida; es consecuencia de la
verdad de la existencia. Y desde esa verdad debe (debo) leerla, lo cual he
hecho, como no podía ser de otra manera.
Dicho lo cual, acaso porque está muy en mi línea, el poemario me encanta y le deseo lo mejor siempre. Abrazo
Carmelo Guillen Acosta
*******
Pero creo que es, sobre todo, un poemario entregado a
la "búsqueda de la luz verdadera". Aparece la fuerza del amor como
recurso para vencer al miedo, a la ansiedad, como un baluarte de apoyo para
conseguir la esperanza. Y la palabra aparece como "materia que
salva", es decir, como una suerte de terapia: "Si escribo es por
salvarnos". La luz también es sanadora, y forma parte de una especie
de concierto donde todo (la poesía también) permanece como a la espera del
alba, en un lento despertar que va iluminándose, como en "Silencio
amurallado".
Por eso me parece que es un libro auroral, marcado por
la presencia luminosa de un tiempo que anuncia el estallido de la primavera y
la esperanza. Tiempo de violines, de floración, de aferrarse a lo más hermoso
de la vida, que es el momento del amanecer. (Qué diferente -perdóname el
inciso- a aquel punto de vista dramático desde el que yo escribí el poema
"Mañana, la intemperie", partiendo de la certeza de que para algunas
personas ese amanecer no llegará..."). Pero en tu caso no hay
dramatismo, hay celebración. Lo tuyo es un canto hímnico donde se celebra la
vida y donde se refleja el deslumbramiento por la llegada del amanecer y la
derrota de las sombras... Por eso la antítesis luz/ oscuridad o sombra/claridad es
como un eje semántico que estructura el libro en dos impulsos opuestos, como se
refleja con especial intensidad, por ejemplo, en los poemas de las páginas 63,
64 y 65, claramente dominados por la tensión de contrarios.
De estilo claro, como corresponde al tema, y como tú mismo afirmas, "gastado de palabras usadas, por comunes; /austero en el lenguaje, directo en la expresión..." pero también con su "carga de verdad y de belleza"... Y, en ese sentido, no puede ser más evidente y expresiva la metáfora de la poesía como "Casa", una casa no de ladrillo, sino llena de palabras "limpias, claras diáfanas", una casa para compartirla con los demás, en el sentido claudiano cuando hablaba de que la voz debía ser de todos ...
Ante la certeza de que somos frágiles y vulnerables
Ha sido una experiencia iluminadora sumergirse en tu libro, después de tanto tiempo. Dan ganas de abrazarse contigo "a esa luz/ que es claridad del alma y de las cosas"...
Pedro A.González Moreno
Baluarters y violines .AGUA DE LUZ
(JUGAR A LOS
PARÉNTESIS)
Jugar a los paréntesis
desde la poesía de Manuel López Azorín no es un juego: es conocer una segunda
intención del libro, quizás ajena a la propia voluntad del poeta, a la que se
accede enlazando su primer y su último verso, («Esto que dejo escrito no es
ficción…///…agua de luz, palabras, alimento.») y que es, más que conclusión,
guía, señuelo, oportunidad de relectura para ese lector que gusta de lo lento y
lo tranquilo, y se rebela contra la imparable aceleración de las pantallas y
los días.
Hay poetas de los que
uno se fía a verso abierto, porque no es preciso prender desde fuera lo que
desde dentro alumbra con esa naturalidad un tanto utópica de las cosas en su
sitio: la sal en el salero, el pan en la panera… y el corazón, en calma, a flor
de ofrenda.
Vienen a ser aquí, las
palabras, palabras acodadas sobre el pretil de un puente bajo el que pasa un
río sosegado y sucesivo, previsible en su agua y en su música, tan saciante y
sonoro como los buenos ríos de antiguamente, para los que cada sed era la
única. Así esta poesía: agua -de luz- para la sed.
Violines y baluartes
encrespan la atalaya donde arqueros, memoria y sustantivos, evocan el
previsible triunfo de lo eterno, y buscan en su aljaba el tallo de una rosa que
se pensó saeta.
Qué naturalidad la de
los árboles, la de la melancolía, la del temor a que el tiempo en su arritmia
nos descoloque el alma o nos la vuelque.
¿El cuidador no tiene
quien le cuide?, se pregunta el poeta con la voz del amigo (ay, Rafael Soler,
siempre cercano). Pero, mientras, continúa cuidándonos con la franqueza útil de
lo nada impostado, de la sólida casa que acoge las exactas palabras elegidas
(«limpias, / claras, / diáfanas. // Para que nada estorbe a la mirada.») Y así
se van rompiendo, página a página, las cuerdas del violín, de los violines,
como los labios y las horas, con la prudente naturalidad de su uso adecuado y
oportuno.
Nada es común cuando un poeta pone la mesa y nos invita. La compañía viene de regalo con la emoción pausada del amor por la vida, por la naturaleza cercana, del amor por el amor sereno, la costumbre de ser en compañía en este libro lleno de verdad, que se nos muestra como un pequeño don inabarcable en el que reconforta mojar las manos y la propia capacidad de evocación.
NÓMBRAME Y YA SERÉ LO
QUE QUIERAS QUE SEA.
tu voz para la sed de
mi esperanza.
Nómbrame y amanece
como el alba,
sin dudas, sin
temores,
sin la sombra que tu
mirada enturbia.
Agua de miel será tu
voz y ya
nos saciará la sed,
sílaba a sílaba,
nota a nota de músicas
aladas.
Si me nombras vendrá
la amanecida
y en tu canto de
sílabas
sonarán los violines,
lento tempo de adagio
que nos lleva a la
fuga y al allegro
al alba, blanca,
clara…
Un final de compases
que anunciará una
aurora
risueña que despierta
la música, la luz, de
un tiempo nuevo.
* * * * *
LA VERDADERA LUZ
donde la voz se enreda
entre sus aguas
y los rayos se beben
la fruta de la vida,
canta y navega al
horizonte
donde vuela la espuma
y se eleva a la cima
con la emoción del
verbo en los sentidos.
¿Qué palabras trae el
sueño
para hacer realidades
trastocadas
en otras realidades ya
poéticas?
La verdadera luz y la
palabra justa.
Bebe el tiempo del
agua de la vida,
abrázate a esa luz
que es claridad del
alma y de las cosas.
Federico Gallego Ripoll
*******
ANTONIO DAGANZO
Reseña publicada en ENTRELETRAS
BALUARTES Y VIOLINES
“Esto que dejo escrito no es
ficción, / es real, letra viva”, nos advierte Manuel López Azorín (Moratalla,
Murcia, 1946) en su creación literaria más reciente, Baluartes y
violines: un poemario que, como toda la obra de su autor, “es una
consecuencia, una aspiración a la superación de los inconvenientes en la lucha
por la vida”. Palabras de Félix Maraña, quien, igualmente en su extenso prólogo
al libro, afirma poco después: “Una poesía”, obviamente la de López Azorín, “en
la que el ser humano aparece desnudo y protegido por un verso y una composición
esclarecedora, un lenguaje decantado y armónico, porque en verdad la claridad
está dentro de nosotros mismos”. No obstante, ¿qué ocurre cuando toda esa
claridad íntima, tan inequívoca, piadosa y dinamizadora para el sujeto poético,
se convierte en algo incomprensible –o peor aún, en la tortura de una especie
de dios inalcanzable- para el “tú” al que dicho sujeto poético se dirige en
primera instancia? En el caso que nos atañe, y por fortuna para ese “tú”
–además de para todos nosotros, como lectores de Baluartes y violines-,
ocurre la “letra viva” mencionada con anterioridad, y también “la superación de
los inconvenientes en la lucha por la vida”. Poeta de muy amplia trayectoria
–sólida, bien contrastada, y que ya en 2011 alcanzó un primer gran remanso
retrospectivo, gracias al volumen antológico Sólo la luz alumbra.
Poesía 1986-2010-, Manuel López Azorín ha salido ahora airoso de uno de los
retos mayores a los que un creador puede llegar a enfrentarse: la verificación
de la utilidad, sin ambages ni subterfugios, de todo cuanto su magisterio ha
logrado decantar y cristalizar con el paso del tiempo.
Félix Maraña nos lo revela al poco
de comenzar su prólogo para Baluartes y violines: “Este libro es un
tratado sobre, ante, contra, de, desde la depresión, esa muerte lenta que cerca
y cercena toda esperanza, una situación a la que se enfrenta el poeta, el
cuidador, quien procura que el paciente, sujeto y objeto de la ceguera del
desánimo, se conduzca o reconduzca hacia la luz, hacia la visión total, hacia
la vida (…) Baluartes y violines es un manual de pedagogía
vital, un tratado de terapia de alma y cuerpo.” Bajo tales premisas, no ha de
extrañar a los lectores la simbología escogida por López Azorín desde el título
mismo de su nueva obra. Si el baluarte se postula como una suerte de vigorosa
luz, fija y no obstante proteica, “bandera defensora de miedos, abrazada al
amor”, los violines representarían el movimiento undoso de dicha luz (“Con su
canto, / calman mi sed de primavera”), de modo que su música no tarda en
devenir “metáfora del tiempo de la dicha”. Tampoco habrá de extrañar la
morfología vertebradora del libro: los tres cantos que se despliegan tras el
“Introito” (“Baluartes y violines”, “De cántico y vuelo”, “La verdadera luz”)
buscarán fragmentarse en sucesivas unidades poemáticas, con el patente
propósito –patente y muy logrado propósito- de otorgar nitidez a cada una de
las estaciones de un particular vía crucis compartido, si bien poco a poco
transformado en camino de perfección hacia la luz verdadera. El hecho de que
cada canto de la obra se vea rematado por la radiante arquitectura de un
soneto, y de que el último de esos tres poemas estróficos se antoje el de
factura más espléndida, no resulta casual en absoluto.
Con todo, cabría interpretar el
bello contenido de Baluartes y violines como una sostenida,
además de ferviente, declaración de amor a la herramienta sanadora: el
lenguaje. Por supuesto, no el lenguaje entendido como un intelectualizado
mecanismo cuya misión sería arrumbar la efusión lírica en los desvanes,
supuestamente polvorientos, de la historia. La visión al respecto de Manuel
López Azorín ha sido siempre muy distinta, y, para muestra, valdrá este
paradigmático botón: “Recuerda que esa herida, / que es producto de un daño, /
produjo este poema que puede liberarnos”. Por eso el autor no vacila en
recordar, con indudable alegría, que “la palabra es la voz, / el agua que nos
sacia de la sed, / la materia que salva, / la que sirve de enlace entre el alma
y las cosas / (…) La palabra vigila, cuida, acuna / la grafía en la página”. O
dicho de otro modo: es el instinto lírico el que ha de prevalecer sobre el
lenguaje, y no al revés, para poder grabar en el tiempo “otro instante de dicha
emocionada, escrita”. A partir de ahí, brotan versos de inspirada tensión
imaginativa (“El temor se mecía por su cuerpo, / por el pecho de una turgente
luna, / se encogía su alma / y la tristeza azul era su dueña”) u otros donde se
manifiesta un ansia totalizadora muy sutil (“Hubo llantos, los hubo, hubo sol y
hubo lluvia, / toda vida es un río”). También surgen, de manera palmaria, los
vínculos con los maestros venerados (“Nunca he llorado tanto ni he sentido /
más dolor al volcar unas palabras, / que soñaban ser bálsamo, / machadianas
ser olmo, primavera.”). E incluso afloran, allá o aquí, esos maravillosos
guiños más o menos conscientes, más o menos casuales… “Se rompe ante mis ojos /
la sombra con el alba”: casi como aquello de D’Annunzio… Aquello que Francesco
Paolo Tosti transformó en una de las más conmovedoras y exquisitas canciones
del repertorio clásico italiano: L’alba separa dalla luce l’ombra.
Prodigios que procura la poesía cuando es genuina luz “y la palabra justa”.
Antonio Daganzo
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BALUARTES Y VIOLINES de Manuel López Azorín (Ed. Lastura, 2023).
Tan solo con leer la dedicatoria del libro, repuntan dos
cualidades esenciales del Manuel poeta y hombre: la extrema sensibilidad
empática con los que sufren y su humildad en citas que rehúyen la tentación
culturalista para reivindicar lo medular del oficio a través de los clásicos
(especialmente, es un placer encontrarse con una cita de un texto tan emotivo,
y tan desgarrador en su sencillez, como las “barquillas” de Lope).
No menos significativo es su “introito”, revelador de una lírica
indisociable del vivir, que ni teme ni rehúye el dolor (aunque se esfuerce en
revertirlo en serenidad y esperanza) y al contrario lo afronta con una decisión
casi subversiva que posibilita denominar al poema “grito”, y que la acepta como
un oficio cuya estética nace del esfuerzo.
Con Paz (y el catálogo de autores para reafirmar esa idea podría
abarcar desde Luis Eduardo Aute a José Ángel Valente), se reivindica el amor,
apuntalado en vivencias de recuerdo indeleble (como la boda que derrama su
pureza en los versos de “Hubo que adelantarla…”) que no salva pero consuela, y
al erradicar el miedo, permite vivir de manera gozosa y literal. Resulta
significativo que se cite el término “justicia” defendiendo que toda miseria,
por honda que sea, merece ser redimida y por tanto todo ser se convierte, como
en la canción de Silvio, en destinatario legítimo del amor.
Ocupa muchos y muy emocionantes versos el “anatema” contra el
citado miedo, que puede gobernarnos como un tirano (“Se mueve con nosotros…”),
que distorsiona nuestros circuitos psicológicos (y hasta físicos… no en vano se
utiliza el término “somatizar”) y convierte la claridad del razonamiento en
círculos viciosos tan obsesivos como inútiles, que nos envenena con sus
fantasmagorías huecas, que nos agrede con un tiempo malinterpretado porque se
calle que el pasado y el futuro no existen y solo nos atañe un presente
inacabable que es la posibilidad de todo gozo. La intensidad de esa lucha
posibilita la definición que hace Félix Maraña de sus poemas como “endechas
dirigidas a la curación interior” y el poemario completo como un “manual de
pedagogía vital”. Se advierte contra el temor que degenera hasta ser una muerte
previsora y se reivindica la dignidad del dolor que se calla pero va tejiendo
en esa discreción su manera de redimirse con el auxilio de la palabra (“El
dolor verdadero no hace ruido…”).
Dicha palabra se celebra en su potencial salvífico (La palabra
es la voz/el agua que nos sacia de la sed/la materia que salva,/la que sirve de
enlace entre el alma y las cosas), ojo que observa y mano entregada a la vez,
hogar simultáneo del conocimiento y la redención.
El amor, del que se canta esa paradoja cernudiana de la cárcel
que libera (“Me siento prisionero…”) y la humildad se convierten en una pulsión
indistinguible en cuanto los rastros supervivientes del primero se ocultan
entre una oscuridad de esencia tan inadvertida que podría pasar por dolor (En
la oquedad que guardan la soledad y el hielo,/veo signos de vida,/se yerguen,
danzas tímidas,/simientes de mañana). Como parte de esa modestia, el “fuerte”
solo lo es en apariencia pero acepta su rol por generosidad asumiendo el riesgo
de que su propio desgarro pase inadvertido (qué pertinente y hermoso es el
verso de Rafal Soler sobre la discreción del “cuidador”).
Lo que podría resultar más prototípicamente elegíaco no degenera
en angustia porque el tiempo se ha ensanchado con la convicción ilusionante con
que se afronta (Tal vez los días/sean perecederos./Sí, mas no importa./Ahora la
pasión/embriaga mis sentidos y mi sangre). También porque la serenidad
aprendida ante el tiempo se combina con la expectación ilusionante de si
existirá “otra más alta vida” (en palabras de Gamoneda) tras esta que a menudo
nos hiere (“Suspiraban los árboles al final del verano…”)o con el “eterno
retorno” que ejemplifica la naturaleza (en el magnífico soneto sobre los
chopos) y con esa sensación de que cada hombre es todos los de la historia y su
consecuente relativización de la muerte (“Este libro ya no es viejo…”) que también
le permite, aparte de por el tratamiento de cuestiones universales, de
calificar de “viejo” a su propio libro aunque sea el más reciente.
Apunta en ocasiones un tono reivindicativo pero no con una
intención pedagógica ni ideológica y menos aún de “panfletarismo”. La apelación
a la mujer en “Saca tu manto de esperanza…” es más de tipo general y humano,
incitación a la libertad y la felicidad, más que propiamente “feminista” (el
ecologismo parece más explícito en el poema sobre la rosa que citamos a continuación).
También es singular cierto “neoplatonismo” en “¿De qué te sirve la rosa…”,
donde la flor no es tanto testimonio de lo divino o espiritual sino de un
brillo que reside dentro de nosotros mismos y que esa naturaleza invita a
descubrir para que luego germine con placer indiscriminado. Igualmente, es
continuo un rechazo de la abstracción o la ambición de convertir la vida en
pulso hacia grandes conquistas materiales o intelectuales para, como en una oda
nerudiana, paladear la totalidad en los detalles de la vida cotidiana (Tan solo
nuestros ojos disfrutan de su hermosura/del aliento, el perfume, de la luz de
la rosa/y de cosas sencillas, cotidianas:/ver un amanecer, sonreír, dar las
gracias,/escuchar lo que cuentas…/un gráfico de penas y alegrías,/no existe
nada más, así es la vida).
En cuanto al estilo del poemario, es constante el uso de la
simbología. Desde los dos elementos que dan título al libro (Maraña define
certeramente esos “baluartes” como no fortalezas inexpugnables sino casas con
interiores, donde la palabra conduce la electricidad moral que alumbra a sus
moradores en la lucha entre luz y sombras), el motivo de la casa y su
aproximación al sólido cimiento de consuelo que nos aguarda en la palabra o las
aves como heraldos de una espiritualidad que a la vez que las eleva tiernamente
las hiere (Llegan aves heridas/por las íntimas luces de regiones secretas/se
desorilla el día en finos hilos,/hebras deslavazadas). El vestido parece aludir
a una identidad que se dañó pero puede ser rehabilitada con su terca fe en la
esperanza y el talento para reinventarnos hasta que se convierta en una costura
indistinguible de la piel. El soneto se utiliza como estrofa de remate de cada
una de las tres secciones del libro, convirtiéndose a la vez en un hilo de cohesión
estructural y en síntesis de las enseñanzas vitales apresadas en la meditación
y el oficio de expresarlas.
Repunta una ambigüedad espontánea en textos de tono apelativo
tejido, como en “Como se renace de nuevo…” entre el temor de no ser escuchado
ni comprendido, que podrían aplicarse tanto al amor como a la poesía (… o a la
propia vida) y por tanto tener a la vez destinatarios humanos o abstractos,
como en “Años llevo mirándote a los ojos…” o “Te hablaría de Heráclito…”, sobre
la cerrazón a la esperanza, solo conjurable con una sugestión para la serenidad
como la que describe justo el siguiente poema, que podría ser de la propia
esperanza o de un lector desconsolado.
Pueden encontrarse intertextualidades que nos llevan a Claudio
Rodríguez (una “recurrencia” más afectiva que literaria en la obra de Manuel),
San Juan de la Cruz, Juan Ramón Jiménez o el Romancero Viejo (en el poema en
que afirma sentirse como aquel que escuchaba el dulce canto/del ave que matara
un ballestero). Y repunta continuamente un intenso sensorialismo, más explícito
en poemas próximos a una delicada poesía erótica (“Deseos recorren mis
sentidos…”) que no solo es un recurso de estilo sino que sirve también para
afianzar las ideas sobre la serenidad y el goce implícito en saber valorar lo
más cotidiano que son recurrentes en el libro. Incluso las “atmósferas”
otoñales (“Por el cielo de otoño, noche oscura…”) se ligan más a un conformismo
existencial de corte guilleniano que al sufrimiento, al igual que las
relacionadas con el silencio y la quietud (“Silencio amurallado…”).
En conjunto, quizá estemos ante uno de los libros más reveladores de su personalidad y de su manera de trabajar y afrontar la escritura de toda la trayectoria de Manuel. Sencillo pero hondo, siempre atento a una apelación a lo que sobrevive íntegro en nosotros a pesar del desahucio del tiempo que no necesita para él mismo, inclinado a la luz por vocación y propia esencia, sino para todos los que a su alrededor nos mostramos a menudo rotos o dubitativos de nuestra propia energía para resistir. Y ahí radica la grandeza de su regalo escrito y su persona. En la de ser una conciencia perpetuamente encendida, velando como un amor responsable, de la fragilidad que le rodea.
Rafael Escobar Sánchez
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FERNANDO FIESTAS
Con Félix Maraña |
Repito: muchas gracias a todos y muchas gracias también a Félix Maraña por escribir el prólogo para Baluartes y violines y por muchas más cosas más cosas
" Para mí es un
motivo de orgullo y satisfacción, pero de la de verdad, la publicación de este
nuevo poemario de un poeta y cantor de la poesía de todos. Cierto día dije que
había que nombrar a este hombre Cónsul General y Permanente de la Poesía, por su
labor persistente y constante en la difusión de la poesía de todos. Este libro
es un manual para el entendimiento, la comprensión, la superación y la cura de
la depresión.
Sólo quiero llamar la atención sobre el libro de poemas de Manuel López Azorin , que es un ejercicio de madurez, formal, poética y vital. Un libro de poemas para ayudarnos a sentir sin sufrir, a respirar sin trabas, a soñar sin necesidad de dormir, a dulcificar el presente y a sentir nostalgia, no del pasado, sino del futuro. Para todo eso y para mucho más: este libro certifica que dentro del mismo palpita un hombre que tiene corazón en donde hay que tener, un hombre que, por demás, tiene varios corazones: en los pies, en las manos, en el cerebro y en el pensamiento.
Félix Maraña
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Lo dicho para todos y para ti Félix: Gracias
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