miércoles, 20 de octubre de 2010

LOLA VICENTE: Egelasta




Lola Vicente (Yecla, Murcia, 1942) me envió su libro, Egelasta (Cylea Ediciones) hace un tiempo. El título ya me pareció curioso y vine a saber que decir Egelasta es decir Yecla, su tierra de nacimiento, su lugar de origen.

Rainer María Rilke creo que solía decir que la verdadera patria del hombre era la infancia, Rafael Montesinos unía la infancia a la tierra, al origen, y algunos pensamos que además de la infancia y la tierra, el lenguaje es también la patria del hombre.

Lola Vicente en su Egelasta, como más o menos viene a decir Mercedes Molina Mir en su introducción, crea un universo poético fundiendo la tierra con la memoria del padre ya ido, ya formando parte de esa tierra y, desde un reposado dolor, en siete cantos que contiene el libro, canta lo perdido, es decir conforma una elegía de su raíz familiar, de su tierra de origen, de tiempo de pan recién cocido y evoca la memoria, a través de la palabra escrita, que es una historia de amor filial y de amor a la tierra. La figura paterna, principalmente, y la Yecla de su origen quedan unidos para siempre en un lenguaje de naturaleza de ausencias con brevedad en los poemas y con libertad de expresión.

Yecla y el padre, unido ya a esa tierra, forman un solo barro, una sola memoria que llora lo perdido, que canta lo perdido: ¿Es la risa, sus lágrimas o es canto / que amortigua los sones del rescoldo?. Como canto, a través y gracias al lenguaje, uno y otra continúan vivos: Prosigues dueño y solo / en el gélido helor de las baldosas, canta con relación al padre Y persisten los montes y los pinos / particularizando tus perfiles/ de todos los inviernos. Dice con relación a Yecla. Lola Vicente, en este libro nos va cantando, en una buena mezcla de heptasílabos y endecasílabos blancos, la fusión de Egelasta-Yecla con la figura del padre.


El eco del pasado, un pasado que fue un huracán de mirtos. Fue muy largo aquel tiempo / – nos dice – y después,, poco a poco, / volvió a anegarme el agua de la vida. Hoy, pasado ya el tiempo, abre los ojos y piensa mientras escribe: Nunca tuve un presente más intenso.

"Nacer para morir, así es la vida" escribí en un poema. Lola Vicente como sujeto poético de esta Egelasta viene a decir: Y le dijo la tierra: / al fin vuelves a mí. Cuando se fue su padre Con la noche, poco a poco, / el dolor se hizo pardo/ y el aire se hizo grito. Y frente al estupor, frente al dolor primero, la pregunta ¿A dónde, dónde estás, por qué te has ido?. Y no hay respuestas y El ánimo semeja / vibrar en el compás / de la estación que ocupa, / en la arruga del frío, y a falta de respuestas pierde los azules la mañana; pero la madre, "como si nada hubiera sucedido" amasa la pena y el desorden como: pan reciente para los desayunos.

Hace tiempo, en otro poema, escribí: "somos memoria y olvido" y la autora se refugia en la memoria para sentir al padre En el lebrillo que rebosa ausencias. La memoria, el canto, consuela, acerca lo lejano, lo ausente, aunque la realidad le diga: ya nunca volverás para cantarme. Entonces, pasado el tiempo, cuando se asume lo perdido, la canción se vuelve canto atemperado y fervoroso que se nos escapaba sin remedio / la vida con las horas / y no iba a ser posible otro verano.

La figura materna, alrededor del fuego de la vida (De cisco o de picón) resultó puntal de un tiempo que concluyó cuando el desorden y la pena se quedaron en el fondo del alma, de la memoria, del tiempo.

Diminutivos como solecico, el campico, palabras evocadoras de un lugar y de un tiempo como abuchábanos , alpicoces, la perseguera, bambolla, escorzonera, chinarro, terrones, aljibes… unen la familia con la tierra a través de este lenguaje suyo hecho verso. Todo vuelve a ser mío. / Abandoné el dolor como si nunca / hubiera sido estable. (…) He creído escuchar que me llamabas; (…) ¡Cómo bromea la imaginación! (…) Te fuiste para siempre de Egelasta (Decido no pensarte). ¿No pensarle? Y sitúa al padre junto a lo más profundo/ y lo más positivo: En Egelasta, la tierra de Yecla, Eres parte de Yecla,/ del sueño de Egelasta,/ del arrullo de soles,/ de invierno a medio día…/ del calor de memorias. Fundido ya con ella para siempre.
Lola Vicente ha escrito un libro, como diría Claudio, de salvación. En él, salva su tierra del olvido. En él se salva a sí misma y mantiene viva la memoria familiar. Y en él, finalmente, rescata, salva también, parte del lenguaje. No es poco para esta luchadora mujer, mujer editora junto a José López Rueda de ese proyecto, ya real, de Cuentos para... No es poco, ni mucho menos.

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