Memoria Poética.
Carlos Bousoño: La eterna primavera II
Cuando
Carlos Bousoño contaba dos años sus
padres se fueron a vivir a Oviedo, allí transcurrió su niñez y adolescencia.
Los dos primeros años de la carrera de Filosofía y
Letras lo hizo en Oviedo y, a los veinte años, se trasladó a Madrid licenciándose
en la Universidad Central (Universidad complutense de Madrid después) en 1946
con Premio Extraordinario. En 1949 se doctoró en Filosofía y Letras en la UCM,
con una tesis doctoral
(la primera sobre un escritor vivo en España) sobre la poesía de Vicente Aleixandre ( Premio Nobel de literatura en 1977.) La tesis de Carlos Bousoño fue publicada con enorme éxito (La poesía de Vicente Aleixandre, Ediciones Ínsula. Madrid, 1950) y aún continúa considerándose el mejor y más profundo estudio sobre la poesía del gran poeta sevillano del 27
(la primera sobre un escritor vivo en España) sobre la poesía de Vicente Aleixandre ( Premio Nobel de literatura en 1977.) La tesis de Carlos Bousoño fue publicada con enorme éxito (La poesía de Vicente Aleixandre, Ediciones Ínsula. Madrid, 1950) y aún continúa considerándose el mejor y más profundo estudio sobre la poesía del gran poeta sevillano del 27
La obra poética de Carlos Bousoño es abundante. Su primer poemario es de 1945, Subida al Amor (Adonais), libro existencialista y reflexivo o lo que por aquellos años se dio en llamar “poesía del desarraigo”.
Corriente de los jóvenes poetas que, tras la guerra civil, optaron por una poesía que cantaba la realidad y que asumieron dramáticamente el conflicto entre una visión existencialista de la vida y una profunda fe religiosa en un tiempo donde la exaltación de la fe, la patria y la naturaleza predominaba entre los poetas que fundaron las revistas Escorial y Garcilaso. En la misma línea del primero y cerca de cierto misticismo siguió el libro que me recomendó Claudio: Primavera de la muerte, éste libro y Subida al amor fueron reeditados juntos con el título Hacia otra luz en 1950.
De su obra
poética cabe destacar Oda en la ceniza (1967), premio de la Crítica,
1968), Las monedas contra la losa
(1973), premio de la Crítica, 1974), Metáfora
del desafuero (1989), premio Nacional de Poesía, 1990. Este libro que
en principio Carlos Bousoño había titulado “La fábula y el estertor” y que
finalmente cambió por Metáfora del desafuero fue un poemario con el que nos
ofreció una plena madurez creativa y expresiva. Un libro de síntesis en la que
poemas de conceptos opuestos: inspiración y falta de creatividad, amor y
soledad, placer y sufrimiento, se enfrentan.
El poeta reflexiona sobre el lenguaje poético, sobre el tiempo con diversidad de tonos y con precisión en la versificación de los poemas, ya breves, ya extensos, de este poemario. Y siempre presente, como en el resto de su obra, la preocupación existencial.
El poeta reflexiona sobre el lenguaje poético, sobre el tiempo con diversidad de tonos y con precisión en la versificación de los poemas, ya breves, ya extensos, de este poemario. Y siempre presente, como en el resto de su obra, la preocupación existencial.
El ojo de la aguja (1993), fue su último libro
publicado. Recuerdo su presentación el 2 de marzo de aquel año, cuando aún era
inédito, en la Tertulia Literaria Hispanoamericana que dirigía el poeta y
ensayista Rafael Montesinos. El poeta, entonces, dijo de su libro: “El
arte y la poesía son melancólicos sustitutivos de Dios. Así, concibo la poesía
como una sustitución de un ser supremo que nos salve”. Tras estas palabras
añadió: “Yo soy un estoico a quien no le da miedo la muerte. Vivo su cercanía
intensamente, pero no con desesperación”.
Cuando Tusquet publicó el libro, en septiembre de 1993, las dejó reflejadas en la solapa añadiendo: “Probablemente el que, paradójicamente, se desprenda de su lectura un extraño sentimiento de serenidad, como si, convertidos en videntes gracias al conocimiento que nos brinda, accediéramos, a través de ese bíblico ojo de la aguja, a un amplio dominio, hasta entonces desconocido, se debe a que los poemas de El ojo de la aguja han sido escritos desde esta lúcida cercanía, algo fúnebre, trágica.”
Cuando Tusquet publicó el libro, en septiembre de 1993, las dejó reflejadas en la solapa añadiendo: “Probablemente el que, paradójicamente, se desprenda de su lectura un extraño sentimiento de serenidad, como si, convertidos en videntes gracias al conocimiento que nos brinda, accediéramos, a través de ese bíblico ojo de la aguja, a un amplio dominio, hasta entonces desconocido, se debe a que los poemas de El ojo de la aguja han sido escritos desde esta lúcida cercanía, algo fúnebre, trágica.”
En este año de 1993 le conceden el
Premio Nacional de las Letras por el conjunto de su obra. En ella, sin
abandonar nunca su raíz existencial, su estilo fue evolucionando y se hizo menos sobrio y con una mirada más solidaria.
Carlos Bousoño estaba casado, desde 1976, con una exalumna suya natural de Puerto Rico, Ruth, con la que tuvo dos
hijos.
Su larga enfermedad le impidió, en los últimos años,
trabajar y relacionarse. Yo sabía de Carlos por Clara Miranda, mujer del
poeta Claudio Rodríguez, buenos amigos siempre y si alguna vez me
encontraba con Ruth, le preguntaba por este poeta, este hombre sabio,
brillante, amable y solidario (especialmente con José Hierro aunque luego éste no pareció corresponder al que un día se prestó a venir a Tertulias de
Autor, no sólo para leer sus poemas sino para apoyar el mantenimiento de su premio y a la poesía.)
Así era Carlos
Bousoño, el poeta que me salvó un día de tener que responder a la
embarazosa pregunta que a menudo me hacían: ¿Es usted familia de Azorín? Cuando
esta pregunta te la hacen personas ajenas al mundo de la literatura, uno puede
entender que, tal vez, no sepan que el gran escritor que fue José Martínez
Ruiz, ese era su nombre, firmaba sus libros con el seudónimo Azorín y
naturalmente como tal se le conoce. Lo que ya me parece mas “extraño” es
que alguna persona del mundillo
literario, escritor, para más señas, me lo preguntase en una ocasión. Para mi
resultaba tremendamente embarazoso explicarle que Azorín no se llamaba Azorín. Menos mal que en aquella ocasión Carlos Bousoño, que
se encontraba a mi lado, me liberó para siempre de semejante situación
diciendo: “No señor, Manuel López Azorín es el verdadero Azorín”. Desde
entonces, cuando alguien me pregunta si soy familia del escritor Azorín suelo
contestar lo siguiente: Carlos Bousoño
dice (decía) que yo soy el verdadero Azorín y, de ese modo, resuelvo una situación que para mi siempre resulta embarazosa. Muchas gracias querido Carlos.
Carlos Bousoño en su casa (Foto Gema 1994) |
El poeta y profesor Jaime Siles nos ha dicho sobre la obra de Carlos Bousoño: “La obra de Bousoño describe, pues, una trayectoria dirigida por el cuestionamiento del ser como existencia y de las cosas como idioma de su y mi emoción. Y eso explica la primacía, cada vez más visible, no de las causas, sino de los efectos, y el paso de la realidad, como inventario, al de la vida como receptáculo de lo que en ella pasa, que es —y es sólo— la emoción.”
En 1998 Tusquets Editores, publica la poesía completa de Carlos Bousoño con el título genérico de Primavera de la muerte. Poesías completas (1945-1998)
La obra de un buen poeta que quizá por su gran reconocimiento como investigador de la teoría poética, muchos no alcanzaron a reconocerla como él hubiese querido que lo hicieran.
Ahora, me consta que Ruth está trabajando en la obra de Carlos y es de suponer que saldrá algo en breve.
Os dejo aquí el poema que dio título tanto a aquel libro publicado en 1946 como a su poesía completa.
La obra de un buen poeta que quizá por su gran reconocimiento como investigador de la teoría poética, muchos no alcanzaron a reconocerla como él hubiese querido que lo hicieran.
Ahora, me consta que Ruth está trabajando en la obra de Carlos y es de suponer que saldrá algo en breve.
Os dejo aquí el poema que dio título tanto a aquel libro publicado en 1946 como a su poesía completa.
Primavera de la muerte
Y es que todo es la muerte, pero la muerte
es traspasada por
las cuatro estaciones,
y el cielo de azul inasible, de delicado
más allá
es, sí, la primavera de la muerte, sus
dones,
que en un tenue pasaje y terso viento va.
Oh este campo florido que hoy en mi ser se
enreda;
oh esta pureza que en la tarde miro.
Quietud inmensa. Plenitud. Retiro.
¡Humo que duerme en el confín de seda
más allá del suspiro!
Manuel López Azorín
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