Francisco
Caro Locus poetarum
El poeta
Francisco Caro (Piedrabuena, 1947. Ciudad Real), presentó ayer un nuevo libro Locus
poetarum (Editorial Polibea, Madrid, 2017) y esto que escribo aquí no
sé si es una crónica de lo que yo contemplé ayer en el escaso tiempo que estuve
en la presentación (irremediablemente tuve que ausentarme), o es una reseña
sobre este Locus poetarum (Lugar de los poetas para entendernos mejor) o qué
cosa es. Lo cierto es que ha salido así:
El lugar de la poesía (y de los poetas) ayer siete de enero de 2017, estaba en el sótano
(como suele estar casi siempre, que es donde parece que algunos quieren que esté; pero la poesía, a veces, tiene la capacidad del aire y por mucho sótano que la pongan sale como brisa acariciadora, o como viento de furia y se expande por todas parte mal que les pese a los que quieren dejarla -y dejarnos- en el sótano), del Centro de Arte Moderno (Galileo, 52,
Madrid).
Un lugar recogido, de paredes impolutas repleto de poetas (además de los madrugadores que pudieron ocupar las sillas dispuestas para la ocasión, había poetas de pie apoyados en las paredes, los que llegaron a la hora en punto del acto, sentados el suelo ocupando los pocos huecos que quedaban libres para el paso y, los retrasados, sentados también, en el breve pasillo y en todo el tramo de escalera que conduce desde la librería al sótano), poetas amigos, poetas jóvenes y no tan jóvenes que se acercaron a dar calor , a escuchar , a un poeta tardío que presentaba un nuevo libro de poemas que, según este poeta, son “apuntes y ejercicios de clase”, una clase, o mejor dicho un curso por trimestres en el que un Maestro (“Ya en la primera / clase el Maestro / nos hizo una advertencia”) Un Maestro, digo porque me lo dijo el poeta, que es el conjunto de muchos, es decir un Maestro colectivo.
Un lugar recogido, de paredes impolutas repleto de poetas (además de los madrugadores que pudieron ocupar las sillas dispuestas para la ocasión, había poetas de pie apoyados en las paredes, los que llegaron a la hora en punto del acto, sentados el suelo ocupando los pocos huecos que quedaban libres para el paso y, los retrasados, sentados también, en el breve pasillo y en todo el tramo de escalera que conduce desde la librería al sótano), poetas amigos, poetas jóvenes y no tan jóvenes que se acercaron a dar calor , a escuchar , a un poeta tardío que presentaba un nuevo libro de poemas que, según este poeta, son “apuntes y ejercicios de clase”, una clase, o mejor dicho un curso por trimestres en el que un Maestro (“Ya en la primera / clase el Maestro / nos hizo una advertencia”) Un Maestro, digo porque me lo dijo el poeta, que es el conjunto de muchos, es decir un Maestro colectivo.
Un Maestro, digo otra vez, que aconseja ( o simplemente muestra) sobre la poesía tratando
de hacer distinguir entre el poeta de voluntad y el poeta verdadero, para dirigirlo con sus enseñanzas hasta el
Locus poetarum y una vez allí dejar que vuele libre.
Y este alumno de Locus poetarum vino a mostrar su voz, a enseñarnos su aprendizaje, a ofrecernos su palabra pura, verdadera , limpia de nexos para ofrecer el verso más denso, plena de sugerencias, diciendo sin decir para llevarnos a la luz de su palabra, para mostrarnos todos sus referentes (de un Maestro colectivo solo se puede esperar un alumno con muchos referentes, un alumno que bebe muchas aguas y se sacia con ellas); pero, confiesa este poeta, y lo habrá dicho esta tarde cuando haya empezado a confesar que la mitad de los poemas de Locus poetarúm hace tiempo se amotinaron, tenían prisa por salir a la página y fueron a otros libros del poeta. Arrepentidos hoy y sabiendo que su lugar es este libro regresan, se incorporan, y el padre los recibe y los perdona como si de hijos pródigos se tratara porque sabe también, que este Locus poetarum es su lugar, el suyo y el de la otra mitad de los poemas que fieles, han permanecido ocultos, junto al padre, hasta el día de hoy (sin contar otros tantos poemas que, por timidez o inseguridad, han declinado acudir a la llamada de publicación y continúan a la sombra del padre que, dadas así las cosas, procurará animarles a vencer la timidez y/o a darles mayor seguridad en adelante.
Comenzó a las ocho p.m. Habló el editor como suelen
hablar los editores, habló el ilustrador de la portada y el interior: Javier
Delgado, poco, bien y agradecido. Hermosa acuarela en la portada y retrato del
poeta en el interior. Habló el prologuista: José Cereijo que nos dijo haber
pagado –con el prólogo– una deuda. Aclaró: "cuando conocí a Francisco Caro me cayó
bien, era amable, simpático," dijo. "Más tarde supe que escribía. Lo leí y me dije:
y además escribe bien." José Cereijo en el prólogo nos dice
que “El poema es una lucha: con las palabras que lo componen en primer lugar,
pero también con la realidad misma de la que parte y que aspira a desnudar, a
revelar (y lo dice con dos versos de Caro): “Poesía es también y desde Homero /
un acto de legítima defensa.” (“Testigos
del suceso,/ de la espera,/ vinieron a
ofrecerse /los pronombres// entonces derramaron / sobre los folios sal, /
labios, azul, contigos.)
Tomó la palabra Rafael Soler que ejercía de
presentador de este poeta tardío que sin prisa pero sin pausa ha sabido ganarse
amigos y espacio en un lugar (este de los poetas) poco amigo de cederlo; pero
Francisco Caro es verdadero como persona y como poeta, un poeta que gusta de
Blas de Otero como referencia y que, al tiempo, aprende de todos los poetas desde
el nacimiento de la poesía hasta hoy mismo.
Cuando Soler hablaba del lugar de los poetas, cuando
nos decía que Caro era un poeta
verdadero, cuando nos contaba que en Locus poetarum estaba el homenaje de Caro a los poetas que le han servido para
escribir…tuve que ausentarme, lo hice casi saltando por encima de los que se
hallaban sentados en el suelo y ocupando todo el tramo de escalera que conduce
a la planta de calle.
No pude quedarme para escuchar al amigo, al poeta
verdadero que es Francisco Caro, pero yo
sé bien que este poeta,
de un modo u otro nunca me decepciona porque, ya lo he dicho en otras ocasiones: cuando escribe y toca
lo erótico, saber manejar con precisión y elegancia la sugerencia y la desnudez
directa y enllamararla (Plural
de sed), como sabe igualmente hacer hondas reflexiones
sobre lo poético y lo vital (Cuerpo, casa partida ),o escribir la
mirada del hombre sobre los instantes y sobre los espacios (Paisaje
en tercera persona, 2010), o ejercitarse en un múltiple desdoblamiento para mostrarnos una poesía humana
repleta de historia, de cultura y de vida fundidas entre sí,(Cuaderno de
Bocaccio, 2010) o como en
este caso de Locus poetarum , mostrarnos que un poeta verdadero, también es juego
y rigor, divertimento y reflexión, técnica y emoción, cerebro y corazón dándonos su visión de lo que debe ser la poesía y dónde debe estar el lugar de los poetas…
y ahora cuando lea este Locus poetarun detenidamente a lo mejor escribo
algo.
Manuel López Azorín
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