martes, 6 de febrero de 2018

Francisco Caro: "El oficio del hombre que respira"











Francisco Caro: El oficio del hombre que respira


 
Francisco Caro (Piedrabuena, Ciudad Real, 1947.) El oficio del hombre que respira,  Premio Antonio González de Lama, publicado por Eola Ediciones. León, 2017, es el último libro  de este profesor de Historia  que nos viene ofreciendo una poesía sugerente, intimista y meditativa, una poesía de memoria y de naturaleza, de paisaje interior y exterior, una poesía  de amor y de tiempo,(un tiempo  que pasa fugaz y a la vez inmóvil), una poesía  con palabras cercanas, cotidianas, palabras de diario, sin algaradas, palabras en las que por su sencillez, su pequeñez, contienen las más  vibrantes emociones, una poesía que alumbra la luz del tiempo, la luz de la poesía de verdad.


El título es de una cita del poeta Luis Feria “A la caída de la tarde / amar la vida largamente es todo / el oficio del hombre que respira” y ya en esta cita podemos ver  que lo cotidiano de la vida y su lenguaje,  sus palabras, son el verdadero oficio de amar, de recordar, de escribir (y hacerlo  en verso blanco con medida y con ritmo, destilando emoción, disfrazando alguna estrofa clásica…), y de vivir. 

 

Y este libro va de todo eso: del amor y sus antónimos, de los días sucedidos y  de los recuerdos, del valor  del lenguaje, de la importancia de la raíz y de los oficios del diario vivir. Ese vivir de las pequeñas cosas en la que la escritura  se vuelve vida trastocada, memoria viva,  que envuelta en la palabra  que conforma el poema se convierte  en el abrazo callado del oficio de escribir, del oficio de vivir.

 La naturaleza se integra en el verso, en el poema que nos habla de lo rural y no de lo urbano. Francisco Caro siente el poema como un reflejo de la encendida existencia rural, en la que la luz y la sombra envuelven el tiempo y la vida que es a la vez  que amor, desamparo, a la vez que refugio y casa y patio, campo abierto, sin horizonte.

 

Y en ese transcurrir de la vida y la memoria, entre aquellas palabras del agua ya bebida, leída, sentida, surgen las fuentes que calmaron la sed en otros tiempos y si el título es un préstamo del poeta Luis Feria, los referentes, poetas  como los argentinos Borges y Juarroz o el leonés  Antonio Colinas, o el salmantino Aníbal Núñez , son  ahora, en este libro, parte de las aguas que el poeta bebiera buscando en sus lecturas encontrar lo invisible en lo visible. Buscando en su escritura, en ese oficio de escribir la vida con sus luces de amor y sus sombras de desconcierto “Entonces escribir, / tan solo entonces / desbrozar la espesura, lo amagado, / conocer el adentro; / saber si vivo”. Y dialogar  con la fugacidad del tiempo y contemplar la hermosa belleza de lo cotidiano y abrazarse a la memoria y al paisaje y al amor y comprobar la erosión de los recuerdos  y preguntarse  “Miro el fuego, confundo / el acto de quemar y el hecho de vivir, / el ruido de la lumbre y la memoria “.  
 
Y el poeta nos muestra la vida como un viaje de precisos lugares, Copenhague, Reggio, Trieste, Calabria, para decirnos: “Vivir es esto, / un viaje sin excusa,/ un reto de distancias, nunca quise/ ser transeúnte roto en sus caminos.” Un viaje donde dialoga con el amor, con lo pasado, lo sucedido, donde la memoria nos acerca la vida ya vivida. Y en este viaje de lo vivido queda en lamateria de los sueños la evocación de un tiempo que al escribirlo se torna elegía y celebración.

 

 “Lenta / y oscuramente trama, dice ///esa oruga que orada / la voluntad del olmo que la aloja / y con sosiego roe / la desnudez del árbol (…) Como callado oficio / del hombre que por mi respira / así me escribo.” Y en este oficio de escribir que nos ofrece Francisco Caro, excava “olvidos y presentes” mientras agosto se derrama y él contempla,  al caer la tarde, quizá en su patio interior de Piedrabuena,  el piar de los gorriones en un ciprés. Es entonces  que a través de esta imagen nos deja escritas sus palabras en el papel, con este hermosísimo poema que incluyo abajo, para  que sepamos el milagro de su existir, para que escuchemos  su revuelo y su canto  tal y como lo ha percibido el poeta. Para darnos a la reflexión, a la meditación mientras “Va la tarde al secreto”  y él (vive), escribe.

 

Desde el ciprés

El sol cede y escribo.
Desde la mesa he visto
en tropel, diminutos,
acudir los gorriones
al árbol donde guardan,
cómplices del instante,
de la luz como rito,
el cansancio del día
no impide su canción.

Va la tarde al secreto
y yo mientras escribo.

Con el lápiz pretendo
dibujar en la hoja
donde crece el poema
el amparo, la forma,
la sombra del ciprés.

No deseo añadir
oscuro a las palabras
que acudieron, pequeñas,
para salvarme sino
que sepan del milagro,
que en el papel escuchen
un revuelo y un canto
como el que escucho yo.



Y es en esa reflexión, donde la poesía se nos acerca para ofrecernos su luz y su consuelo con un lenguaje  sin oscuridad que da sentido  al hecho de vivir, y de escribir. Un patio interior y un mes de agosto en su pueblo natal  le sirven al poeta  para  decirnos  que no va a dejar  que le cerque “la costra del futuro”,  él quiere seguir vivo y vivir escribiendo “hasta lograr que para/ mi cuerpo sea/ merecido el amor.”   Escribir, y vivir,  porque escribir es saberse. “y esperar es saberme/ entre lo no acabado.”

                                       Manuel López Azorín



1 comentario:

fcaro dijo...

No sólo lees, analizas, comentas, sino que te preocupas de buscar la luz y el color del territorio donde han podido surgir los poemas. El hombre que respira te da gracias y te acoge con un prolongado abrazo de amigo, poeta Manuel.