viernes, 27 de abril de 2018

Francisco Jiménez Carretero : "Y no te vi, Señor, y estabas…"





Francisco Jiménez Carretero: Y no te vi, Señor, y estabas…



"Te doy gracias, Señor, por tantas cosas 
que a menudo rozamos en la tierra
sin pararnos, apenas, un instante
a tratar de entenderlas."
Francisco Jiménez Carretero (Barrax, Albacete, 1948), tuvo la fortuna durante el último trimestre de 2017 de publicar dos libros. El primero fue Las horas sin dueño que había sido merecedor del Premio ALCAP Internacional de poesía 2016 (de este ya di cuenta de él en este blog), el segundo Y no te vi Señor, y estabas… libro que fue finalista del "Premio de poesía mística Fernando Rielo" y presentado en Madrid el 2 de febrero. Tras las palabras de los poetas  Francisco Caro y Antonio Daganzo, encargados de la presentación, el autor me envió un ejemplar que ha sido publicado por Ediciones Vitruvio y que temáticamente, ya el título nos lo desvela, tiene la inquietud que sintieron Teresa de Cepeda y Juan de Yepes:

 Del fraile  San Juan de la Cruz, el más alto poeta de la mística cristiana, toma Jiménez Carretero unas citas para abrir esta búsqueda que sueña hacerse viento en las alturas, acercarse y darle alcance al Amado, aunque leído este libro el sujeto poético se quede en la primera vía mística, la purgativa, aspirando o soñando, eso sí, a ser digno de superar la iluminativa y llegar finalmente a la unitiva,
Tras las citas, a manera de introito, un soneto, dice él, desacompasado que no deja de ser un soneto perfecto en su ejecución y estructurado a la manera clásica, porque todo el soneto está escrito así aunque disfrazado a modo de parecer no serlo.


Todo el poemario está escrito con verso formal ya con estrofas concretas como la del soneto, ya disfrazadas, ya versos blancos, es decir versos  medidos pero sin rimas, o con leves rimas asonantes a veces. Versos en fin en los que por su forma y medida llevan implícitos el ritmo, la cadencia, la musicalidad que , a veces, en otros tipos de poesía de ahora, no terminan de darse.
Así pues Jiménez Carretero, mediante la contemplación y la meditación (que también es una manera de orar) trata de “pasar el trance” y llegar, alejado de los apegos sensitivos que provienen del cuerpo, y ya, limpio de alma, como hombre bueno alcanzar la siguiente vía:

"¿Cuento yo acaso entre esos hombres buenos?
Si no es así, Señor, procura al menos
darle a mi proceder luz y razón."

En palabras del autor del Cantico espiritual: “un trascender del todo, donde el amor total por Dios y la creación llevan a sentimientos superiores de vida.” Y esa privación corporal, esa oración y ese trascender conducen a la "esperanza".

"La vida es el compendio de la duda,

inevitable angustia y luz desnuda  

ante la voz que clama en el desierto."


Alcanzar la vía iluminativa es entregarse a la “sabiduría oscura o secreta”, esa que se sabe sin necesidad de entender y que en la mística  es llamada la "fe". Pero aun con la Fe resulta difícil llegar hasta ella.
                    " Estamos sumergidos
en una indiferencia calculada 
donde cualquier atisbo de bondad
acaba ahogándose."

De izquierda a derecha: Francisco Caro, F. Jiménez Carretero y Antonio Daganzo
 
La mística se basa en la idea de las tres potencias del alma: "memoria, entendimiento y voluntad ". Esta idea, que ya se encuentra en Platón, se viene dando en las religiones monoteistas de modo que la mística la encontramos en la judaica (la Cábala), la musulmana (el Sufismo) y en la cristiana.  El cristianismo la relaciona con las tres personas que componen la Trinidad y de ahí surge la Esperanza en la vía purgativa, la Fe en la iluminativa y finalmente la Caridad en la unitiva.

"Y de nuevo ante ti,
por si pudiera
oír el eco de tu voz vibrante
que me hiciera alcanzar en un instante
la antesala divina de tu espera.
Si supiera encontrarte
tras la espera
que trenza el resplandor más rutilante,
si pudiera,
teniéndote delante,
aun sin verte, sentarme en tu ribera."

El sujeto poético de este libro, en su búsqueda, pone la vista alta, lejos:“allí donde se palpa el cielo azul” y se pregunta: "¿En dónde el corazón aquel del niño?,/ ¿En dónde está la flor de su inocencia?" Y se hace estas preguntas porque quiere, mas no se atreve y busca, mira y no encuentra y no ve. 


 Y en esa búsqueda el sujeto poético no parece  tratar de que su espíritu alcance la perfección moral y ética de la ascética, lo que trata en su búsqueda es de  encontrar (o quizá sería mejor decir anhelar, soñar), y superar la parte purgativa de la mística. 

"Me roza la mañana con su aliento,
 si pudiera
tan solo hacerme viento
y alzarme en vertical
cielos arriba,"

Aquello que en palabras de San Juan de la Cruz decía: “Hay que perder el gusto por el apetito de las cosas.”  (“Mientras la poesía ascética centra sus esfuerzos en que el espíritu pueda alcanzar la perfección moral y ética, el misticismo trata de expresar las maravillas que los privilegiados experimentan en su propia alma al entrar en comunión con Dios” El objetivo en la mística pues es superar lastres vía y conseguir alcanzar la unión del alma humana con lo sagrado.)
 
Los contenidos de la mística tratan sobre el amor humano y las vivencia que los creyentes despiertan y alcanzan tras alcanzar la comunión con Dios. Esta experiencia, se dice,  no depende del hombre sino sólo de Dios. En este sentido, el autor es sólo un medio de expresión y como medio de expresión, el hombre, el poeta, al tiempo que nos muestra su fe, nos enseñas, sus miedos, sus dudas, la incertidumbre del vivir. Así su confesional manera de decirnos:

"si pudiera, Señor,
no sé si puedo
a veces las alturas me dan miedo
y mi vuelo se queda
en tentativa."

Y concluyo con la primera cita que Francisco Jiménez Carretero nos deja en este poemario de humanas y buenas intenciones, de deseos de  amor, de paz, de fervor, de "Esperanza" por contemplar un mundo y un hombre más bueno y nos deja su vacilante duda de poder esperar "solo este lance,"
como pudo nuestro magnifico poeta San Juan de la Cruz, pues fue "tan alto, tan alto, que le dio a la caza alcance."
     
                               Manuel López Azorín











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