David
Morello Castell: La mujer que abrazaba
los árboles
Se inicia este libro La mujer que abrazaba a los
árboles (Editorial Tigres de papel, 2019), con una cita de Antonio Gamoneda: Sentí crecer mi corazón, moverse / la
tierra, descender el río, y con un
breve poema del sujeto poético que es: “ el
cuenco de una verdad inclinada al desahogo”
por: “el dolor que tatúa la
ilustración del tiempo” y por: “La
cintura universal de la tierra y el
cuerpo”, rinde homenaje al amor y a la
sangre: “en una carta de ajuste
que deja la ausencia en la memoria/
notas de sangre en el fusilamiento del abrazo”
Es el hijo que evoca la ausencia del padre y el
dolor de la madre
que es al tiempo madre y árbol abrazada a los árboles, madre que:
“abre un diente de misterio en la luz” mujer del padre que es “la sombra y el amparo en la eterna paciencia de la madre”
y en la evocación del hijo. Un hermoso canto de amor-dolor en
definitiva hacia los progenitores.
que es al tiempo madre y árbol abrazada a los árboles, madre que:
“abre un diente de misterio en la luz” mujer del padre que es “la sombra y el amparo en la eterna paciencia de la madre”
y en la evocación del hijo. Un hermoso canto de amor-dolor en
definitiva hacia los progenitores.
Si en los anteriores libros de David Morello Castell (Madrid,1976), que componen esta trilogía, Retorno de la voz (2011): un libro sincero y honesto, que trata de la existencia vital de unas personas que sin ser representantes de acontecimientos sociales de importancia, sólo de las cosas sencillas, cotidianas, se convierten aquí en algo grande porque nos enseñan, nos trasmiten, las cosas esenciales de la vida. Un homenaje, en definitiva, a sus padres con poemas inmersos en un intenso aprendizaje que, partiendo de lo personal, a veces con intentos, otras con logros, llegan a lo colectivo. y Réquiem por un hombre cualquiera (2013): Un libro que dedicó a los que piensan, a los que sienten, a los que aman, a los que saben que la memoria no es rencor, a ninguna "sociedad desarrollada" y al hombre que fue su padre.
Ahora La mujer que abrazaba los árboles es el estallido del amor, de la vuelta a la raíz, a la sangre, al canto que – en el aire del poemario – envuelve la pena, el sentimiento de pérdida, de culpa, la infancia y el presente con el más hermoso y amoroso gesto, con la luz del más puro amor, el más grande homenaje a los creadores de la vida del sujeto poético.
Ahora La mujer que abrazaba los árboles es el estallido del amor, de la vuelta a la raíz, a la sangre, al canto que – en el aire del poemario – envuelve la pena, el sentimiento de pérdida, de culpa, la infancia y el presente con el más hermoso y amoroso gesto, con la luz del más puro amor, el más grande homenaje a los creadores de la vida del sujeto poético.
El libro está dividido en dos
apartados, con un poema introductorio y un epílogo: el primero, con 22 poemas,
es un diálogo entre poeta y la mujer que abrazaba a los árboles; el segundo,
con otros 22, un paseo por ese territorio de la reflexión sobre, vida, muerte,
soledad y desamparo.
La primera parte comienza con el
poema: “Soy la mujer”, una mujer “…que
vive en la eternidad de los suspiros”
árbol ella que abraza a los árboles, la hermosa metáfora de una
mujer que cuida y protege la vida de los
suyos, aun habiendo nacido “bajo las
lágrimas rotas del arce” porque esta mujer: “…coronaba con el escalofrío alegre de los humildes y un suspiro / el
azaroso asunto de estar viva”. Una mujer que ahora “…escucha las voces del dolor“ porque ha sucedido el tiempo y ya: “no crece en sus ojos más árbol que el
pasado” Y con el anhelo del abrazo
constante y la aceptación del destino,
junto a la cita de Gamoneda, le canta al hijo, transmitiéndole su
quebranto en esta copla que es como el quejío universal del pueblo llano en el destino de las gentes humildes: Ojitos míos,
llorad;/ lágrimas, tened paciencia,/ que quien desgraciao nace,/ desde chiquito
comienza."
La madre:"Nació bajo las lágrimas rotas del arce [yo era un niño].
Cuando la lluvia tenía la forma precisa de la lluvia
ella coronaba con el escalofrío alegre de los humildes y un suspiro
el azaroso asunto de estar viva".
Cuando la lluvia tenía la forma precisa de la lluvia
ella coronaba con el escalofrío alegre de los humildes y un suspiro
el azaroso asunto de estar viva".
El hijo rinde homenaje a la madre porque junto a
ella él es niño y es hombre y lejos de ella siente que:” lleva una zancadilla en los zapatos” y camina la vida, vive: “Un extravío de planetas”. Recorre en la
memoria ese tiempo de vida de dicha y llanto que acompaña al recuerdo, del ayer
al ahora, y de vez en vez, se detiene a descansar con su río de miedo, en el
regazo materno, y la abraza para llenar su corazón con la carne de sus ramas.
Libertad con ritmo y con emoción en los poemas y
poemas en prosa recorren este río de la
vida, este pequeño bosque de abrazados árboles,
y se crece el corazón y se mueve la tierra entre el amor y el miedo, la
ternura y el dolor, el sentido de culpa y el sabor de la dulzura que lo
alumbra: “A ti vuelvo la cara / a que me
encharques de luz con tu dulzura”.
El segundo apartado se abre con un poema al padre en el que la madre: “canta en el resto del paisaje” porque el sujeto poético, lleva con él “sus nombres por la oscuridad de lo bello”, un sujeto que ha entregado su aliento: “para tocar cuando no alcanzaba con las manos / lo que más he amado” ya que para él: “todo habita en un nido que tejió la sangre”.
El poeta reflexiona sobre la vida, la muerte, la
soledad: “La gente está muy sola”.
Medita sobre las pérdidas, ante el extravío de ellas porque: “Así en la pérdida / el abrazo ha de guiar
/al alba de otros pasos.” Y es que conviene meditar, detenerse: “Esquinar la sombra,/ interesarse en la
quietud,” y reflexionar hondamente porque: “Seguir vivo hasta cruzar la noche y no saber no haber sido , ser y no
haber sido,/ no sentir o la demora del fuego en la melancolía de la llama”. Porque no es suficiente el ruido “ni
pararse a contemplar la memoria del barro”
Sucede que “detrás
de las paredes que la tinta construye en el
verano / hay alguien sufriendo la impotencia de los pájaros que
no pueden volar.” Detrás está el dolor y la nostalgia, el recuerdo
de lo perdido y por otra parte: “No puede tenerse más que lo que
fue perdido.”
verano / hay alguien sufriendo la impotencia de los pájaros que
no pueden volar.” Detrás está el dolor y la nostalgia, el recuerdo
de lo perdido y por otra parte: “No puede tenerse más que lo que
fue perdido.”
Es necesario establecer baluartes y llevar la mirada
hacia la luz para recorrer el territorio de los recuerdos, para alcanzar lo que
guarda la luz: la serenidad, el sosiego: “que
llena de esquinas, pobladas de vacío /el
vano lapso entre una nada y otra”,
una forma de elevarse, estoico, sobre el desamparo para poder seguir, para
convertir la casa que le habita : “en un
modesto palacio del consuelo” y ese consuelo es saber que tiene: “el legado de una foto fija”, el amor, “las letras que le dieron con su pan”,
el martirio del agua del tiempo, “tiene
el caudal de luz de los días “ y “veneno
en la ausencia” y “más huesos que
conocen el frío” y sabe que esa suma , que es suya, “Cada día se resta”.
Y en ese saber que se resta, el sujeto suma por la
página en blanco y nos habla de cuanto tiene que decir: Amor, belleza, muerte,
desamparo, dolor, recuerdo, pérdida, abrazo, árboles, amor y, por amor, liberación,
luz, serenidad para el desamparo, para
aliviar la travesía del dolor, para seguir, en la fugacidad de la vida,
abrazándose al amor:” la única
superficie sobre la que caminar.”
David
Morello Castell ha escrito un libro redondo, un libro
en el que nos ofrece lo más hermoso de la vida con un verso de libertad, sin
ataduras, pleno de ritmo, de belleza y de emoción.
El jueves 12 de diciembre de 2019, a las 19,30 horas
En la Biblioteca Pública Eugenio Trias
(Antigua casa de fieras de El Retiro)
DAVID MORELLO CASTELL presentará su libro:
La mujer que abrazaba los árboles
Estará acompañado de los poetas:
RAFAEL SOLER Y FRANCISCO CARO
Manuel López Azorín
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