lunes, 2 de diciembre de 2019

David Morello Castel ·La mujer que abrazaba los árboles"




David Morello Castell: La mujer que abrazaba los árboles



Se inicia este libro La mujer que abrazaba a los árboles (Editorial Tigres de papel, 2019), con una cita de Antonio Gamoneda: Sentí crecer mi corazón, moverse / la tierra, descender el río,  y con un breve poema del sujeto poético que es: “ el cuenco de una verdad inclinada al desahogo  por: “el dolor que tatúa la ilustración del tiempo” y por: “La cintura universal   de la tierra y el cuerpo”, rinde homenaje al amor y a la  sangre: “en una carta de ajuste que deja la ausencia en la memoria/  notas de sangre en el fusilamiento del abrazo

Es el hijo que evoca la ausencia del padre y el dolor de la madre 
que es al tiempo madre y árbol abrazada a los árboles, madre que: 

abre un diente de misterio  en la luz” mujer  del padre que es “la sombra y el amparo en la eterna paciencia de la madre” 

y en la evocación del hijo. Un hermoso canto de amor-dolor en 
definitiva  hacia los progenitores.



Si en los  anteriores libros de David Morello Castell (Madrid,1976), que componen esta trilogía, Retorno de la voz (2011): un libro sincero y honesto, que trata de la existencia vital de unas personas que sin ser representantes de acontecimientos sociales de importancia, sólo de las cosas sencillas, cotidianas, se convierten aquí en algo grande porque nos enseñan, nos trasmiten, las cosas esenciales de la vida. Un homenaje, en definitiva, a sus padres con poemas inmersos en un intenso aprendizaje que, partiendo de lo personal, a veces con intentos, otras con logros, llegan a lo colectivo.  y Réquiem por un hombre cualquiera (2013)Un libro que dedicó a los que piensan, a los que sienten, a los que aman, a los que saben que la memoria no es rencor, a ninguna "sociedad desarrollada" y al hombre que fue su padre. 

Ahora La mujer que abrazaba los árboles  es el estallido del amor, de la vuelta a la raíz, a la sangre, al canto que – en el aire del poemario – envuelve la pena, el sentimiento de pérdida, de culpa, la infancia y el presente con el más hermoso y amoroso gesto, con la luz del más puro amor, el más grande homenaje a los creadores de la vida del sujeto poético.
El libro está dividido en dos apartados, con un poema introductorio y un epílogo: el primero, con 22 poemas, es un diálogo entre poeta y la mujer que abrazaba a los árboles; el segundo, con otros 22, un paseo por ese territorio de la reflexión sobre, vida, muerte, soledad y desamparo.


La primera parte comienza con el poema: “Soy la mujer”, una mujer “…que vive en la eternidad de los suspiros  árbol ella que abraza a los árboles, la hermosa metáfora de una mujer  que cuida y protege la vida de los suyos, aun habiendo nacido “bajo las lágrimas rotas del arce” porque esta mujer: “…coronaba con el escalofrío alegre de los humildes y un suspiro / el azaroso asunto de estar viva”. Una mujer que ahora “…escucha las voces del dolor“ porque ha sucedido el tiempo y ya: “no crece en sus ojos más árbol que el pasado  Y con el anhelo del abrazo constante  y la aceptación del destino, junto a la cita de Gamoneda, le canta al hijo, transmitiéndole su quebranto  en esta copla que es como el quejío universal del pueblo llano  en el destino de las gentes humildes: Ojitos míos, llorad;/ lágrimas, tened paciencia,/ que quien desgraciao nace,/ desde chiquito comienza."
La madre:"Nació bajo las lágrimas rotas del arce [yo era un niño].
Cuando la lluvia tenía la forma precisa de la lluvia
ella coronaba con el escalofrío alegre de los humildes y un suspiro
el azaroso asunto de estar viva".
El hijo rinde homenaje a la madre porque junto a ella él es niño y es hombre y lejos de ella siente que:” lleva una zancadilla en los zapatos” y camina la vida, vive: “Un extravío de planetas”. Recorre en la memoria ese tiempo de vida de dicha y llanto que acompaña al recuerdo, del ayer al ahora, y de vez en vez, se detiene a descansar con su río de miedo, en el regazo materno, y la abraza para llenar su corazón con la carne de sus ramas.

Libertad con ritmo y con emoción en los poemas y poemas en prosa  recorren este río de la vida, este pequeño bosque de abrazados árboles,  y se crece el corazón y se mueve la tierra entre el amor y el miedo, la ternura y el dolor, el sentido de culpa y el sabor de la dulzura que lo alumbra: “A ti vuelvo la cara / a que me encharques de luz con tu dulzura.


El segundo apartado se abre con un poema al padre en el que la madre: “canta en el resto del paisaje” porque el sujeto poético, lleva con él “sus nombres por la oscuridad de lo bello”, un sujeto que ha entregado su aliento: “para tocar cuando no alcanzaba con las manos / lo que más he amado” ya que para él: “todo habita en un nido que tejió la sangre”.
El poeta reflexiona sobre la vida, la muerte, la soledad: “La gente está muy sola”. Medita sobre las pérdidas, ante el extravío de ellas porque: “Así en la pérdida / el abrazo ha de guiar /al alba de otros pasos.” Y es que conviene meditar, detenerse: “Esquinar la sombra,/ interesarse en la quietud,” y reflexionar hondamente porque: “Seguir vivo hasta cruzar la noche y no saber no haber sido , ser y no haber sido,/ no sentir o la demora del fuego en la melancolía de la llama”.  Porque  no es suficiente el ruido  ni pararse a contemplar la memoria del barro

Sucede que “detrás de las paredes que la tinta construye en el 

verano / hay alguien sufriendo la impotencia de los pájaros que 

no pueden volar.”  Detrás está el dolor y la nostalgia, el recuerdo 

de lo perdido y por otra parte: “No puede tenerse más que lo que 

fue perdido.”



Es necesario establecer baluartes y llevar la mirada hacia la luz para recorrer el territorio de los recuerdos, para alcanzar lo que guarda la luz: la serenidad, el sosiego: “que llena  de esquinas, pobladas de vacío /el vano lapso entre una nada y otra”, una forma de elevarse, estoico, sobre el desamparo para poder seguir, para convertir la casa que le habita : “en un modesto palacio del consuelo” y ese consuelo es saber que tiene: “el legado de una foto fija”, el amor, “las letras que le dieron con su pan”, el martirio del agua del tiempo, “tiene el caudal de luz de los días “ y “veneno en la ausencia” y “más huesos que conocen el frío” y sabe que esa suma , que es suya, “Cada día se resta”.

Y en ese saber que se resta, el sujeto suma por la página en blanco y nos habla de cuanto tiene que decir: Amor, belleza, muerte, desamparo, dolor, recuerdo, pérdida, abrazo, árboles, amor y, por amor, liberación, luz,  serenidad para el desamparo, para aliviar la travesía del dolor, para seguir, en la fugacidad de la vida, abrazándose al amor:” la única superficie sobre la que caminar.



David Morello Castell ha escrito un libro redondo, un libro en el que nos ofrece lo más hermoso de la vida con un verso de libertad, sin ataduras, pleno de ritmo, de belleza y de emoción.

                           
El jueves 12 de diciembre de 2019, a las 19,30 horas
En la Biblioteca Pública Eugenio Trias 
(Antigua casa de fieras de El Retiro)

DAVID MORELLO CASTELL presentará su libro:

La mujer que abrazaba los árboles

Estará acompañado de los poetas:


RAFAEL SOLER Y FRANCISCO CARO


                       
                                  Manuel López Azorín

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