Donde el lector de la mano de estos poemas pueda ser memoria y presente, esperanza y dolor y también compromiso.”
Las sillas son invisibles en el santuario de (sus) afectos por esa razón nos cuenta en su segundo poema:…la historia de este hombre que (conoce), / el que busca refugio tras el latir del viento / y arroja soledad entre los surcos / que atraviesan el atrio de su casa.
Y luego, poema a poema, todos con dedicatoria, va mostrándonos con ellos el tiempo, ese tiempo sentado ya en las sillas invisible de la memoria Con evocación de eternidad, para hacerlo venir, para volver a contemplarlo con las luces del ayer, para beber más de una copa de nostalgia y de melancolía, para abrazarse, también a una sonrisa y guardarla como se guarda el libro, sabiendo que podemos regresar a él y regresar con su lectura los instantes, todo aquello que un día fue y que ya no es si no es en la memoria o en el libro donde se queda impresa la alegría y el llanto, el dolor, la esperanza, el compromiso y el amor por si un día la materia de los sueños se convierte de pronto en la vida sin vida del olvido
Si las sillas son la simbología de todo aquello que el poeta nos muestra poema tras poema si nos invita a sentarnos, a leerlos, a ser parte también de su mirada, la del poeta, haciendo nuestras esas sillas invisibles pero visibles en la memoria y en el poema…todos los recuerdos que son la misma vida serán la suma de nosotros, porque los haremos nuestros, y al hacer balance nos dirán qué hicimos y cómo somos.
Sillas invisibles está compuesto por cuatro partes. “Mientras llega la barca es la primera que es de observación de la vida… Calderón lo narra viviendo el tiempo que le toca vivir, siendo testigo de lo que acontece y rememorándolo al escribirlo: Niño que está clavado/ en las cruces del tedio, / raíz de soledad te anuda / a un paisaje sin fruto. Así se forma la materia de los sueños, viviendo lo que sucedido el tiempo te acercan los recuerdos.
Así nos dice Javier Díaz Gil en el magnifico prólogo: “aparecerán en este primer bloque historias de dragones y ángeles caídos, recuerdos de infancia (…) el erotismo que destila por ejemplo en el poema Muchacha en flor (los peces de sus dedos / recorrieron el largo de sus muslos), el compromiso con el sufrimiento…” y con los poemas “La amistad” que le pone alas “en aquellos momentos / en los que (deja de sentirse) pájaro” y “Los ojos interiores” por los que se asomaba, tras el dolor, a un mañana pleno de esperanza
“A los que alcanzaron la otra orilla” es la segunda parte conformada por retratos y elegías a los que como Vicente Aleixandre o Juan Ruiz de Torres, entre otros, fueron para el poeta admirados y referentes.
La tercera parte, “Lugares y maletas” lo forman poemas de viajes, de lugares que dejaron huella en el sujeto poético. Juan Calderón nos ofrece en este libro ya con tono narrativo de la primera parte,, ya reflexivo de la segunda, ya lírico un tono más lírico, un viaje interior por la infancia: Era un tiempo sin prisas, de aire limpio / con la naturaleza / llenando nuestras vidas de bondades. Por un Madrid de Rugido y dientes que le ha dado muerte y luego le ha dicho: Levántate y camina para preguntarse finalmente: ¿Quién sabe si mañana volveré / a devolverle en oro / toda la gratitud / con la que hoy me marcho?
Si el símbolo permanente son las sillas invisibles, ahora con los del agua nos ofrece en el poema Valle del Jerte: De luz y verde explota el cerezal,/ a cada paso una canción de agua / surge de las gargantas empedradas y también la contemplación del mar al derramarse el alba entre los pinos de Guardamar
o bien En el reparto de la luz (…) con la ciudad de Cádiz.
“Con el dolor a cuestas”, Cuarta y última parte de compromiso y solidaridad con los dolores cotidianos y con los grandes dolores de “Niños sin zapatos” ¿Qué mano justiciera / será la que os obliga / a pisar sin zapatos las veredas del mundo, / niños comidos de miseria, del dolor de África que llora, un dolor que hace daño mientras llueve en Madrid. Y para concluir unos versos para aquellos que se ven obligados a huir de sus países por culpa de las guerras:
Eran dulces las horas /
en mi país de entonces /
con el jazmín danzando entre la brisa /
mientras leía los poemas /
escritos en el cielo por los astros.
(…)
Ahora voy errante por el mundo; /
de todo lo que fue y de lo que fuimos /
solo queda dolor en mi estatura.
Me llamo Paz y llevo en carne viva
la llaga del recuerdo.
Juan Calderón Matador reside en Madrid desde 1975. Su vida laboral ha transcurrido en la banca privada, con incursiones en teatro, televisión y radio. Escribe poesía, narrativa y teatro.
Entre sus publicaciones de poesía, narrativa, narrativa infantil y textos teatrales ha publicado casi treinta obras, además de estar incluido en muchas antologías colectivas y componer numerosas canciones.
Manuel López Azorín
1 comentario:
Gracias por tu reseña, Manuel. Sillas invisibles es libro estupendo. Gracias también por citar y elogiar mi prólogo. Un abrazo grande.
Javier
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