sábado, 14 de noviembre de 2020

Manuel Cortijo Rodríguez: Cuando quiera la noche

 


Manuel Cortijo Rodríguez: Cuando quiera la noche

 


Manuel Cortijo Rodríguez  (La Roda, Albacete, 1950)

acaba de publicar en octubre un nuevo libro de poemas: Cuando quiera la noche, (Luceat Ediciones, Colección Isla de Delos, Madrid, 2020) Este es su cuarto libro, los poemarios anteriores, reseñados también en este blog, son: Memoria de los Usado (2012), Los dones de la luz (2015) y Estancias (2018).

Cortijo Rodríguez reside en Getafe y desde finales de los años noventa (no recuerdo bien si 1998 o 1999), dirige la tertulia literaria “Eduardo Alonso”, de la Asociación cultural Albacete en Madrid dentro de la Casa de Castilla la Mancha.

Aunque su primer libro, como tal, lo publicara en 2012, Manuel escribe poesía  desde hace muchos años, tiene muchos premios acumulados tanto de poesía como de prosa y muchos poemas suyos se han publicado en antologías y revistas.



 

Cuando quiera la noche, comienza con un Umbral que nos dice: Deja que entre a sus anchas la primera / claridad de la noche

(…) lo que aún de ti mismo te queda por saber / para ser más tú mismo. Para concluir diciéndonos: Los ojos de la noche   no son la oscuridad.

Y en este umbral tenemos al poeta a la espera de la voz que ilumina la palabra y del sosiego del tránsito que intuye ya cercano con la última luz del tiempo de la vida.

 

Si la noche es para el sujeto poético el símbolo de la luz para la  palabra conformada en poesía, esa palabra que hace que el camino, el viaje, sea la realización, la huella, la llama de lo escrito para quedarse la ceniza de lo ardido. Así en el poema de “Mientras se hace la noche”, primera parte, de las tres que se compone este Cuando quiera la noche, nos dice:

Acabas de tener la eternidad / en un instante apenas, donde has podido ver / acaso para siempre / la luz entusiasmarse, tan cerca de la noche, hasta dejarte con la boca abierta / sin voz y sin palabras. Y es que el poeta ha escrito la, su vida: sin ahogadas metáforas, (…) por si puedo (puede) decir lo que se fue callando mi (su) vida alguna vez.

 



Pero la noche es, también, la simbología de la espera, de la llegada de la finitud y el principio del renacimiento que presupone el sujeto sin determinar cuándo porque nadie lo sabe, ya que: Aún no ha abierto la noche,/ la savia bien llorada de su tiempo / motivo que ya es para acabarse / de borrar una vida. Para un nuevo comienzo.

 

De modo que viaja, mientras espera la luz de las palabras, esas que son el rescoldo sobrante de la hoguera / de aquel tiempo anterior que ya me (le) tuvo, el hombre poeta  camina hacia la noche y nos dice: Va a su fin el ocaso y voy en él,

 

Y mientras va, toma “Conciencia  de un lugar” que es el título de la segunda parte con un subtítulo muy clarificador.( El viaje impronunciado) y que se acompaña de dos citas igualmente clarificadoras. Una de Juan Vicente Piqueras que nos dice: ”¿Quién sabe dónde va cuando se va?” y la otra de Luis Cernuda: “Allá, allá lejos; / Donde habite el olvido,”

Y por esta razón en el poema “Previo al viaje” nos canta que: Si crece en ti la idea de marcharte, (…) no pienses en llevarte ropa, algo/ de vestir que te abrigue: será inútil.

 

Si se ha cantado la vida, si ha llegado la luz con las palabras y ha quedado su huella impresa en el papel y los sentidos y el poeta está en paz con todos los que duermen / esperando tener lo prometido… Cuando quiera la noche (esa noche que abraza las dos simbologías además de esta tercera)   ha de llegar  y, sin aviso, el hombre que mantiene la esperanza, de llegar con su anhelo hasta la Luz que ilumina y vendrá como un fruto del aire.

 


Y el poeta, da un “Paso más” en la tercera y última parte de este libro porque si la noche como decía más arriba es el símbolo de la luz para la palabra, aquí  funde palabra y vida en una sola luz clarificado por dos citas Una del fraile Juan de Yepes, nuestro San Juan de la cruz: “En la noche dichosa,/ en secreto que nadie me veía / ni yo miraba cosa / sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía”

Y la otra cita de mi querido Claudio Rodríguez: “Sin raíces ni vendas / viniste, herida mía, con tanta noche entera, / muy caminada, / sin poderte abrazar. Y tú me abrazas.”

 

 

Significativo ese “muy caminada” para darnos cuenta del tiempo sucedido, vivido, sentido y cantado y ya a la espera, cuando la noche quiera, “sin otra luz y guía”  que la del corazón y el alma. El poeta ha dejado su huella en las palabras y ahora espera abrazarse  a esa Luz que arde dentro de él: Así la noche puede iluminarnos (palabra y corazón en un abrazo) porque escrita ya la vida, muy caminada ya,  el poeta nos confirma que lo que realmente le importa es que: Pertenezco a la noche, ahora lo sé,/ a la noche de Juan en noche oscura , la que se va y que vuelve con  ansias en amores, inflamada, porque al fin y al cabo, la vida que escribe, la que viaja  no sabe/ a qué silencios, / a qué hondos miradores de lo oscuro.

 

De manera que el poeta y el hombre, parece ser que han llegado al tiempo de alumbrarse con la luz  en la poesía, que es el trazo de la vida. En la poesía y la vida con la herencia de lo que queda escrito y con el viaje de lo vivido, fundidas ambas, y a esperar  que el viaje, en esa noche,  le ilumine también. Pero eso será cuando la noche del alma, esa de Juan de Yepes, quiera alumbrarle.

 


Y de este modo y con un verso blanco pleno de ritmo y de emoción en todos sus poemas, excepto uno que es soneto, camina el poeta “Hacia más noche”   ofreciéndonoslo con sus encabalgamientos y  que os dejo como final.

Si la noche no fuese hacia más noche, / no tan ciega a escapar, casi intocada / como un fugaz reflejo que da en nada,/ no valdrían sus brillos como un broche // final, ni quedaría en un derroche / de toda sucesión, como salvada / de tanta oscuridad, bien apretada / al aire de una mano que le abroche.// Si la noche no fuese decidida,/ victoriosa a más noche, convencida / de encendernos a todos de igual suerte,//

Lo mirado a la luz quedara fuera / de envejecer como si pretendiera/ escapar de la cara de la muerte.

 

 

                  Manuel López  Azorín


1 comentario:

fcaro dijo...

Amigo Manuel, qué bien glosas el libro de tu tocayo, ese aldabonazo en las crestas coloreadas del crepúsculo, esa armonía iluminada, ese ignorar lo que espera y saber a la vez que puede estar lleno de gozo, esa disposición del alma de un poeta para dejarse atravesar por las sombras sabiendo que hay una luz en su imterior que le sostiene. La que le ha sostenido en la vida usada y la que le aguarda en la por usar. Espléndido libro, espléndida reseña.