Kepa
Lucas: Final de trayecto
Kepa Lucas divide
esta selección o antología en cuatro apartados, cada apartado va precedido de
un dibujo de autor y los ha titulado:
“El amor y su eco”. “La ciudad permanente”. “Lo social y lo irreal” y
“Decadencia”.
Félix Maraña,
nos ha hablado de su versatilidad, así nos dice: “Kepa Lucas, ha recorrido por múltiples registros poéticos
y su poesía, en cambio, parece corregirle, al expresarse nítida y equilibrada…
es uno de los primeros escritores vascos que se mostró, en la década de los
ochenta, y en público, partidario de expresarse indistinta y libremente en una
y otra lengua.”
La obra poética de Kepa Lucas,
sometida a una rigurosa exigencia, tan sólo abarca dos títulos en
castellano: Veinte minutos de nube rosa (2º premio “Villa de
Pasaia”, 1984) y Poemas de la liquidación, con el que también
obtuvo el “Villa de Pasaia” en 1987, junto con otro poemario escrito en
euskera: Poemakumeak.
Restos dispersos de su obra, poemas, apuntes y otras apreciaciones poéticas han
ido apareciendo en numerosas revistas como Zurgai, La
Galleta del Norte (Baracaldo), o en la Fundación Juan Ramón Jiménez.
(Moguer)”
De estos libros se hizo una compilación y traducción al castellano en un volumen de
edición propia bajo el título Cero
de Mayo (Donostia, 2006).
A Kepa Lucas le gustan, según dice,
“las mesas despejadas, las habitaciones
vacías.” Es decir en poesía parece
gustarle la palabra claras, desnuda, sin
hermetismos.
La poesía, sus palabras, pueden
servirnos como baluartes para disipar
los miedos, las inseguridades, las
angustias, ya de la infancia,
adolescencia, juventud o madurez. Tal
vez no las venzan del todo, pero la fortaleza que se edifica con ellas
si pueden servir para defenderse de las situaciones extrañas que
el ser humano no es capaz de comprender y sin embargo siente y
vive con la angustia que producen esos miedos que se sienten sin
poder razonar porque nos llevan, sin quererlo, a la ansiedad, al
miedo, al vértigo, al precipicio. Y no es que las palabras en sí
lleguen a producir un efecto sanador, pero su manera de unirse
poéticamente, su modo de crear un determinado ritmo, produce, a
veces, un efecto salvífico o cuando menos liberador de tensiones
que nos hace sentirnos , cuando escribimos, dentro de ese baluarte
que es la palabra poética, como en la fortaleza mas defensiva que
conocemos y todo ello se produce desde dentro hacia fuera, y todo
ello provoca, en ocasiones, una mitigación que relaja, alivia, libera o
quizá salva.
Kepa Lucas, me parece a mí,
es un poeta, un hombre que
camina y contempla, un poeta
que celebra la palabra directa,
sencilla, `profunda, real y lo
hace con convencimiento, a
veces con ironía, siempre con
la palabra clara, sin retórica,
porque es su manera de contemplar el mundo. Escribe de este modo
y parece ser que lo ha hecho siempre así. Y parece ser desde el
principio esa Rama desnuda que se enfrenta a la primavera /
Aire habitado que compone la distancia // Mundo que acordona
el refugio cultural. /Hiedra que escala la torre del desconcierto./
Piano que desafina en el salón del bienestar.
Poesía que nos muestra , ya en sus diferentes apartados, un modo de
ser y de estar, una conciencia personal sobre todo aquello que vive y
ha vivido, con su percepción, su mirada, rebelde, insurgente, su
instante placentero o su desolación, su desencanto, frente al amor,
la ciudad, lo social, lo irreal, del ser humano y como final con
decadencia. Y la naturaleza como epicentro, como lo que se
perpetua, renaciendo cada primavera frente a la fugacidad del
tiempo humano.
Cuando joven escribe en el apartado “El amor y su eco”: Te abrazo sobre el musgo /que va cubriendo
en silencio / los senderos que nos llevan / hacia todo lo demás. / Aquí está el
centro de toda mi amplitud.
Y desde joven ya lleva con él esa fugacidad: Al final tirará al fuego / todo el trabajo
atrasado// Las horas que la inercia / fue robando a la vida (…) el placer
privado / que puso nombre al amor.
En su apartado “La ciudad permanente” el poeta niño recuerda
a su abuelo: Mi abuelo fabricaba gas (…) Sus huesos todavía /buscan la luz y el
aire / su sitio entre las flores.
Y recuerda su infancia:
Yo jugaba en aquel parque / me caía sin dolor / entre los olmos / como un
ángel, y cómo no, recuerda: La ciudad
/ en la que alguna veces / salen los instintos a las calles. La
ciudad en que al anochecer: En estos
barrios pobres /con nombres de santo, / el atardecer extiende / su yodo diario
/ sobre la herida social.
El apartado “Lo social y lo irreal” nos ofrece, sin lo
panfletario de la poesía social un poema con mucha ironía diciéndonos titulado “Fiesta
del cero de mayo”: Esto es poder,
vagabundos ciudadanos, / las despreciadas monedas del trébol / sobornan al
portero que cierra los bosques,/ al fiel aduanero del mundo asalariado.// Esto
es bienestar, compañeros resignados,
Y en contraposición a la denuncia, el espíritu romántico,
utópico del poeta: La luna ha decidido
repartir riqueza./ Ha reventado la caja fuerte de la noche / y un perfil de
plata delata a las sombras.
Y como selección final el apartado “Decadencia”. Aclaro que desconozco no solo la génesis de cada poema sino que tampoco sé la fecha en la que se escribieron y si el poeta los ha seleccionado cronológicamente o de modo en el que las temáticas sean afines, yo hago mi lectura, no puede ser de otro modo, en función de esta selección y de sus apartados. El lector como tal sacará su percepción de lo leído e interpretará y puede o no coincidir con el autor, o con mi interpretación; pero entendamos que un libro dado a los lectores deja en parte de ser del autor para convertirse en otra parte del lector.
Hay en Kepa Lucas
en este último apartado, o al menos yo lo percibo así, sensación, no ya solo
de desencanto, algo natural cuando se recorre el tiempo y se viven diferentes
situaciones, sino sensación de acabamiento, de decadencia, de aceptación definitiva de que
este tren de la vida va llegando a su trayecto final y a ese tren nos dice el
poeta lo ha detenido la fuerza de la hierba. La naturaleza, dueña y
señora de la vida que nace, crece, florece y se duerme para renacer de nuevo,
no así el hombre que está sujeto a la fugacidad del tiempo.
Concluye con el poema que da título al libro con estos
versos finales:¿La brisa transportará más
gemidos que lamentos?/ “Aquí solo queda intimidad / en el envés de las hojas”./
¿A qué edad partiremos de regreso? /”Ahora mismo empezaréis a comprobar / que
ya no queda nada que olvidar”.
Una poesía la de Kepa
Lucas que no huye de la realidad, de lo cotidiano, que no busca la belleza
de la rosa. El poeta parece darse en el amor y piensa o sueña el bienestar colectivo. Una poesía, en
fin, que acompaña la vida, existencial y reflexiva al tiempo que con cierto post-romanticismo,
nos muestra que el hombre es finitud frente a la naturaleza y frente a la Poesía
que es el agua, la vida.
Manuel López Azorín
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