Luis
Alberto de Cuenca: Después del paraíso
Luis Alberto de
Cuenca (Madrid, 1950),
premio Nacional de poesía en 2015 por Cuaderno de vacaciones (Visor) y reciente
Premio Internacional Federico García Lorca, ha publicado un nuevo libro de
poemas: Después del paraíso en la colección “Palabra de honor” (donde
ya ha publicado que yo sepa al menos tres libros), de la editorial Visor
(Madrid,2021)
Los clásicos, dice Luis Alberto,
son nuestros compañeros, nuestros amigos, los “que se toman el café todos los
días con nosotros”. Safo inventó el amor, sin ella no existiría, “Amamos porque
Safo amó” esto nos lo dijo hace unos días leyendo poemas en el Café Libertad8
en el programa “Versos sobre el pentagrama” Y también dijo en prensa, no
recuerdo donde lo leí, que “Existimos porque existieron Aristóteles y Platón.” De manera que reivindicarlos y actualizarlos
parece ser parte de su idea al escribir poesía y/o traducirlos.
Foto de L. A. de C de Ernesto Agudo |
Luis Alberto suele decir que “La historia no es solo la de antes o después de Cristo, sino la de antes o después de los griegos.” De ahí su mezcla, en su poesía, de coloquialismo y de mitología entre otras muchas otras como el cine, el “comic” y lo más cotidiano de nuestro vivir diario con lo que nos muestra su intimo sentir, pensar, su enmascaramiento autobiográfico en poemas de aparente ficción emulando a Pessoa en su poema: “El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente /que hasta finge que es dolor/el dolor que en verdad siente.”
Después del
paraíso llega acompañado de una nota del autor que nos dice: “cuando la serpiente se salió
con la suya haciendo que nuestra madre primigenia –Lucy la llaman los paleoantropólogos–
comiera del fruto prohibido, las cosas no les han ido bien a los seres humanos.
Demasiadas preocupaciones, demasiadas angustias, demasiadas desilusiones para
tan pocos años de vida. La poesía es de las consecuencias de nuestro destierro
de aquel Edén de delicias interminables del que, por desgracia, fuimos
expulsados sin revisión posible de causa ni posibilidad de regreso. De ahí que,
como todo lo que acompaña a nuestra especie desde que Yahvé o los olímpicos
(elija cada uno lo que mejor le cuadre) decidió o decidieron dejarnos de su
mano y condenarnos a enfermedad y muerte, la escritura poética nos esté
recordando que hubo un Tiempo con mayúscula en que fuimos felices, aunque fuese
tan solo por un rato, y que lo que ahora es pura queja repartida en versos fue
un día mera celebracióny acción de gracias permanente en el bosque sin horas de
los mitos.”
Foto tomada de “C͙O͙W͙B͙O͙Y͙S͙ D͙E͙ M͙E͙D͙I͙A͙N͙O͙C͙H͙E͙” |
Es decir que esa nostalgia de la expulsión del jardín o
bosque del paraíso a Luis Alberto de
Cuenca, poeta, le hace sentir que llueve tristeza muchas veces y esto le
lleva a escribir una poesía en la que,
aunque venga con claridad y grave y honda reflexión, el canto del instante, el
vitalismo y la esperanza de una vida feliz, andan siempre presentes.
Despues del
paraíso forma parte ya de una treintena de poemarios y en
él nos ofrece más de un centenar de poemas escritos entre 2018 y 2020. A
finales de 2019, terminando yo una selección suya me envió cinco
poemas, entonces inéditos, que hoy conforman el primero de los cinco apartados
que nos ofrece en este libro. “Costa esmeralda”. Aquella selección y prólogo de
su poesía, la paralizó la maldita pandemia y este año próximo verá la luz en
Los libros del Mississipi, la editorial en la que Luis Alberto publicó sus Haikus completos.
De modo que o bien desde el punto de vista del
cristianismo o el de la mitología (a elección de los lectores) esta última
publicación de Luis Alberto de Cuenca
nos muestra su vastísima cultura (nada libresca sino producto de mucho estudio
y mucha experiencia de vida) con la claridad y el rigor que le acompaña siempre
en lo que él llama “línea clara” en su poesía.
Os dejo aquí dos poemas, de Luis
Alberto de Cuenca, uno de los poetas más leído del momento, el primero, que
da título a este libro, y el segundo que está escrito durante la pandemia.
DESPUÉS DEL PARAÍSO
De los seres que fueron creados para unirse
brota una compasiva calma que va extendiéndose
por su radio de acción y diciendo en voz alta
que el mundo tiene arreglo. Pero no es tan
sencillo
que los seres creados para unirse se unan
de verdad, porque una cosa es la teoría
que emana de lo alto y otra las malas prácticas
de los hombres. De modo que no resulta fácil
que los seres creados para unirse terminen
uniéndose, siquiera de una forma precaria,
temporal, engañosa. Y aquella compasiva
calma con que actuaban suele volverse en contra
de sí mismos, al ver que no pueden fundirse
los unos con los otros, como se funde el oro
en el crisol o el llanto con el agua del río,
desde que Eva – y después Blancanieves – probó
la manzana maldita. Con lo que regresamos
al conflicto inicial, en el que no hay resquicio
para la compasión, ni para una actitud
serena y confiada que devuelva a los hombres
el favor de los dioses perdido para siempre,
irremediablemente caducado.
Foto en el Cafe Libertad 8 con Antonio Benicio Huerga,
Moncho Otero, Rafa Mora, Luis Alberto de Cuenca
y Manuel López Azorín
PÁNICO
Otro ataque de pánico y van ¿cuántos?
Hasta en el orden íntimo se impone
la cuantificación. ¿Estamos locos
o solo lo fingimos? Una injusta
y odiosa filiación etimológica
hace que el nombre ‘pánico’ derive
del adjetivo ‘pánico’ y que este
venga a su vez del Pan de la
leyenda
antigua, tan simpático y travieso
que le cedió sus cuernos y pezuñas
al Diablo de la iconografía
cristiana medieval (y así hasta
hoy).
Rubén motejó a Pan de «padre
ambiguo
de milagros eternos» y Arthur
Machen
escribió una novela sobre él.
No se merece Pan que se adjetive
su nombre para dar nombre al
ataque
de ansiedad y terror que cada vez
me atormenta con más y más
frecuencia,
especialmente ahora, con un virus
señoreando el mundo y
condenándonos
a no salir de casa. Y lo peor
es que, si analizamos este trance
con realismo, vemos que es absurdo
que venga a fastidiarme tanto
pánico:
tengo sesenta y nueve florecientes
años que se rebozan en el lodo
pandémico y terrestre, sin que me
haya
contagiado (por suerte y de
momento);
los míos —mi familia, mis amigos—
están bien; no me duele la
columna;
los males que me aquejan van
despacio,
sin demasiada prisa por matarme;
y para subrayar tan buena
estrella,
he encontrado hace poco a muy buen
precio
los tres volúmenes de Le
Parnasse
contemporain —los tres,
el opus magnum
con que se inicia en Francia el
movimiento
que se ha dado en llamar
Parnasianismo—.
El hecho es que, a pesar de las bondades
que se acumulan a mi alrededor,
sigo sintiendo un pánico cerval
más a menudo cada vez, un pánico
que no tiene que ver con el dios
Pan
y sí con el siniestro laberinto En el Café Libertad: Luis Alberto de Cuenca,
Manuel López Azorín, Rodolfo Serrano,
Ana Montojo y Valentín Martín.
sin puertas ni ventanas que es el
mundo
para mí en cada ataque; una cisterna
bizantina infestada de bichejos
dignos de Brian Froud, pero en
malvado;
un pozo en el que caigo y no
consigo
llegar nunca hasta el fondo; un
comecome
que inunda de picores mi
trastienda
mental; un cementerio en que los
muertos
abandonan sus tumbas y me dicen:
«Ven con nosotros. Vamos a ensayar
contigo la versión dramatizada
de un famoso relato de Edgar Poe.
Se titula El entierro
prematuro».
Manuel López Azorín
.
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