Pedro
Alcarria Viera: CAMADA
Recibí hacia el final del
verano un libro de Pedro Alcarria titulado CAMADA cuya edición ha corrido a
cargo de Pablo Méndez en Ediciones Vitruvio, Madrid, 2021.
En una carta adjunta me comentaba
el autor que sus credenciales eran escasas, que había colaborado en
algún proyecto marginal, igualmente en alguna oscura plaquette olvidada, había
dado unos pocos recitales en bares vacíos y que siempre escribía sin ambición ni esperanza.
Y aquello de escribir
sin esperanza me llamo mucho la atención porque uno puede escribir sin
ambición, más bien casi siempre se escribe por necesidad y la ambición de ser
alguien, en el mundo de la poesía o en cualquier otro ámbito, me parece una
ambición lícita cuando se hace con ética, aunque mientras se escriba no se
piense sino solo en escribir. Por lo que respecta a la falta de esperanza a la
que aludía pienso que sería más una sensación que le llega al que se inicia en
cualquier camino y en este de la poesía también.
Pedro Alcarria nació en Barcelona en 1975 y allí vive y me cuenta que: “voy y vengo de mi trabajo asalariado, leo
libros, en días buenos compongo algún poema. En resumen y como dijo alguien:
Estoy a lo que salga”
Me dice también que lleva escribiendo poesía muchos
años y que al margen de muchos poemas primerizos, tiene un primer libro inédito
y que autoeditó un segundo libro, pero tan solo para los amigos. Así pues este CAMADA
es el producto de sus muchos años de “aprendizaje” no sé si tutelado o como
autodidacta, pero finalmente se decidió a publicar porque piensa que uno no
debe escribir solo para sí, debe de hacerlo para que los posibles lectores
puedan leer lo escrito, interpretarlo, desecharlo
o hacerlo suyo si el poema o poemas del libro le tocan los sentidos. Y eso me
parece a mí un buen principio.
Camada es un libro con 59 poemas breves que también
se puede leer como si de un solo poema se tratara y que está concebido con dos
imágenes, un desierto blanco y un lobo,
que transitan por todo él.
Imágenes de una experiencia humana, un desierto como camino de vida en la blancura
de la nada, una sensación de carencia viva frente a lo que nos rodea y que
percibimos lejanísimo de nuestro alcance. Y el lobo como imagen ambivalente, un
ser que puede ser 1º): bondadoso o malvado en función de que viva de que se
sienta, esclavizado, marginado, desplazado y anhelante (y a veces surge esa “maldad”
como defensa frente a la necesidad o la marginación) o 2º) que viva con el
ansia depredadora de conseguir ese alimento que la vida parece negarle y que
necesita.
Pero el sujeto poético de este libro aun sintiendo
que la vida le niega poder acceder a lo
que anhela, elige la opción primera y aunque a veces aulla, trata de sortear
los caminos y nos dice:
“Salta el día sin romperte en los abismos de la
nieve
Cae en desgracia sin lamento
Aprende del lobo el tesón del invierno.”
Y se recuerda a sí mismo que:
“Es inútil esquivar a un niño feroz que juega a
ciegas
Que se enreda en mis pies y no se aparta.
En las inmensas simas de ayer en que nace la
memoria.”
Y a pesar de sentirse con la mirada herida de ayer
sus ojos están en la parte noble del
lobo y lo invoca para que ponga fin al sendero de las trabas.
Y el sujeto poético de manera confesional se desnuda
frente al lector y nos dice:
“Amo este verso pues lo ha hecho un hombre
Por embriagarse la nariz y la boca
Por el favor del tiempo”
Y aquí nos muestra, desnudo ya, esa hermosa ambición
(que dice no tener) de amor a la poesía y esa hermosa esperanza (que dice no
tener) de transcender el los lectores y permanecer en el tiempo. Ambos deseos,
tan loables, se convierten en el sueño de todo creador. Que se hagan ciertos o
no es un enigma, pero perseguir los sueños en poesía es también descubrir las
palabras, abrazarlas en lo invisible y traerlas a lo visible y, si esto sucede,
puede producirse un:
“Radiante vuelo de llegar a florecer”
Porque entonces ya:
“Solo importa la palabra”
Pedro
Alcarria escribe con libertad de metro, pero lo hace
buscando aquello que tiene que tener la poesía para serlo: ritmo y emoción. Con
esto se consigue abrazar el misterio mágico de la materia poética.
“Esa materia no está en todo latido
Hazla de saliva ardiente
De estrella
De ceniza”
Y también de espuma, de “su delicadeza / que es tan
distinta a la de la ceniza” como nos
dijo Claudio
Rodríguez
Pedro
Alcarria seguirá escribiendo por muchos que atraviese
desiertos de nieve y nada, seguirá con su ética por muchas trabas que
esclavicen o condicionen el camino porque este hombre lleva la magia de la
palabra en su trayectoria de asalariado y en sus lecturas de aprendizaje de los
poetas que nos han precedido.
Manuel
López Azorín
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