Federico
Gallego Ripoll: Jardín botánico
Leo el nuevo poemario de Federico Gallego Ripoll (Manzanares, 1953 Ciudad Real): Jardín botánico (Cuadernos de la Errantía, Madrid, 2021), un libro de poesía ilustrado en su portada por Rubén Nieto de la Torre y Melissa Dillon, con poemas y viñetas interiores de Federico, en una delicada edición a cargo de Javier Gil Martín.
Jardín Botánico se presenta el 10 de diciembre en Manzanares, Ciudad Real.
El libro va acompañado
de una cita de María Zambrano que nos dice:
“El agua ensimismada / ¿Piensa o sueña?” y este Jardín botánico ya, desde el principio, contempla, con el
propósito de crear, de hacer que la palabra signifique, y nos ofrece una
declaración de intenciones: rendirse a la contemplación de la naturaleza, con
el árbol como deseo, como protagonista, en su paralelismo con el hombre,
Yo quiero ser feliz / como el árbol que tiene /
tierra justa para crecer,/ agua bastante,/ aire sobre sus ramas / y, en ellas, trinos / y quien busque a su sombra
/la levedad del sueño ///.
Y tenerte también a ti / para contártelo.
Disfrutar de este Jardín
botánico es contemplar desde dentro, traer lo invisible a lo visible:
la poesía. Contemplando se puede ver más allá de la mirada y desde esa
contemplación interior mostrarnos la belleza, la armonía, la perfección de la
naturaleza (¿es sensible la naturaleza? Aristóteles decía que no; pero sí es
cierta su cíclica regeneración, como es
el “milagro de la primavera”· que nos dijo Don Antonio Machado.
La belleza de la perfección del árbol que crece hacia la luz, que respira el aire de la vida y alberga entre sus ramas un rumoroso trinar, en su corteza grabada con un corazón. Amor pleno de luz y, bajo su sombra, una quietud serena y sosegada y si a esto le sumamos la compañía, el árbol es el sueño que el ser humano desea al contemplarlo, con el deseo, también, de ser árbol; pero sabe bien que su ciclo vital, caduco inevitablemente, será fugaz y no habrá en él renacimiento como en el árbol.
Me graba en la corteza, el árbol, / una frase de amor,/ un corazón
que envuelve dos aromas,/ dos sonidos del viento entre las ramas,/ la
posibilidad de nidos compartidos,/ de vuelos compartidos y una misma / avaricia
de sol cuando anochece.
Por esta razón en la
contemplación interior también el hombre se acompaña con la decadencia de la
fugacidad, con el otoño- invierno de la vida que, irremediablemente no tiene la
luz de una nueva primavera.
Al final del viaje / nos aguarda su origen nuevamente: / el hombre
y la palabra, el llanto y su sentido./ (Quizá sea verdad / que el precio de la
luz siempre es la noche)
En un magnifico estudio de este
Jardín
botánico que ha escrito el poeta y pintor Teo Serna, nos dice que: “El jardín es el placer que siente la
mente humana cuando cuenta sin ser consciente de contar.”
Porque al igual que en el manantial el agua brota, desde la
contemplación interior se crea un rumor de palabras hechas ritmo, música,
pensamiento y emoción.
Y más adelante nos dice Teo Serna: “Desde Pitágoras la
sabiduría consiste, en buena medida, en aprehender la armonía intrínseca a
cualquier creación humana.” (…) “el espectador (el poeta o el lector) cobra conciencia de que
su vida también está sometida al deterioro, la decrepitud y la extinción.”
(…)”El jardinero, como el poeta, busca en la armonía, en la proporción, un
ideal de belleza”.
Y Teo Serna termina
diciéndonos: “La aparente, repito, aparente sencillez: como una miga de pan, el
paso de una hormiga, el tacto de una roca, el azul Patinir y sus lagunas
Estigias. Sencillo como una palabra exactamente colocada;”
Lo inmóvil de la luz:/ eso es la muerte
Palabras que nos hablan con la difícil sencillez de la perfección poética, de la luz y la
sombra, del deseo de ser árbol, de la
naturaleza, del sueño hermoso de la belleza en este Jardín botánico, al tiempo que también de la tristeza, de las pérdidas, de lo que pudo
haber sido y no fue, de los sueños rotos… y de la persistencia de la esperanza.
Nieva sobre mi mundo:
El pequeño paisaje con árboles fingidos / donde
/ a pesar de todas las certezas,/ canta el pájaro más / hermoso /que nunca vio
la vida:/ mi esperanza.
Su esperanza y el deseo de construir un jardín futuro para el paseo y la recreación de lo
soñado. Porque frente al horror que nos produce a veces, la fealdad que nos
rodea, en un mundo de grandes desaciertos, soñar con la hermosa armonía de un
jardín en el que se recrean la mirada y el alma, soñar con las palabras
precisas, justas, es conseguir crear ese Jardín botánico perfecto, pleno de
equilibro y de armonía entre el decir y el hacer, entre la realidad y el deseo,
entre el musical ritmo, su cadencia y la emoción, entre el sentir y el vivir.
Así ha creado Federico Gallego Ripoll su Jardín botánico a lo largo o corto (el tiempo tampoco existe para la poesía) de podar, como me decía Claudio Rodríguez, podar en el jardín de las palabras hasta que éste adquiera la forma y la belleza precisas.
Claudio, que tardaba mucho en dar por terminado un
poema (excepto uno que escribió en 15 minutos y nunca más volvió a tocarlo),
podaba y podaba hasta darle forma definitiva, hasta que el jardín le mostraba,
bien en uno o dos planos superpuestos, la difícil sencillez de la claridad de
la palabra hecha árbol, hecha
pensamiento y corazón (por decirlo de manera unamuniana)
ÁRBOL
SOÑADO
No es verdad que la tierra me sostenga./ Si no
me miras apenas soy un charco / verde como el deseo / de que tus ojos alcen mi
vida en su retina.//
Mirar es dar al mundo consistencia / y preguntar al caos./
Las réplicas son cosas del destino / (de vez
en cuando): el tiempo de la espera;/ el
tiempo,/ que es sinónimo siempre de esperanza.//
No dejes de mirarme. Me sostengo / en ese
gesto tuyo / de dar
altura al mundo / y a mis ramas y nidos.
Y no digo esto por
decir. Ahora mismo acabo de encontrar en facebook un texto de Federico, con su manera de podar (Ay Claudio, siempre estableciendo
magisterio) que nos dice: “Mi jardín se fue constituyendo a lo largo
de mucho tiempo; yo no escribo los libros de forma consecutiva: según fluyen,
los textos se decantan en distintos estanques hasta que se les evapora cuanto
entiendo que sobra, hasta que sólo queda la sal o la ceniza o ambas juntas y
abrazadas.”
Luego en cada lector
el poema se acomoda a su sentir, a su pensar, lo interpreta en uno u otro plano
y si le toca los sentidos lo hace suyo.
Este es el milagro, el amor y la luz de la poesía.
“ La sal o la ceniza (aunque pudieran ser la sal y la espuma) o ambas juntas y abrazadas”
El amor y la luz andan por este Jardín Botánico de Federico Gallego Ripoll, jardín que está rítmicamente
musicalizado en su mayor parte por la combinación de endecasílabos y
heptasílabos, es decir, poesía formal que denota lo mucho aprehendido de los
poetas que nos precedieron (Claudio también
usaba esta combinación métrica en muchos de sus poemas)
Leer este jardín botánico es
una alegría (aunque en toda alegría haya cierta tristeza) ya que en este río,
en este “riar” que nos dice Federico
Gallego Ripoll todavía queda cuenca
para llegar al mar y porque:
Cada vez que estrenamos / la alegría / viene el sol a beber/
en nuestras manos.
(…)
En las manos vacías /
reside intacta / la posibilidad de un mundo nuevo.
Manuel López Azorín
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